Hace ya un año y medio hablé de la primera novela de Javier Cánaves (Palma, 1973), titulada La historia que no pude o no supe escribir (Baile del Sol, 2009) (pinchar AQUÍ). También he comentado en el blog que, tiempo antes, después de haber leído sus libros de poemas Por fin has conseguido que odie el blues (Premio Hiperión, 2003) y El peso de los puentes (Premio ciudad de Palma, 2005), gracias a internet, le he conocido en persona, y mantenemos una amistad en la distancia que consigue hacerse presencial un par de veces al año. Así que, además de que compartimos editorial –Baile del Sol–, el autor de esta novela es un amigo. Fui a buscar Los artistas a la Casa del Libro de Goya, y aunque me dijeron que la habían tenido no estaba en ese momento y la tuve que encargar. A la semana pude recogerlo.
Cuando leí La historia que no pude o no supe escribir, dije sobre ella: “Esta será una historia de juventud, o del fin de la juventud”. En esa primera novela publicada de Cánaves, el personaje va a cumplir los 34 años y decide evocar, en una sola noche, sentando frente a una pantalla de ordenador, el recuerdo de un amor que marcó el fin de su juventud. En Los artistas el recuerdo de la juventud también corroe al personaje principal, Julio Cantallops: “Los sueños de una juventud que se resiste a abandonarte siempre acaban enturbiando, modificando, posponiendo los planes de futuro, nunca realistas, asequibles, siempre entreabierta una puerta a lo imposible o quizás sólo improbable” (pág. 11, y primera del libro); pero, aunque el tono es parecido al de su anterior novela, Los artistas analiza otra faceta del fin de la juventud, ya que, además de asumir la falta de intensidad de las relaciones amorosas adultas, se incide sobre la derrota que supone no haber alcanzado los sueños artísticos que parecían abrirse ante nosotros (en caso de tener sueños artísticos) a los 20 años: “En realidad no estás donde quieres estar, no ocupas la posición que crees que te mereces, aunque hay veces (es cierto) que disfrutas de un modo enfermizo de la autoflagelación” (pág. 17).
Javier Cánaves, aunque ha cambiado el nombre de su personaje, de Javier Cánaves a Julio Cantallops (se mantienen sin embargo las iniciales, JC), juega en Los artistas a la autoficción: el personaje tiene la misma edad que el autor cuando escribe la novela, ganó varios premios de poesía en el pasado (un pasado que empieza a sentir como lejano), publica artículos en un periódico local, tiene un trabajo fijo que poco tiene que ver con la literatura, y vive en una ciudad que es fácil identificar con Palma (es recurrente la imagen de la catedral en el paseo marítimo); y si uno es seguidor de su blog (Tu cita de los martes) no es difícil encontrar similitudes entre el estilo de las entradas publicadas ahí y el de su novela. Pero Javier Cánaves, aunque se sirve de Julio Cantallops para exorcizar algunas de sus obsesiones, no es su personaje, o no es exactamente su personaje (al menos en la medida en que yo puedo conocerle).
La temática de Los artistas (la derrota del sueño de ser reconocido como escritor) me ha parecido tratada con una intensidad más madura que la de La historia que no supe no pude escribir, donde se hablaba principalmente del fin del sueño del amor juvenil. La prosa de esta segunda novela evoca –de una forma más precisa– el estilo poético, opresivo, detenido y denso de las obras de Juan Carlos Onetti, al que Cánaves admira.
Además, los recursos narrativos son aquí más ricos: Se emplea una segunda persona que interpela continuamente al personaje, y que podría ser interpretada como una conversación del autor consigo mismo, además de invocar continuamente al lector. Una segunda persona que había visto usada hasta ahora sólo en dos novelas de Carlos Fuentes (Aura e Instinto de Inez) y en A bordo del naufragio de Alberto Olmos. También podemos aproximarnos en Los artistas a la figura del personaje retratado, Julio Cantallops, a través de páginas de su diario, de sus artículos publicados en el periódico local, o incluso a través de sus poemas. Además existe un curioso juego de voces narrativas: los capítulos múltiplos de 3 están narrados en primera persona por el personaje de Samantha Roten, una de las mujeres que Cantallops va a conocer en una de sus noches de bebedor solitario, que en un futuro –lejano al tiempo principal de la novela– contestará a las preguntas que un periodista le plantea sobre Cantallops. Un periodista que puede ser real o una ficción creada por la imaginación de Cantallops (un periodista que puede ser el mismo Cantallops investigando sobre su muerte o desaparición), en un juego ficcional que recuerda al de las novelas de Paul Auster.
El mayor logro de Los artistas es la recreación de una atmósfera, como ya apunté, densa y opresiva, de pura derrota onettiana; que en algún momento me ha hecho pensar también en algunos de los versos de Juan Luis Panero, al que tanto Cánaves como yo consideramos un referente: “Restos de una juventud que no termina de abandonarme. Este romanticismo grotesco, este creer en la belleza, en la necesidad de unos gestos triviales y ridículos” (pág. 65). Para crear esta atmósfera, Cánaves tiene sobradas dotes de poeta.
Y como debilidades voy a señalar dos: Samantha Roten, una bebedora solitaria que Cantallops conoce en un bar, me parece que tiene un discurso demasiado artificioso para el personaje que representa. Por ejemplo, le dice a Cantallops (en la barra del bar): “Yo también he visto la vida desde una perspectiva muy distinta, llámalo juventud, ingenuidad, oportunidad perdida, etcétera, en fin, esa vieja historia, pero eso, claro, no me convierte en artista, para nada, hay que tener el don, hay que saber transformar el asco en belleza, en una de sus múltiples formas. Si no haces eso, no eres más que un pobre desgraciado con una historia triste que contar en la barra de un bar, una historia idéntica a la de millones de personas que buscan el refugio de la noche para huir de lo que ha sido y es su vida”.
Si bien la primera mitad de Los artistas me ha parecido potente, con una prosa muy intensa y labrada, he sentido, hacia el final del libro, que la capacidad poética del autor podía llegar a ahogar su vocación narrativa. Todas las escenas de este libro están contadas a través de la lúcida visión de la derrota vital; y yo avanzaba por las páginas como si estuviera leyendo poemas de Cánaves (los cuales admiro desde hace años); pero, quizás, sentía que se quedaba en un segundo plano la evolución de la historia en el tiempo, como si los encuentros de Cantallops con otros personajes, o las escenas descritas, no tuvieran capacidad para ejercer ningún cambio en la evolución de la trama, salvo en las últimas páginas, precipitando un final un tanto inverosímil (aunque muy onettiano, por otra parte).
Sé que Cánaves tiene otra novela terminada pendiente de publicación. Y sé que esta otra novela –que junto a las dos anteriores forma una especie de trilogía sentimental– tiene un número de páginas mayor que las dos que ya he leído. Espero con interés descubrir cuál es la evolución del Cánaves narrador.