Los caballos, cuestión de trato

Publicado el 25 agosto 2017 por Jamedina @medinaloera

Caballos para pasear turistas en Los Colomos.

Un ayuntamiento tan importante como es el de esta ciudad sorprende con su decisión de desaparecer las tradicionales calandrias de caballos, con el pretexto de que éstos están sometidos a malos tratos, es decir, que sus dueños no les dan de comer, que no los curan, que los hacen trabajar horas extras, etcétera.

Con todo respeto para los regidores de Guadalajara, pero al resolver sobre este asunto están pasando por alto antecedentes muy importantes:
Primero, que los caballos fueron domesticados por el hombre desde los tiempos más remotos, para que lo ayuden en sus diarias tareas, de suerte que, hombres y caballos, están acostumbrados desde hace miles de años a enfrentar juntos la aventura de la vida.
Segundo, en este contexto, es claro que los equinos están al servicio del hombre, teniendo éste la obligación moral de alimentarlos y tratarlos de la mejor manera, a cambio de sus servicios.

Anécdota de un viejo arriero
Sabido es que durante 400 años, desde el siglo 16 hasta mediados del 20, fueron los arrieros los amos de los caminos de México, fundadores del comercio y del transporte moderno, y todo su trabajo lo hicieron con la ayuda de los caballos, los burros y los mulos. Durante estos cuatro siglos no hubo otra forma de transportar y comerciar si no era a través de la arriería.

Cuando arribó el tren a Guadalajara, a fines del siglo 19, la arriería empezó a decaer en el Occidente de México, pero ésta siguió muchos años después, sobre todo en las zonas más aisladas, como el Norte de Jalisco, hasta la mitad del siglo 20.

Fue en este parte final de la historia arriera cuando le tocó participar a mi abuelo Ramón Loera Sánchez, quien viajó mucho con una docena de burros por el Occidente del país. Entre sus ayudantes había un señor Marcelino Ramos, a quien sorprendió un día murmurando maldiciones contra un burro. Don Ramón le llamó la atención:

–Marcelino, no le digas malas razones a ese burro.

–“Sí se las digo, pero quedito”, respondió Marcelino.

El hecho es que don Ramón, como la mayoría de los arrieros de México, nunca trataron mal a sus animales, porque sencillamente eran sus compañeros de trabajo: los alimentaban a sus horas, los curaban, no los cargaban con exceso, los descansaban, es decir, los atendían lo mejor posible porque, además, así les convenía. Y por supuesto no permitían que nadie los tratara mal, ni siquiera de palabra, menos que los golpearan.

La solución no es matar caballos
No, señores regidores, la solución al problema de calandrias no es matar caballos, que es lo que ustedes han sentenciado al quitarles el empleo, sino tratarlos bien, protegerlos, alimentarlos, curarlos, que no trabajen más de lo que pueden, es decir, hacer respetar el reglamento. Si buscan retirar a los caballos de calandrias “para que no sufran”, eso es pura demagogia que, con todo respeto, no se las va a creer ni el Santo Padre.

javiermedinaloera.com

Artículo publicado por el semanario Conciencia Pública en su edición del domingo 20 de agosto de 2017.