Cada vez que tomaban un taxi, Shirin Gul, su hijo Samiullah, de 18 años y el amante de la mujer, Rahmatullah parecerían una familia de lo más normal, aunque la realidad sería muy distinta. El singular trío familiar, una vez les llevaban a su domicilio, invitaban a lo que sería su última comida (kebab) y bebida (té), sazonados con una buena dosis de barbitúricos. De postre, una soga bien apetrada al cuello para asegurar su muerte. El objetivo: adueñarse de los vehículos para ser vendidos a lo largo y ancho de la frontera con Pakistán.
Seis hombres más participaron en los 27 asesinatos de los que fueron acusados. Al parecer, el ‘modus operandi’ no era siempre el mismo. Unas veces eran los hombres los que invitaban a los taxistas a comer y otras, era Shirin Gul quien se hacía pasar por prostituta, atrayendo a sus víctimas a la casa.
El negocio iba viento en popa hasta que el primo de Haji Mohammed Anwar, empresario de 60 años desapareció poco después de hablar con él, a quien dijo dónde iba para tratar la venta de una propiedad. No es difícil adivinar quienes eran sus peculiares clientes. Por ello, la policía lo tuvo fácil para iniciar la investigación en junio de 2004 y nada complicado para terminarla: en el jardín del trío familiar se encontraban enterrados los cuerpos de numerosos hombres, entre los que destacaba Mohammed Azam, el marido de Shirin Gul, que presuntamente era el cabecilla de la familia asesina, hasta que floreció el “amor” entre ella y Rahmatullah y tuvieron que deshacerse del patriarca, al que por lo menos le libraron de ser ejecutado por la justicia, ahorrándole de paso dicho trámite al estado, aunque pasarían luego por el cadalso el hijo, el amante y los demás hombres pertenecientes a la banda.
Shirin Gul fue también sentenciada a muerte, pero le fue conmutada la pena a 20 años de presidio por Hamid Karzai, el entonces presidente de Afganistán y tras quedarse embarazada mientras cumplía condena de un funcionario de la prisión. Las malas lenguas dicen que se quedó en estado a propósito para eludir la pena de muerte. De hecho, a día de hoy la hija, que lógicamente nació en prisión, vive junta a su madre entre rejas, ya que según la ley afgana los hijos de las prisioneras no son obligadas a salir de la cárcel si sus madres no quieren, aunque si lo desean pueden ingresar en algún orfanato.
La asesina ha cambiado de versión sobre los hechos varias veces. Al principio lo negó todo e incluso afirmaba ignorar que los cuerpos de las víctimas yacían enterrados en el jardín de su vivienda. Después aseguró ser cómplice de su amante, atribuyéndole la autoría de los crímenes y de quien afirma que le temía por su actividad criminal. También aseguró que entre ella y Rahmatullah dieron muerte a su marido debido a los maltratos y vejaciones a la que sometía continuamente. Sea como fuere y a pesar de las distintas versiones que se han dado sobre el caso, Shirin Gul es la mayor protagonista de toda esta historia a quien la apodan ‘la asesina del kebab’, quizás por ser mujer en un país sumamente machista, por ser la única persona convicta que sigue con vida, por ser la mujer condenada por asesinato más famosa del país o quien sabe, si por todas estas razones a la vez, aunque para ser justos el protagonismo hay que repartirlo entre todos los miembros de esta organización criminal y llamarlos los asesinos del kebab.