Hace unos días reseñé Cosas que brillan cuando están rotas (Círculo de Tiza, 2016), la primera novela de la periodista Nuria Labari (Santander, 1979), una aproximación al 11-M que está teniendo una buena acogida por parte de los lectores. Muchos descubrirán a Labari con esta última obra (y harán bien en hacerlo), pero, de hecho, la autora ya se había dado a conocer en 2009 con Los borrachos de mi vida, un libro de relatos galardonado con el VII Premio de Narrativa Caja Madrid, que fue alabado por escritoras como Rosa Montero, Soledad Puértolas y Elena Medel. Estos cuentos, si bien se alejan del enfoque periodístico que sí tiene la novela, manifiestan una afinidad por temas que se desarrollan más en Cosas que brillan…. En concreto, las tensiones cotidianas propias de la sociedad contemporánea; asuntos «incómodos», pero abordados con un tono entre simpático y tierno que facilita la digestión. Y, aunque el título pueda inducir a pensar lo contrario, esto no va (solo) de juergas juveniles: las relaciones familiares son sus grandes protagonistas.Salvo alguna excepción, los trece relatos que lo componen mantienen un buen nivel y le permiten desplegar más su estilo gracias a las posibilidades del texto breve. Labari es una narradora primorosa, aguda y precisa, que utiliza técnicas narrativas diferentes y no se conforma con repetir la misma fórmula. Destacan los cuentos que abordan la relación entre padres e hijos desde el punto de vista del niño, como el que abre la compilación, «Cómo empaparte sin ver la lluvia», un texto intenso, rotundo, dirigido a un «tú» que es un muchacho cuyos padres se están divorciando. Siguiendo la rutina de una jornada cualquiera, detecta cómo la desazón del niño, la convicción de que nada será igual, se cuela por las rendijas de los actos cotidianos. En «Abre la puerta», plantea con ingenio la tendencia de los niños a idealizar a sus padres: una niña se fija en el llavero de papá y conoce más de él en función de las puertas que estas llaves abren. Pero no solo presta atención a los hijos cuando son niños: «De cómo se quedan los que se van» reflexiona sobre la relación entre un padre y su hija cuando esta se ha marchado de casa.Tal vez por ser una obra de juventud, gran parte de los relatos muestran diversas facetas del coming-of-age de un personaje, esto es, del hecho de convertirse en adulto y el malestar que este proceso entraña. Hay uno especialmente delicado y a la vez muy crudo, «Trapos amarillos», en el que una niña toma conciencia de la muerte (y del modo en que la vida sigue pese a todo) después de perder a su abuelo. Labari es incisiva, pone el dedo en la llaga, pero con una voz suave que busca más la complicidad que el estremecimiento. Ocurre lo mismo en el último cuento, «Volar a mano o a máquina», en el que una niña que acaba de cumplir diez años visita a su hermano, que se encuentra en la cárcel, por primera vez. Pérdidas de inocencia duras, ásperas, pero que mantienen la candidez y la ternura. En general, en todos los relatos la ingenuidad de quien aún no ha abandonado el universo de la niñez (y esto no solo incluye a niños) convive con el dolor que provoca el descubrimiento del mundo adulto, el mundo cruel, el mundo de las fisuras.Otras veces, la pérdida de inocencia se produce cuando los personajes son adolescentes o jóvenes. Las relaciones entre jóvenes son otro tema muy presente: desde la inestabilidad y la recién adquirida libertad de las aventuras esporádicas, sin ningún futuro (como «¿Quieres pintarme los labios?», sobre el veraneo de una chica en Ibiza) a las relaciones de pareja más asentadas, que no obstante distan de ser perfectas («Traumas y otros complementos», o el error de esperar demasiado de los demás). En este grupo también hay cuentos que experimentan con otros géneros, como «Amapola Blanca, sube al coche», un road-trip por el norte de España protagonizado por una joven que viaja con un hombre mayor que ella (eso sí, estilísticamente me parece el peor: el lenguaje es cursi, afectado, como de texto primerizo: «La barriga le caía como una lágrima, como un llanto suave e indestructible», pp. 38-39). En «Los objetos perdidos también lloran», por otra parte, repasa una relación a partir de lo que contienen las maletas de cada involucrado (a propósito, el título parece un adelanto del de su novela, Cosas que brillan cuando están rotas).Cambiando de tercio, aunque en los relatos de miradas infantiles aparecen tanto niños como niñas, entre los jóvenes abundan más las mujeres y, por extensión, los asuntos relativos a la intimidad femenina, como su experiencia del amor, el deseo o la sexualidad, entre otros. «Ni siquiera adiós» es una brutal aproximación al aborto, en la que además entra en juego Internet: la protagonista participa en un foro en el que las mujeres que han sufrido un aborto comparten sus experiencias (en mi comentario de Cosas que brillan… ya dije que me parece un acierto utilizar los recursos digitales que forman parte de la vida cotidiana). «Cómo guardar un secreto» traza un hilo de complicidad entre una madre y su hija, y lo mismo ocurre en «A ninguna parte», donde una mujer, esposa, madre y ama de casa, harta de todo y de todos, se desahoga con una hija que la escucha en silencio.
Nuria Labari