Tengo la manía de, antes de empezar una nueva lectura, leer la portada, la contraportada, las solapas, los agradecimientos y la nota del autor. En cambio, en esta ocasión, por primera vez y sin que sirva de precedente, me sumergí en la cuarta novela del escritor vizcaíno sin saber nada del argumento, guiada únicamente por la opinión de los libreros de mi tierra. Vamos, que me lancé a la piscina. Pero, por suerte para mí, había mucha agua.
Creo que lo primero que hay que destacar de Los asquerosos es que no es un libro para todo el mundo. Es diferente, raro, original, distinto y, en mi opinión, no está hecho para todos los lectores. A mí, desde luego, me ha hecho disfrutar mucho, pero reconozco que, en este caso, más incluso que de normal, no llueve a gusto de todos.
El protagonista es Manuel, un joven madrileño que, huyendo de unos padres desapegados y poco convencionales, se ha independizado y malvive en una pequeña oficina reconvertida en algo parecido a un piso en la calle Montera, en pleno centro de Madrid. Para poder pagar el alquiler de semejante cuchitril y no vivir del aire ha ido encadenando trabajos precarios y mal pagados, hasta que ha llegado a una empresa de telefonía, donde engaña a los clientes por teléfono. De nada han servido sus estudios de Ingeniería. Ya desde el principio nos damos cuenta de que Los asquerosos es mucho más que una novela. Es una crítica certera, inteligente y mordaz a la situación política, laboral y económica que vivimos en nuestro país desde hace ya demasiados años. Pero a Manuel no le preocupa nada de esto. Su única obsesión es relacionarse con la gente, ya no con alguna chica con la que poder disfrutar del amor o del sexo, sino simplemente con sus compañeros de trabajo o sus vecinos. Sus habilidades sociales son casi nulas, y cuanto más se esfuerza él en caer bien a la gente y en encajar en un lugar determinado, más la caga. Así de claro. Su vida cambia de repente cuando, al salir de casa para ir a hacer unas compras, se cruza con los disturbios provocados tras una manifestación y un policía le arrincona en su propio portal. Él se defiende y huye, dejando al policía malherido. El narrador de la historia es el tío de Manuel, el único que conoce lo que ha ocurrido y el que le ayuda a huir de Madrid y esconderse para evitar las consecuencias que pueda tener su acción. Manuel elige un pueblo castellano deshabitado, al que llaman Zarzahuriel, y se refugia en una casa abandonada. Sin luz, sin agua, casi sin muebles, sin ropa ni ninguna de las comodidades a las que estamos acostumbrados. Pero eso sí, con una colección de libros de Austral. Su única relación con el resto del mundo es la llamada diaria que hace con su tío, quien se encarga de enviarle el pedido del supermercado una vez a la semana. A través de magníficas y concisas descripciones de la casa, del pueblo y de sus alrededores, Lorenzo se centra en otra realidad de nuestro país, la eterna comparación entre el mundo rural y las ciudades y su consecuencia, eso que ahora llaman el problema de la España vacía. Casualidades de la vida, he leído este libro en la sexta semana de confinamiento, y creo que por eso lo he disfrutado aún más, comparando nuestro privilegiado, cómodo y confortable encierro con el de Manuel. Conforme van pasando los días, las semanas y los meses, Manuel, como si fuese una cebolla, se va despojando de todas las capas que, por fin ha comprendido, no necesita para nada. El consumismo, las necesidades absurdas que nos imponen o nos autoimponemos, la esclavitud del trabajo y del tiempo. Manuel, con un ritmo tranquilo, pausado, sosegado, el mismo con el que fluye la narración, va cambiando su vida y su forma de ver y de entender el mundo. Por fin ha comprendido que no se trata de vivir para trabajar ni para consumir, sino que la vida consiste en trabajar para vivir. Y cuanto menos cosas necesite, menos necesitará trabajar. Y lo lleva al extremo. Trabaja lo justo para poder comprar las pocas cosas que necesita y el resto del tiempo lo dedica a hacer lo que le da la gana. Leer, pasear, cultivar su pequeño huerto, inventar artilugios... No necesita nada ni a nadie. Solo disponer de su tiempo libre. Tan poco. Tanto. Como ya he dicho antes, esta historia con una trama que a priori puede parecer sencilla, porque no encontramos acción, ni ritmo, ni giros inesperados, esconde una crítica social y política que nos invita a reflexionar. Sobre la vida que llevamos y, ante todo, sobre la que nos gustaría llevar. Los asquerosos, las conversaciones entre Manuel y su tío, nos hace reflexionar, pero también nos hace reír, con un sentido del humor mordaz, irónico, negro y macabro en ocasiones. Con un estilo y un lenguaje directo, sin pelos en la lengua, políticamente incorrecto, irreverente, descarado, Lorenzo, Manuel y su tío hacen gala de una sinceridad llevada al extremo. El título es solo una pequeña muestra de lo que nos encontramos entre las páginas de un libro que creo que no se puede catalogar. Y, desde luego, lo que no se puede hacer es dejar de leerlo. Muy bueno