Los Beatles y un cura con sotana

Publicado el 17 diciembre 2024 por Manuelsegura @manuelsegura

Descubrí a los Beatles en el patio de la casa de mi abuela, sentado junto a un jazminero, oliendo su perfume y escuchándolos en una cinta casete de mi hermano. Con el tiempo supe que se trataba de una versión cover, si bien los tipos que cantaban eran tan buenos que resultaba difícil distinguirlos de los auténticos. Recuerdo que la voz de Paul McCartney ya la había oído en la radio de un convecino al que apodaban Andrés ‘el gafas’ por su limitada visión panorámica. Paradójico que entre sus oficios hubiera tenido el de taxista. Ya entrado en años, como vivía solo, era su costumbre poner el viejo aparato Philips a todo volumen por lo que, con la puerta de la vivienda abierta, la emisión llegaba a escucharse con nitidez por los chavales que jugábamos en la calle.

Descubrir a los Beatles constituyó un aldabonazo en mis preferencias musicales. Y una de las canciones que me enganchó fue ‘The long and winding road’, en la que ese peculiar toque clásico edulcora la melodía embriagadora. Años atrás, hubo en mi pueblo un cura de sotana, como sacado de la novela ‘Don Camilo’, del italiano Giovanni Guareschi, llamado Antonio Garre. Aquel sacerdote, que fue el que me bautizó, solía acudir diariamente al bar para jugar partidas de dominó con los parroquianos mientras fumaba un cigarrillo tras otro. Un día le confesó a mi padre que le encantaban los Beatles, algo bastante disonante entre el clero de la época. Durante el franquismo, los chicos de Liverpool fueron catalogados de peligrosos melenudos -quién lo diría-, y se decía que su música atentaba contra la moralidad. Pues bien, aquel cura de alzacuello reconoció que las canciones que hacían aquellos cuatro muchachos le resultaban prodigiosas y que se asemejaban a la música culta. Cuando escuché la instrumentación de ‘El largo y sinuoso camino’, compuesta por McCartney pero producida por Phil Spector, comprendí lo que mi progenitor me contó mientras la escuchábamos durante un viaje en coche. Aunque nunca sospeché que aquella polémica grabación fuera el detonante de la separación del grupo en 1970.

Paul McCartney tiene 82 años y hace unos días cantó en Madrid, por partida doble, llenando el recinto con gente de todas las edades. Siempre lo tuve por el cerebro de aquel grupo que se disolvió prematuramente. Si John Lennon es la deidad legendaria del cuarteto, Paul ha sido el evangelista capaz de llegar con su legado hasta nuestros días. Con todo, siempre ha reconocido que el músico de gafas con cristales redondos fue el auténtico líder, en el que todos se fijaban, el mayor, el más rápido y el más listo. Contó el periodista Manuel Jabois que hubo mucha gente llorando en los conciertos madrileños. Es evidente que la voz de McCartney ya no es la de los sesenta, ni la de los setenta y ochenta cuando cantaba con los Wings. Pero solo verlo sobre el escenario ya te impregna del magnetismo de un tiempo en el que los sueños te permitían atrapar los vientos alisios en tus velas. 

Paul, bajista pero con potente luz incandescente, reconoció que, cuando formaron el grupo y tocaban en The Cavern, ninguno quería un puesto que muchos asociaban con el tipo obeso que suele tocar en la parte trasera. Zurdo de nacimiento, confesó que es de lo único de lo que nunca se ha podido curar, por ser este un hábito difícil de cambiar. 

Una historia ficcional cuenta que McCartney murió en accidente de tráfico en 1966 y que el actual es tan solo un impostor. La cosa viene de lejos y a la portada del ‘Abbey Road’ hay que remitirse, un disco publicado en 1969. La icónica foto que la ilustra, con Paul simbólicamente descalzo y cogiendo un cigarrillo con los dedos de su mano derecha, fue el detonante para que muchos dieran pábulo a los rumores. A esto hay que añadir la vestimenta del resto: el atuendo blanco e impoluto de Lennon, simulando a Jesucristo; Ringo Starr, vestido de negro funerario y George Harrison, de vaquero, equiparando su ropaje al de un sepulturero.

Cuesta trabajo entender cómo alguien que no sabe leer partituras ha sido capaz de componer canciones tan hermosas como las creadas por McCartney en todos estos años. Su método, asegura, es de lo más sencillo: inspiración y espontaneidad. Una vez escribió un tema mientras esperaba a que su mujer acabara una sesión fotográfica. Como hacía junto a John, retándose ambos a no tardar más de tres horas en componer algo que llevaría la firma indeleble Lennon & McCartney. Como en un juego, ellos solo escuchaban, absorbían y, cuando creían que la tenían, la tocaban. Alguien habló de magia, esa ciencia que nunca entenderemos. O como aseguró McCartney: que componer canciones le ahorraba muchas consultas con el psiquiatra.

[La Verdad de Murcia, 17-12-2024]