"El intrépido caudillo Okbah, detenido por la barrera del Océano, hizo entrar su caballo hasta el pecho en las aguas del mar, y exclamó: "¡Allah! ¡Oh Dios! Si la profundidad de estos mares no me contuviese, yo iria hasta el fin del mundo a predicar la unidad de tu santo nombre y las sagradas doctrinas del Islam!"
En tal estado se hallaban las cosas en África en 711, cuando ocurrieron en España los sucesos que en el capítulo octavo de nuestro libro IV dejamos referidos. Estaba demasiado inmediata la tempestad y soplaba el huracán demasiado cerca para que puediera librarse del azote nuestra Península. Los desmanes de Rodrigo, las discordias de los hispano-godos, y la traición de Julián, fueron sobrados incentivos para que Muza, jefe de un pueblo belicoso, ardiente, victorioso, lleno de entusiasmo y de fe, resolviera la conquista de España. De aquí la expedición de Tarik y la tristemente famosa batalla de Guadalete.
La fama del vencedor de Guadalete corría por África de boca en boca. Le picó a Muza la envidia de las glorias de su lugarteniente, y temiendo que acabara de eclipsar la suya, resolvió él mismo pasar a España. Por eso al comunicar al califa el triunfo de Guadalete, calló el nombre del vencedor, como si quisiera atribuírse a sí mismo el mérito de tan venturosa jornada, y dio orden a Tarik para que suspendiera todo movimiento hasta que llegara él con refuerzos, a fin de que no se malograra lo que hasta entonces se había ganado. Comprendió el sagaz moro toda la significación de tan intespestivo mandato, mas no queriendo aparecer desobediente, reunió consejo de oficiales, y les informó de la orden de walí, manifestando que se sometería a la deliberación que el consejo adoptase. Todos unanimemente opinaron por proseguir y acelerar la conquista, aprovechando el terror que se había apoderado de los godos, y no dando lugar a que pudieran reponerse de la sorpresa, y Tarik aparentó ceder a una deliberación que ya esperaba y que él mismo había buscado. Ordenó, pues, sus haces para la campaña; hizo alarde de sus huestes; nombró caudillos, otorgó premios y arengó a sus soldados, recomendándoles, según costumbre de los musulmanes, que no ofendiesen a los pueblos y vecinos pacíficos y desarmados, que respetaran los ritos y costumbres de los vencidos y que sólo hostilizasen a los enemigos armados.
Con esto dividió su ejército en tres cuerpos: el primero bajo la dirección de Mugueiz "el Rumí" fue enviado a Córdoba; el segundo, al mando de Zaide ben Kesadi recibió orden de marchar a Málaga; y el tercero, guiado por él mismo, partió al interior del reino por Jaén a Tolaitola, que así llamaban ellos la ciudad de Toledo.
Muza por su parte, resuelto a venir a España, organizó sus tropas en número de diez mil caballos y ocho mil infantes; arregló las cosas de África, dejó en ella de gobernador a su hijo Abdelaziz, y trayendo consigo a otros dos hijos menores, Abdelola y Meruán, con algunos jóvenes coraixitas y varios árabes ilustres, pasó el estrecho y desembarcó en Algeciras en la luna de Regeb del año 93 (712). Allí supo con indignación y despecho que Tarik, desobedeciendo sus órdenes, proseguía la conquista. Desde entonces concibió el proyecto de perderle tan pronto como hallase ocasión.
Entretanto la primera hueste de Tarik, al mando de Zaide, tomó Écija, no sin resistencia; le impuso un tributo, encomendó la guarnición de la plaza a los judíos, dejando también algunos árabes; se posesionó después, sin dificultad, de Málaga y Elvira, armó también a los judíos, procuró inspirar confianza a los pueblos y marchó a incorporarse a Jaén con la división de Tarik. El sebgundo cuerpo, regido por Mugueiz -el Rumí- (el romano), acampó delante de Córdoba, e intimó la rendición bajo condiciones no muy duras. Los godos que dirigían la ciudad se negaron a admitirlas. Informado Mugueiz por un pastor de la poca gente de armas que la ciudad tenía, y que el muro presentaba un punto de fácil acceso por la parte del río, se dispuso a pasar una noche tepestuosa a la cabeza de mil jinetes que llevaban a la grupa otros tantos peones.
El gobernador y unos cuatrocientos hombres se refugiaron en un templo, donde se se defendieron por algunos días, hasta que Mugueiz mandó aplicarle fuego y perecieron todos...
La Historia General de España de Modesto Lafuente, es considerada el paradigma de la historiografía nacional del pensamiento liberal del siglo XIX. Impresa en Barcelona por Montaner y Simón entre 1888 y 1890.