Un Arturo que vaga en compañía de su fiel escudero, en busca de caballeros para su corte, recorre suelo inglés al compás de ruido de cocos que simulan el galope de caballos y experimentando a golpe de gags, situaciones cómicas o terriblemente negras, con chorros de sangre incluidos, como el duelo inicial con el Caballero Negro que custodia un puente insignificante, y que pese a quedar mutilado, aún tiene espíritu de lucha, exclamando indignado; “es sólo un rasguño, heridas más graves he sufrido".
Castillos que no se pueden tomar, guardias que se pasan de listos en discusiones bizantinas sobre el vuelo de la golondrina. Soldados franceses que defienden su fortaleza lanzando vacas y otros animalejos, guiños burlones al caballo de Troya en la forma de un conejo gigante, son en conjunto una apabullante burla a los mitos románticos de las leyendas medievales, no escapan ni los monstruos como los dragones que son reemplazados por conejitos terriblemente mortíferos.
El salto temporal entre la Edad Media y la actualidad, siempre remitiendo a escenas con policías de Scotland Yard, es de lo más inverosímil e incomprensible y el aderezo de incluir animaciones con ilustraciones a la vieja usanza de los libros medievales, son por demás destacados. Ya van más de treinta años que vio la luz esta película inclasificable y sin embargo el tono de la historia y la frescura de sus imágenes, invitan una y otra vez a revisionarla con la asiduidad de un devoto. Cuesta creer que Terry Gilliam haya dirigido también, trabajos tan enigmáticos y serios como ‘Doce monos’ o ‘Brazil’. La genialidad no conoce límites ni ataduras, sin duda.