Los aprendizajes de mi reciente maternidad – Parte 1

Por Maria Mikhailova @mashamikhailova

Creo que desde que abrí mi blog allá por el 2013 no había estado tanto tiempo sin publicar. Es más, desde que emprendí, mi ritmo de trabajo ha sido muy alto, tanto que no conseguía desconectar ni siquiera los fines de semana. Pues bien, desde el 11 de julio de 2018 todo cambió. Ese día nacieron mis dos hijas, mis maravillosas mellizas, Ariadne y Selene, el regalo más esperado y más increíble de toda mi vida.

Ahora que ya tienen casi dos meses de edad y me estoy adaptando a la nueva vida, por fin escojo esos pocos momentos del día en los que reina por unos instantes la tranquilidad, pues las dos están durmiendo plácidamente (aunque estoy segura de que este post lo escribiré a trozos, porque sería mucha suerte que siguieran durmiendo durante al menos la hora que tardaría en escribirlo).

Los aprendizajes que me está trayendo la maternidad

Llevaba tiempo queriendo compartir lo que estoy aprendiendo y sintiendo gracias a un cambio tan impresionante que es la maternidad y además por partida doble. Resulta difícil describir las emociones, sensaciones, pensamientos, etc. que se amontonan ahora en mi cabeza y mi cuerpo, unidos al torrente emocional de las hormonas.

Como es bien sabido, ni todo es fácil ni todo es bonito en esto de la maternidad. Hay mucho cansancio, pero también mucha fuerza y energía que no sé de dónde nace, seguramente de la mayor energía que existe en el mundo entero, llamada amor.

Esta noche habré dormido unas 4 horas y media, y ni siquiera de forma seguida... y aquí sigo, a las 12 del mediodía, totalmente despierta y sin ganas de dormir. ¡Quién me lo iba a decir a mí que dormir ha sido siempre uno de mis placeres mundanos máximos, por encima de la comida u otros placeres!

El mayor cambio al convertirte en madre: cambio de identidad

Dicen que con la maternidad nace una nueva persona, se va creando una nueva identidad. Y desde luego eso estoy experimentando en estas primeras semanas siendo madre. Lo sentí con mayor claridad que nunca este mismo viernes, cuando mi marido y yo salimos solos al cine, a unos 15 km de distancia y 15 minutos en coche desde nuestra casa.

Lo confieso: me sentía rara, incluso culpable, por alejarme de mis hijas durante unas 3 horas por razones de ocio. Sé que es algo que se necesita, porque llevas muchas horas y días con tus hijas, y que necesitas algo de desconexión, así como mantener la unión con tu pareja y hablar de cosas que no sean los hijos solamente. Pero quizás era aún demasiado pronto o simplemente las hormonas me la jugaron: pese a que la película estuvo más que entretenida ( Misión Imposible, muy recomendable, por cierto, y eso que no soy fan de películas de acción), no dejaba de mirar el móvil y deseaba que llegara la hora de volver a casa.

Y es que es increíble la cantidad de cambios que se viven al convertirte en madre. Cambios que sólo vas notando cuando te alejas de la rutina del día a día.

Y esos cambios no llegaron enseguida.

El parto y las primeras horas

Pero me gustaría irme un poquito más hacia atrás, para contar, o quizás para dejar constancia simplemente para no olvidarlo de cómo fue el comienzo de esta nueva vida en la que la maternidad se instaló para siempre en mi vida.

En realidad lo mío fue cesárea, porque ambas niñas estaban colocadas con la cabeza arriba desde el principio. La programaron para la semana 37 y ahí estábamos mi marido, mi suegra y yo a las 8 de la mañana en el hall del hospital Nisa Pardo de Aravaca, esperando a que nos llevaran a la habitación.

La foto en la que aparezco junto a mi marido, con cara feliz (pero con miedo enorme por la proximidad de una operación que resultó ser más dolorosa de lo que esperaba), con piernas mega-hinchadas, con mi super-barriga que ya se hacía insostenible llevando a dos personitas dentro, de dos kilos y medio cada una... es muy especial para mí. Esa foto de momentos antes de convertirme en madre.

Después me encontré en un quirófano con sus enormes luces en el techo, el anestesista que me había puesto la epidural explicándome cada paso de la cesárea, frío alrededor, brazos extendidos en forma de cruz, olor a piel quemada y mi marido junto a mí sosteniendo fuerte mi mano derecha con la suya que recuerdo muy muy caliente.

Tenía miedo, mucho miedo y no me importaba reconocerlo. Era la primera operación que me realizaban cortando mi piel y yo estando completamente consciente, sintiendo los tirones y empujones en la zona abdominal, aunque sin percibir dolor físico alguno (ese llegaría por la tarde y ¡vaya si llegaría!)

Pasados unos pocos minutos, de pronto, llega la voz de mi ginecóloga, la doctora más dulce del mundo (razón por la cual me decidí a realizar la cesárea en el centro privado): ¡vamos a sacar a Selene... es rubia! (al final resultó ser morena).

Y acto seguido el llanto de la primera de mis bebés. ¡Wow! Escribo estas palabras y me emociono profundamente. Oír el llanto de una de tus hijas que pasó meses dentro de ti, sentir que es real, que respira, saber que está bien, que acaba de llegar a esta vida... ¡Emoción en estado puro!

Rápidamente se la llevaron, aunque no vi nada. Al minuto siguiente se oyó el segundo llanto. ¡Ariadne es más rubia aún!, exclamó la doctora (en esto no se equivocó, es rubita y mi pequeño clon de cuando yo era bebé). Otra vez lágrimas de emoción y gratitud infinita brotaron de mis ojos.

Volvieron a llevarse a la niñita y yo empecé a marearme poco a poco. Sería la emoción, el miedo y los nervios que pasé, el efecto de la epidural, el olor a piel quemada, la felicidad extrema de que mis niñas tan deseadas, tan amadas ya estaban aquí...

El postparto no fue como me lo esperaba

Cuando llegué al hospital aquella mañana, entregué mi plan de parto pidiendo que mi marido me acompañara durante la cesárea, e indicando que quería hacer piel con piel con mis hijas nada más nacer e iniciar lactancia exclusiva con ellas lo antes posible.

Pues bien, no todo se pudo cumplir. Al encontrarme mareada tras la operación, no pude hacer piel con piel con ellas, ni siquiera las vi cuando me llevaron a rehabilitación y estuve mucho tiempo preguntándome cómo serían, deseando verlas y sentirlas cuanto antes, mientras poco a poco comenzaba a sentir mis piernas dormidas por la epidural.

Por suerte, mi marido sí realizó piel con piel con ellas y tengo unas preciosas fotos que lo muestran. Creo que son las fotos más bonitas que se les puede realizar a unos bebés, minutos después de llegar a la vida.

El tema de la lactancia materna tampoco ha sido fácil, pues no tenía leche todavía (ni siquiera calostro) y las niñas no conseguían agarrarse. La leche no me subió hasta pasados unos días, cuando volvimos a casa, pero ya en hospital tuvimos que darles biberón porque una de las niñas tenía el azúcar bajo y esto podría ser muy peligroso para su salud.

A todo esto se sumaba el hecho de que aunque la cesárea no te duele en el momento, se trata de una verdadera operación y por la tarde empecé a notar los efectos cuando traté de incorporarme: un dolor como nunca sentí en la vida, como si estuvieran cortándome en el momento ahí mismo. Recuerdo llorar de dolor y suplicar a mi marido que consiguiera más calmantes porque no aguantaba más.

Además la primera noche no pude atender a mis hijas: no podía levantarme y fue mi marido quien les cambió los primeros pañales y les dio sus primeros biberones. Confieso haberme sentido inútil, como si no actuara como madre realmente. Además, seguíamos intentando que las niñas se agarraran a mi pecho y costaba muchísimo, lo cual me frustraba aún más.

La gente entraba y salía de la habitación de hospital, todos nos felicitaban y yo me sentía rara, perdida, aún nada adaptada a mi nuevo rol de mami, palabra con la que se dirigían a mí las enfermeras del hospital.

Ni siquiera me gustaba mirarme al espejo, no tenía valor de mirar mi cicatriz y mi tripa me parecía todavía enorme y fea. Era como si dejara de ser yo en gran parte. También tuve una noche de vómitos en el hospital, así como dolores abdominales fuertes, algo que me duró al menos unas dos semanas después de dar a luz.

Eso sí, cuando miraba a las niñas dormir por la noche en sus cucos transparentes, me decía que todo esto merecía la pena porque di vida a dos preciosidades que dormían plácidamente en esa habitación.

La vuelta a casa después de dar a luz

A los 3 días, como era de esperar, nos dieron el alta. Recuerdo sentirme muy rara al recoger mi bolso de soltera como lo llamé yo, ese mismo con el que había entrado al hospital sin ser madre. Ahora en cambio los pañales, los llantos de bebés y los biberones formaban parte de mi nueva vida que no tendría nada que ver con la anterior.

Una de las noches del hospital cuando por fin las visitas se fueron, Carlos y yo nos quedamos mirando a las niñas dormir y nos preguntamos de qué galaxia remota habrán venido hasta nosotros, qué misión de vida traerán consigo, y les dimos las gracias por elegirnos como padres.

Continuará...

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Para terminar, cuéntame, si eres o estás a punto de convertirte en madre o padre, ¿qué aprendizajes más importantes te has llevado de esta impresionante experiencia? Me encantaría leerte en los comentarios y ampliar mi visión del asunto, porque desde luego tengo mucho que aprender en este maravilloso y nada sencillo camino.