El director general de zona estaba preocupado. Los sustanciosos incentivos pactados en su contrato blindado y secreto, que espera cobrar con glotonería, serán consecuencia directa de su capacidad para conseguir los objetivos. Las órdenes, directrices glotonas de la central, no dejaban lugar a dudas. Para conseguir los objetivos y forrarse a incentivos, tenía que invertir y capitalizar el dinero que, a espuertas, habían conseguido después de un año de tremendos beneficios. En su mayoría procedentes de operaciones de una opacidad tal que hasta a él le costaba entender y que habían hecho que los inversores acudieran a las ampliaciones de capital del banco como moscas a la mierda fresca.
Pero no todo podía ser felicidad. Pronto tocaba pagar los impuestos, especialmente el de sociedades, y, nuevamente directrices, había que hacer algo para minimizar el impacto que este dispendio, al que no estaban dispuestos no sin luchar hasta el último euro, tendría en el balance.
Que si se puede ganar más todavía ¿por qué no? Más, más, más...
Mejor invertirlos. Transformarlos en un activo pasivo. Mejor que no generen margen, que ayuden a camuflar la ingente entrada de dinero, mejor todavía si generan nuevos beneficios en forma de intereses devengados por los préstamos. Lo que sea antes que pagar.
El director general sabía que con las cuentas de la entidad bien saneadas y robustas tenía un gran poder. Vamos, que era el puto amo. Cada vez que sentía esa expresión de sus correligionarios se crecía como pavo encelado.
Sin embargo no podía evitar sentirse presionado porque no acababa de ver claro dónde ir a ofrecer el dinero. Tenía mucho. Casi le salía por las orejas. Tanto que podrían haber pagado el impuesto de sociedades, el de beneficios, devolver a los accionistas, invertir en actividades sociales, patrocinar el equipo local, construir un par de escuelas, reformar el hospital... y todavía le habría quedado suficiente para... ¿Tarjetas Black? También. Que todo suma. Ah, pero el dinero es el dinero y no está para esas cosas, no. Bueno, para lo de las tarjetas... sí, tal vez. Vamos que sí.
-¿Qué será de aquellos de las piscifactorías?
Llamó a su adjunto y le pidió que le pusieran con el contacto de la empresa y que concertase una entrevista. Lo tenía claro, el banco invertiría en peces. Que ya no sabía qué hacer con tanto piso hipotecado, que iban a parecer una inmobiliaria como a alguien se le ocurriera decir algo de las "subprymes".
- Esto es el futuro. Se dijo.
No hay nada que le guste más a un banco que invertir en futuro. Bueno si, invertir en la construcción, prestar dinero a corruptos, partidos políticos y pergeñar sofisticados métodos para conseguir más dinero. Mucho, mucho dinero.
El saqueo de las preferentes vendría después. Ya lo estaban preparando y es que lo de las "subprymes" se supo y...
Un Mercedes entra en la piscifactoría. ¿Por qué será que este modelo cuando lo montan ciertas personas siempre viene precedido de tantas connotaciones? Espectacular, negro, reluciente, cristales tintados y exudando potencia. Aparca en la zona de visitas. Se detiene ocupando dos plazas de párquing. No es que no quepa en una, es que pone claramente de manifiesto que tiene derecho a dos y más si quisiera.
Bajan tres personas impecablemente vestidas. Traje de diario para ellos, el de las bodas y bautizos para otros. Es su uniforme y lo llevan como lo llevaría un futbolista, un bombero o un payaso. Destilan confianza y se sienten los amos del mundo. Tienen lo que las Pymes necesitan para vivir, disponen de la sangre vital que las alimenta. Dinero. Y tienen mucho y lo saben.
Los recibe el gerente en la puerta principal. Hay saludos de cortesía. Corrección sin demasiada efusividad. Detallados pero sin ser sumisos. Se saben pertenecientes a la misma manada. Se lo pueden permitir. Se tratan de tú a tú. Se huelen. Marcan el terreno. Miran alrededor y por los gestos se ve que hablan del tiempo. Luego se señala a un lugar concreto. La joya de la corona. La nueva unidad de preengorde en recirculación. Un alarde de tecnología y diseño que es único en toda Europa. Se oyen palabras de admiración.
Les invitan a pasar al interior. Van directos a la sala de reuniones. Se saltan el proceso obligatorio de acreditación. Alguien hace un amago para pararlos. Una mano se interpone y siguen adelante. Pasan por entre empleadas del departamento de contabilidad, de compras, de comercial, que apenas levantan la vista. Esta es una rutina a la que se han acostumbrado en los últimos dos meses. ¿Qué será, el octavo, noveno, décimo director general de zona que viene a visitarlos?
Van directos a la sala de reuniones. Las presentaciones están preparadas con esmero. Liviana introducción a lo que es la acuicultura, contexto internacional y nacional, proyección mundial... Estado de cuentas de la empresa, composición del capital y los accionistas, plan estratégico, plan de negocios, alianzas, retos y necesidades. Se habla de dinero, de créditos, de inversión...
- No, mejor crédito. No hay problema. La política del banco no es invertir, es prestar, pero eso así a unas condiciones inigualables. No hay problema. ¿Hecho?
Los acompañantes abren sus portafolios, sacan los documentos y los colocan sobre la mesa de reuniones. Unas firmas y un apretón de manos. Cómo si de algo sirviera esto último. Unos sonríen aliviados, otros sonríen codiciosos. Unos ven el futuro más fácil, otros ven sus objetivos logrados y una buena suma de incentivos, seguro que con gratificación extra, entrando en su bolsillo.
Tras finalizar todas las formalidades empieza la segunda parte del proceso, una visita a la instalación. En los últimos meses se ha convertido en un trabajo con alta dosis de especialización. Mostrar lo que hacemos a los potenciales inversionistas, la maravilla de la ciencia y la técnica aplicada a la acuicultura productiva. El proceso de industrialización y lo importantes que somos. Hoy es diferente. Hoy han firmado y esto supone un alivio. No hace falta saber más, con un gesto es suficiente. Hoy toca despliegue de pavo real.
Todo está preparado. En realidad en los últimos meses siempre está todo preparado y a punto. Tanto que ha supuesto una mejora sustancial en las condiciones de la planta, todo mucho más ordenado, todo reluciente, recién arreglado, nuevecito. La política de sembrar para recoger ha dado sus frutos. Hasta el personal, que estrena equipamiento, deambula casi flotando por la planta. Más que una planta de producción de peces parece una industria alimentaria. Nos enorgullecemos. En realidad es lo que somos y queremos ser. El proceso se inició hace tiempo, sólo que ahora además lo parecemos.
Los "banqueros" ponen cara de asombro cuando les decimos que deben ponerse botas y batas. Que deben desinfectarse las manos y que tienen que pasar por pediluvios con cloro y otros productos desinfectantes, que tengan cuidado con las salpicaduras. Les entra una risa fría pavorosa, es su uniforme sí, pero es un uniforme de varios miles de euros. Miran los zapatos, carísimos, depositados en el suelo. Como si ese no fuera el lugar para el que están destinados a no ser que dentro estén sus pies, uno de ellos los levanta y los deja en el banco, no le gusta el hilo de agua marronosa que empieza a pasar por debajo de la zona de separación.
Un cruce de miradas se produce
- Estamos trabajando señores, esto es normal.
Para nosotros la planta es nuestra oficina, que digo oficina, nuestra casa y la vemos como tal, como nuestro hogar. Para los banqueros no deja de ser un lugar siniestro donde huele a mar aunque no se vea. No hace falta que digan nada pero en sus miradas se observa un cierto asco y estupor, algo así cómo ¿estamos seguros en lo que hemos invertido?
La visita empieza por la zona de los reproductores. Siempre impresiona ver a esos maravillosos peces de más de cinco quilos saludables y sabrosos. Les vemos salivar. Nos lucimos con la maravillosa sexualidad de la dorada y les contamos la anécdota de los calamares y la de los periodistas curiosos con el semen de los rodaballos. Ríen. Empiezan a tomar confianza y se las hacen de inmediato suyas.
- Ya veréis cuando lo cuente en la reunión de directores de Navidad
Pasamos a la zona de larvas y les hablamos de la vida interior del rodaballo, de su extraordinaria metamorfosis y de la maravillosa levadura que hizo prodigios en la pigmentación.
Les enseñamos los tanques llenos a rebosar de alevines contados por la sin par "Vaki" y de cómo los auditores, encantados, siempre nos certifican con la más alta consideración que lo tengamos todo tan bien, que da gusto.
Les mostramos los camiones a punto para la salida, al lado de la nueva unidad, joya de la corona, con más de quince millones de alevines a punto para su viaje iniciático a los más extraños y extravagantes lugares, como por ejemplo el Delta del Ebro.
Finalizamos la visita en el semillero de moluscos, dónde les comentamos cómo las almejas, en su infancia, viajaban en avión.
Marchan. Nos sentimos aliviados ya que las tensiones financieras van a desaparecer por una larga temporada, aunque algo en nuestro interior nos dice que somos un poco menos libres y nos sentimos cautivos de una fuerza oscura y terrible que emerge poderosa por todo lo que está a nuestro alrededor. De pronto lo sentimos un poco menos nuestro pero al menos lo sentimos.
¿Hasta cuándo durará esta sensación?