En Irán, el país del Ayatola Jomeini y en el que las mujeres son perseguidas por no llevar el velo, se está produciendo un fenómeno muy interesante. Se están abriendo cafés como si no hubiera un mañana. Para mí es un signo inequívoco de cambio al que hay que sumar que las recientes elecciones las ganó un moderado del régimen. Hace cinco años la cifra de negocio era de 430.000 euros anules. En tan solo 9 meses se ha pasado a los 3 millones, lo que indica la pujanza del negocio.
Los cafés son lugares de reunión donde la gente pasa ratos tranquilos en pareja o con amigos. En ellos se puede leer, escuchar música o conectarse a los medios de información internacionales mediante el ordenador. Son espacios en los que personas de distinto sexo se pueden relacionar para hablar, reunirse o tener conductas que para el régimen iraní son inmorales. Los códigos de vestimenta, contrarios a la ley sharia, se relajan y permiten cortes de pelo y el uso de ropas occidentales. Constituyen un símbolo de libertad en torno al que se reunen jóvenes y adultos.
Para los ilustrados franceses, los cafés fueron espacios de pensamiento donde prevaleció la razón. Algo parecido puede ocurrir en un país donde no hay bares y donde está prohibido el alcohol. El paralelismo con lo que ocurrió en Europa en el siglo XVIII puede dar pistas de por dónde puede navegar el nuevo gobierno. Puestos a desear, podemos esperar una apertura que acerque el país a Occidente y en el que la mujer deje de estar sometida a unas costumbres contrarias a los derechos humanos.