En primer lugar, el nivel de deuda del país. Algunos ilustres economistas han reflexionado en torno a ello. Rogoff y Reinhart estudiaron el tema en 2010 estableciendo que los niveles de endeudamiento del sector público impactan poco en el crecimiento si están por debajo del 90%. Es el caso de España que comparativamente con el resto de países más endeudados tiene más margen de maniobra y le permite utilizar los estímulos de la política fiscal con mayor eficacia de cara a estabilizar la economía.
Por otro lado, el margen que tienen algunos países europeos para utilizar los procesos de ajuste fiscal son menores que en España. Se puede reorganizar la imposición hacia zonas medias europeas.
En concreto, sobre el IRPF se debería recuperar la tributación de las rentas de capital tal como estaban antes de la reforma de 2007, diferenciando si los rendimientos generados eran en un plazo inferior o superior a un año.
De todas formas, la consolidación fiscal debería venir en primera instancia por la vía de la reducción del gasto público ya que las subidas de impuestos tienen un mayor efecto contractivo en el crecimiento.
La potenciación de un mayor nivel de deuda pública en manos de residentes, -vía, por ejemplo, de estímulos fiscales-, ayudaría a una menor dependencia de la opinión de los mercados.
Otro aspecto que puede ayudar al nuevo Gobierno es el bajo nivel de los tipos de interés que marca el Banco Central Europeo y el previsible descenso que se puede producir en los próximos meses.
La exportación es otro de los caballos de batalla donde se debe apostar fuerte potenciando e incluso diría, ‘obligando’, a muchas empresas a buscar más mercados exteriores donde colocar sus productos y servicios. Además, atacando la economía sumergida de manera más eficiente se generarían más ingresos para el fisco y la Seguridad Social. Se debe potenciar un mayor control fiscal mediante el fortalecimiento de las instituciones fiscales.