"Desde el mes de julio del segundo curso de carrera hasta enero del año siguiente, Tsukuru Tazaki vivió pensando en morir. Entretanto, cumplió veinte años, pero esa muesca en el tiempo no significó nada para él. Durante esos meses, la idea de acabar con su vida le parecía de lo más natural y legítima. Todavía ahora, mucho tiempo después, ignoraba la razón por la que no había dado ese último paso, a pesar de que, en aquel entonces, franquear el umbral que separaba la vida de la muerte le habría resultado más fácil que tragarse un huevo crudo."
Vuelve Murakami, eterno nominado entre lectores y críticos a los grandes premios; amado, odiado, pero sobre todo, leído. Esta vez no hemos tenido que esperar demasiado para tener su obra en las librerías y muchos nos hemos lanzado a buscarla con avidez deseando saber lo que escondía esa portada llena de lápices de colores capitaneados por el blanco. Así, hoy traigo a mi estantería virtual, Los años de peregrinación del chico sin color.
Conocemos a Tsukuru, un joven en la treintena que se dedica a diseñar y construir estaciones. Recuerda, de hecho es incapaz de olvidar, la pandilla de jóvenes a la que pertenecía en su adolescencia. Un singular grupo en el que todos llevaban el color en su apellido, del rojo al azul pasando por el blanco y el negro... bueno, todos menos él. Él no tiene color. Recuerda que un día cualquiera sus amigos decidieron que ya no pertenecía a el grupo y lo echaron, y también la sensación de verse apartado sin conocer el motivo y la vergüenza por preguntar. Y la soledad y la desolación que le supuso esta situación, dejándolo al borde del suicidio sin comprender lo que había pasado. Y nos enseña también su vida actual, porque es evidente que no se suicidó.
Y esta es la historia que Murakami nos presenta. Y lo hace fiel a sus constantes, casi cayendo en sus propios clichés. Un chico joven con heridas, una mirada introspectiva, hacia dentro y otra que nos muestra el mundo que lo rodea con un narrador omnisciente, inseguridades, sexo, complejos, y las luces y sombras del pensamiento. Ese poner un pie en nuestro mundo y otro en el suyo, el que nos enseña en sus libros. Acompañamos de este modo al protagonista en su peregrinaje por la vida con el estigma que le supone no tener color hasta llegar a ese punto de inflexión que lo empuja finalmente a moverse, y lo hacemos a través de las letras cargadas de simbolismos de Murakami. Hermosas, tranquilas, fluidas... incluso en sus partes oscuras. Porque por supuesto que hay una zona oscura, tiene que haberla. Exactamente igual que hay heridas en el interior de cada persona. Y ahí estamos nosotros para mirar.
Alguna vez he hablado de los finales de Murakami. Me obliga a hacerlo. No por sus letras sino por las sensaciones que despierta. Tal vez lo más llamativo de esta novela es la posibilidad que se le ofrece al lector de asomarse a si mismo mientras observa a Tsukuru, la de vernos de alguna forma o distinguirnos en alguna de sus partes. Y por eso llegamos a un final perfecto, como la vida. Hace mucho tiempo que renuncié a esos finales habituales con mundos atados y amordazados al acercarme a este autor. Y ni siquiera los hecho de menos, ni tampoco lo hace el lector consecuente que se deja llevar disfrutando del libro página a página.
Tengo que decir que para mi es un placer leer a Murakami. Y releerlo buscando las palabras escondidas que me había perdido, que siempre las hay. Por eso hoy os invito a descubrir su último libro. O cualquiera de los anteriores.
Y vosotros, ¿habéis descubierto ya a Murakami?
Gracias