Deberíamos acercarnos a América, porque es parte de nosotros en lo afectivo, y desde luego en lo histórico. No todo son cuestiones económicas. El respeto, la dignidad, la confianza son fundamentales para mejorar. Las crisis sirven para revisar errores y corregir malas prácticas. Es necesaria ilusión, voluntad, como motor de cambio. Los seis millones de parados y familias se merecen un discurso honesto, claro. Para alcanzar el éxito es preciso trabajar, ser disciplinado.
La ejemplaridad es indispensable en los dirigentes políticos, en empresarios, en trabajadores. Sólo una sociedad civil fuerte, bien articulada, servirá para entender las reformas. El progreso económico sin unas bases morales es imposible, porque con el tiempo se acaba en la destrucción. Estos planteamientos tan prácticos, de sentido común se convierten en un balón de oxígeno cuando los secunda el ejemplo.
Quiero una España libre, culta, educada. Homologable a Europa en todos los sentidos, pero sin obviar nuestras raíces. Esto me hace acordarme de un libro, que me leí hace un tiempo Los años que fuimos Marilyn, de J.J Armas, que reflexionaba con sentido crítico sobre la peligrosidad de los ídolos y los discursos demagogicos de la era de Felipe González, tan conocido por la modernización de España, como por los excesos, la corrupción y los amiguismos.
Veinte años después seguimos sin referentes políticos y morales. Ahora, únicamente tenemos las malas cifras que nos vienen de Europa, la precariedad laboral. Por eso hace falta una regeneración social de la sociedad española, donde la ciudadanía se sienta parte del sistema.
Se acabó la fiesta, el dinero. Ahora toca encaminarse, trabajar, con disciplina, exigencia, realismo. No sólo está en juego el futuro, sino que peligra el presente de millones de personas, o lo que es peor, la incapacidad de incorporar a cinco millones en la vida laboral.
Aunque sea en estas líneas, de manera figurada, se puede soñar con un modelo de país y sociedad idílica. Porque la esperanza es lo último que se pierde, cuando los gobiernos arruinan, esquilman y luego salen impunes. Bien es cierto, que los españoles han calificado de injustas y arbitrarias medidas gubernamentales como antiespañolas, sesgadas, con el poso de una ignorancia extraordinaria.
Porque no responden a un código ético o moral, sino al más burdo sentimentalismo de convención política y propagandística. Sin duda la situación actual es compleja, dura, pero más lo fue la posguerra, y sin embargo salió el país adelante. Las nuevas generaciones no pueden claudicar, ni ser obedientes al poderoso. Es fundamental hacer un análisis previo de los hechos y ejercitar el juicio crítico.
La juventud española está lo suficientemente preparada como para exigir un papel destacado en los acontecimientos que tendrán lugar a corto plazo, de manera que nada de conformismo, cabe exigir y luchar por un modelo de sociedad integrador, eficiente y sensible ante los problemas cívicos. Lo mejor está por venir, no tenemos por qué tener el trágico final de Norma Jeane Baker, que apesar de ser bella y exitosa siempre fue infeliz. De las cenizas pueden y deben salir buenos proyectos, somos un país singular, multicutural y auténtico.