Canadá -uno de los tres países en competencia: los otros, México y Estados Unidos- está representado en Los Cabos 2013 por dos películas, una de ficción, la otra documental. Despachemos primero el documental, que es el menos logrado y, por lo menos por lo que pude ver, el menos interesante de los filmes en competencia. Alphée de las Estrellas (Alphée des Étoiles, Canadá, 2013) es un documental personalísimo. Lo dirige Hugo Latulippe, un documentalista conocido y premiado en Canadá, quien también es el narrador en off y, además, el papá de la Alphée del título, una encantadora niñita de 5 años que nació con el síndrome Smith-Lemli-Opitz, que la condena a un desarrollo neuromuscular más lento del normal. Como las autoridades educativas canadienses pretender colocar a Alphée en una escuela para discapacitados mentales -algo que, dice el papá/cineasta Hugo, no es muy claro que sea lo correcto-, toda la familia Latulippe decide cruzar el Atlántico para ir a vivir a un encantador pueblito suizo, lugar en donde vivieron los abuelos del cineasta. Ahí, en ese lugar, en una escuela más abierta que sus similares canadiense, Alphée parece hacer avances. No a una velocidad "normal" pero, ¿quién puede definir normalidad? El gran problema de Alphée de las Estrellas es el ¿inevitable? involucramiento del director y papá de la criatura. La voz en off, en forma de una especie de carta de amor a su hijita, cae en más de una ocasión en los excesos (dizque) poéticos, además de que domina en el filme una idealización visual/narrativa de los problemas de toda la familia y de Alphée. No hay nada que nuble los heroicos esfuerzos del papá Hugo, de la mamá Laure y del hermanito mayor Colin por ayudar a Alphée. Por supuesto, la experiencia que nos transmite el cineasta es la de él y no la de cualquier otro, pero por lo mismo la película termina convertida en una larga y repetitiva home-movie en la que realmente no pasa nada que otras familias en condiciones similares -y de hecho, mucho peores- hayan vivido, pues no todo mundo puede irse un año escolar a Suiza, vivir de sus rentas y hacer una película mientras tanto. Es bastante más lograda, de lejos, Sarah Prefiere Correr (Sarah Préfère la Course, Canadá, 2013), opera prima de Chloé Robichaud, exhibida en Una Cierta Mirada en Cannes 2013. La Sarah del título (espléndida Sophie Desmarais) es una jovencita de 20 años que deja Quebec para irse a vivir a Montreal con su amigo Antoine (Jean-Sébastien Courchesne), pues ella no desea otra cosa en la vida que correr y en la Universidad McGill de Montreal puede formar parte del equipo, con la meta, por lo pronto, de terminar en la selección nacional de atletismo. Sarah tiene que vencer algunos obstáculos: su falta de dinero -el por qué no puede tramitar una beca deportiva en la Universidad se me escapa-; el rechazo de su madre a que construya su vida alrededor de correr -hay una razón para ello que sabremos hacia la mitad del filme-; la relación con Antoine, que empieza como simple amistad pero que se convierte en algo más cuando acepta la idea de casarse con él para obtener una ayuda económica que el gobierno otorga a parejas jóvenes universitarias-; y, finalmente, la sugerencia -que termina en hecho- de que hay algo en la propia Sarah que ella misma no tenía idea. Sin embargo, todos estos obstáculos no la hacen desfallecer. Ella quiere correr y seguirá corriendo, pésele a quien le pese. La directora debutante Robichaud le saca la vuelta a todo melodramatismo barato. Las "sorpresas" que nos ofrece el personaje central se dan a conocer de manera directa o, en su defecto, se sugieren a través de una sabia elipsis escamoteadora. Este tono narrativo le hace justicia a Sarah, quien no hace demasiados tangos por lo que sucede a su alrededor ni, tampoco, intelectualiza el acto de correr. No es que sea inarticulada: lo que pasa es que le gusta correr y ya. No quiere -¿o no puede o no sabe?- hacer otra cosa. Otras hablan de cuando lleguen a los Juegos Olímpicos. Ella solo piensa en la siguiente carrera.
Canadá -uno de los tres países en competencia: los otros, México y Estados Unidos- está representado en Los Cabos 2013 por dos películas, una de ficción, la otra documental. Despachemos primero el documental, que es el menos logrado y, por lo menos por lo que pude ver, el menos interesante de los filmes en competencia. Alphée de las Estrellas (Alphée des Étoiles, Canadá, 2013) es un documental personalísimo. Lo dirige Hugo Latulippe, un documentalista conocido y premiado en Canadá, quien también es el narrador en off y, además, el papá de la Alphée del título, una encantadora niñita de 5 años que nació con el síndrome Smith-Lemli-Opitz, que la condena a un desarrollo neuromuscular más lento del normal. Como las autoridades educativas canadienses pretender colocar a Alphée en una escuela para discapacitados mentales -algo que, dice el papá/cineasta Hugo, no es muy claro que sea lo correcto-, toda la familia Latulippe decide cruzar el Atlántico para ir a vivir a un encantador pueblito suizo, lugar en donde vivieron los abuelos del cineasta. Ahí, en ese lugar, en una escuela más abierta que sus similares canadiense, Alphée parece hacer avances. No a una velocidad "normal" pero, ¿quién puede definir normalidad? El gran problema de Alphée de las Estrellas es el ¿inevitable? involucramiento del director y papá de la criatura. La voz en off, en forma de una especie de carta de amor a su hijita, cae en más de una ocasión en los excesos (dizque) poéticos, además de que domina en el filme una idealización visual/narrativa de los problemas de toda la familia y de Alphée. No hay nada que nuble los heroicos esfuerzos del papá Hugo, de la mamá Laure y del hermanito mayor Colin por ayudar a Alphée. Por supuesto, la experiencia que nos transmite el cineasta es la de él y no la de cualquier otro, pero por lo mismo la película termina convertida en una larga y repetitiva home-movie en la que realmente no pasa nada que otras familias en condiciones similares -y de hecho, mucho peores- hayan vivido, pues no todo mundo puede irse un año escolar a Suiza, vivir de sus rentas y hacer una película mientras tanto. Es bastante más lograda, de lejos, Sarah Prefiere Correr (Sarah Préfère la Course, Canadá, 2013), opera prima de Chloé Robichaud, exhibida en Una Cierta Mirada en Cannes 2013. La Sarah del título (espléndida Sophie Desmarais) es una jovencita de 20 años que deja Quebec para irse a vivir a Montreal con su amigo Antoine (Jean-Sébastien Courchesne), pues ella no desea otra cosa en la vida que correr y en la Universidad McGill de Montreal puede formar parte del equipo, con la meta, por lo pronto, de terminar en la selección nacional de atletismo. Sarah tiene que vencer algunos obstáculos: su falta de dinero -el por qué no puede tramitar una beca deportiva en la Universidad se me escapa-; el rechazo de su madre a que construya su vida alrededor de correr -hay una razón para ello que sabremos hacia la mitad del filme-; la relación con Antoine, que empieza como simple amistad pero que se convierte en algo más cuando acepta la idea de casarse con él para obtener una ayuda económica que el gobierno otorga a parejas jóvenes universitarias-; y, finalmente, la sugerencia -que termina en hecho- de que hay algo en la propia Sarah que ella misma no tenía idea. Sin embargo, todos estos obstáculos no la hacen desfallecer. Ella quiere correr y seguirá corriendo, pésele a quien le pese. La directora debutante Robichaud le saca la vuelta a todo melodramatismo barato. Las "sorpresas" que nos ofrece el personaje central se dan a conocer de manera directa o, en su defecto, se sugieren a través de una sabia elipsis escamoteadora. Este tono narrativo le hace justicia a Sarah, quien no hace demasiados tangos por lo que sucede a su alrededor ni, tampoco, intelectualiza el acto de correr. No es que sea inarticulada: lo que pasa es que le gusta correr y ya. No quiere -¿o no puede o no sabe?- hacer otra cosa. Otras hablan de cuando lleguen a los Juegos Olímpicos. Ella solo piensa en la siguiente carrera.