A lo que iba. Estos días de preocupación por la actitud de mi hijo me he acordado de la etapa de mi vida en la que, después de casarme, los comentarios y preguntas maliciosas acerca de por qué aun no teníamos un hijo se hicieron constantes. En alguna ocasión ya he explicado que nunca sentí un instinto maternal previo a la llegada de mis hijos así que os podéis imaginar que me molestaban bastante dichos comentarios. Porque además de no tener un sentimiento claro referente a la maternidad siempre pensé que tener un hijo era algo más que hacerse una bonita foto de familia. Por eso, cuando la gente me preguntaba que como es que no me animaba cuando veía un bebé siempre respondía algo así como que los bebés sí, son muy bonitos, pero crecen. Y no lo decía en sentido peyorativo, sinó como un ejercicio de responsabilidad.
Las dudas sobre mi capacidad para ser madre siempre estuvieron presentes. Porque criar un hijo no es sólo cambiarle los pañales y darle de comer. Ahora me estoy dando cuenta. Y me alegro de haber terminado siendo madre con responsabilidad y convencida de lo que hacía.
Durante meses preparamos cunas, habitaciones, canastillas, pero nadie nos prepara para la gratificante (pero dura también) tarea de educar a nuestros hijos. Educar a personas que queremos con toda el alma y a las que nos duele ver que no nos responden como nosotros quisiéramos puede llegar a ser agotador.
Con todo esto no quiero decir que sea necesario hacer un test o un examen psicotécnico para tener un hijo. Simplemente hay que ser muy consciente de que su vida, su futuro, su felicidad, al fin y al cabo, terminará dependiendo en muchos aspectos de nosotros.