Por Juan Pablo Palladino y Lucio Latorre
juanpabloteina@yahoo.es / lucioteina@yahoo.es
Los cambios de la economía del último cuarto del siglo XX han reconfigurado ciudades como Nueva York, Londres, Tokio, Barcelona, San Pablo, México o Buenos Aires, cada una en su medida y con sus particularidades. Territorios donde se articula la nueva economía, aquella que depende de las tecnologías de la información, y donde se encarnan las modalidades sociales y urbanas del orden mundial avanzado. Desde la arquitectura, con edificios emblema que alojan al poder financiero y a los servicios de producción punta, hasta la sociedad, con la aparición de nuevos estilos de vida y una evidente polarización de la población según estén dentro o fuera, incluidos o excluidos. Ciudades que evidencian el dramático cambio que sufrió el sistema de la política interestatal a partir de la década del 80. Entonces los estados nacionales cedieron a la desregulación, la privatización y la apertura de sus economías a las firmas extranjeras. Empezó a crecer la participación de actores de las economías nacionales en el mercado global. Y, con ello, la conformación de esa urbes en nodos de la globalización. La estructuración de estas ciudad, hace más de dos décadas, llamó la atención de la socióloga Saskia Sassen, una holandesa que residió hasta su juventud en Argentina y que ahora lo hace en Estados Unidos. Entonces se dispuso a estudiarlas. Más tarde sugirió la teoría de la ciudad global, que dio nombre a su principal obra, y que la convirtió en una reconocida especialista en dinámicas urbanas del nuevo capitalismo. Sassen enseña sociología en la Universidad de Chicago y, como invitada, en la London School of Economics. Completan su colección otros libros, como Contra-geografías de la globalización; Género y ciudadanía en los circuitos transfronterizos; La soberanía en la era de la globalización; Traficantes de sueños y ¿Perdiendo el control? De este último, confiesa antes de la entrevista, opina que la traducción del título al castellano por parte de la editorial ha sido un tanto «tremendista». ¿Qué entiende por nueva economía? Es un concepto muy ambiguo, porque nuevas economías han pasado por todos los siglos. Pero en el contexto actual, en un cierto tiempo y espacio, es aquélla que usa de manera muy intensa las nuevas tecnologías de la digitación; tanto para cuestiones de redes interactivas como de softwarede servicios que se pueden vender. No tanto objetos, más bien servicios. Y refiere también a cómo eso se va expandiendo y va alterando sectores de la economía. Sectores que quizá están produciendo algo que no es digital, sí, pero cuyo proceso de producción, de distribución, de concepción o de ejecución este componente está presente. Esta definición tan amplia implica que hay muchas modalidades a través de las cuales este fenómeno afecta a las distintas ciudades. Y como en mi investigación yo no puedo manejar un concepto tan amplio y general, raramente utilizo el de nueva economía: lo encuentro demasiado general. Es una imagen muy poderosa pero no me es útil. Muchas ciudades modernas se conformaron a partir de la industrialización. ¿Cómo afecta la nueva economía a las ciudades? Por otra parte, ¿cuáles son realmente las que se ven afectadas? Esta nueva modalidad de producción y distribución, que usa esta nueva tecnología, forma parte de todos los sectores económicos. Si bien lo hace mucho más en las finanzas que en la agricultura, también está en ésta. Y afecta a distintas ciudades en una variedad de modos. A mí lo que me ha interesado comprender se refiere a la dinámicas más profundas en urbes complejas, entre las cuales están las ciudades globales (porque también hay ciudades complejas que no son tan globales). Así entramos en un debate familiar: con estas tecnologías algunas de las viejas lógicas que explicaban la aglomeración urbana dejan de tener tanto peso. Una nueva tendencia de urbanización... En realidad la mitad de la tendencia. La otra es que, para ciertos sectores, especialmente los de punta, la posibilidad de la dispersión geográfica de sus actividades –por ejemplo, la posibilidad de Mc Donald's de desparramarse como una firma financiera con filiales e inversiones por todo el mundo-, genera una necesidad contraria. Es decir, una necesidad de funciones de comando que, irónicamente, implican una reterritorialización, una nueva lógica de aglomeración. Para ciudades más pequeñas, esa tendencia puede tener toda una multiplicidad de consecuencias. Entonces, a distinta escala, esta tendencia es una mezcla de dispersión geográfica y reterritorialización en forma de aglomeración urbana de ciertas actividades de punta. Eso se evidencia en muchas ciudades, también en las que no tienen nada que ver con la globalización, porque encuentran esas dinámicas a nivel de su economía nacional. Cada vez más ciudades se lanzan, a veces de manera precipitada, a construir edificios-emblemas, encarar importantes transformaciones urbanas y organizar grandes eventos. Hay quienes dicen que esto es indispensable para atraer inversiones y hacer «ciudad global». Sólo es una cuestión de una fase. Cuando desarrollé este modelo corría la década del 80, y eso se empezaba a vislumbrar en ciudades como Nueva York o Londres, que sufrían la bancarrota, con crisis fiscales enormes en la década anterior y todas las predicciones de que estaban terminadas. Y en los ochenta vemos una serie de intervenciones que restablecen el espacio urbano a unos precios muchos más altos. Ahora bien, lo que yo no me esperaba era que esa dinámica se diera en los 90 también en Beirut, en Buenos Aires, en todo el mundo. ¿Una dinámica necesaria, entonces? Yo lo plantearía, más bien, por medio de dos cuestiones. La primera: si es necesaria para el desarrollo urbano en esta época. Porque todo tiene su historicidad, aquí nada es eterno, de la misma forma que la crisis fiscal de aquellas ciudades no duró para siempre. Dentro de esta historicidad, ¿es necesario para el desarrollo urbano o es un posible modelo que genera rentas para un suficiente número de sectores del poder que lo ven atractivo? Este tipo de inversiones se da por todo el mundo, de forma impresionante. Esta noción del edificio más alto, de arquitectura que refleja el poder simbólico, es en ciertos casos una especie de modelo, que también se observa en ciudades asiáticas. Por otro lado, hay una expansión de un cierto tipo de firma, de empresa, y de un cierto tipo de trabajador (de oficina, de alto nivel profesional) que tienen una capacidad de renta enorme, que se encuentran en un mercado global competitivo, y para los cuales estar en determinadas ciudades, en determinado edificio, etcétera... importa. Forma parte de un ambiente espeso que mezcla cuestiones simbólicas con cuestiones de necesidad real. Aunque no creo que sea sólo de necesidad. CIUDADES GLOBALES Algunos critican que las «ciudades globales» están más conectadas y complementadas entre ellas que a su entorno, al que le dan las espaldas. Eso es una tendencia básica muy importante, lo cual no significa que opera con la misma intensidad en todos lados. Por ejemplo, Nueva York o Londres representan realmente ese caso. O sea, que no importa demasiado lo que pasa en el entorno, no importa demasiado la economía regional, la cual puede incluir manufactura, industria. Pero en ciudades que pertenecen al nivel sub-global, observamos una exageración del papel de la ciudad principal —esto es: del centro financiero y comercial—, que nos recuerda al viejo colonialismo. Esas ciudades articulan un espacio económico nacional con los circuitos globales. Así, con la globalización, especialmente en el sur, en la década de los noventa, se vuelve a ese tipo de articulación. ¿Cómo pasa con Buenos Aires? En la urbanística clásica, se entendía que la jerarquía urbana integraba al territorio nacional. Entonces, cuando una ciudad como Buenos Aires se vuelve ciudad global como lo hizo en los 90, integra el territorio nacional, con un objetivo muy estrecho y con formas especializadas de articulación. Formas que llevan a la extracción de valores de la economía nacional y su inserción en circuitos globales... y vaya uno a saber dónde para la renta. Puede hacerlo en Nueva York, en inversiones argentinas en España. Se trata de un aspecto muy problemático, una nueva versión, con diferencias, de esas viejas pautas del colonialismo. En Argentina siempre hablábamos de cómo las redes de ferrocarriles tenían como intención conectar al interior con Buenos Aires en vez de conectarse entre ellas. Ahora, eso pasa otra vez. ¿Y cómo desempeña, por ejemplo Buenos Aires, ese papel de ciudad global en el contexto nacional? Una temática que es crucial en mi análisis refiere que hay que pensar en esos centros financieros, y a las finanzas en general, no simplemente en términos de flujo de dinero. Sino como actores con la capacidad de volver líquidos valores económicos que en el pasado pensábamos que eran sólidos, y una vez vueltos líquidos, pueden circular como instrumentos financieros en circuitos globales. Por ejemplo, antes, si tenías la propiedad de un edificio, sobre lo que tenías propiedad era el edificio, la construcción en sí. Ahora existe el instrumento financiero que representa al edificio. Uno tiene propiedad sobre ese instrumento, al que puede vender, comprar nuevamente y volver a vender, y lo puede hacer en cualquier lado del mercado global. A eso me refiero con volver líquidos valores económicos nacionales. Una ciudad como Buenos Aires cumple una función enormemente sofisticada en ese trabajo de licuar, que se da tanto a través de profesionales y empresas argentinas como de filiales de compañías extranjeras. Entonces, podríamos afirmar que las ciudades globales son aquéllas que han logrado adaptarse a la economía globalizada, y donde se sitúan los principales actores del poder que manejan el capitalismo global. Se puede decir eso. Son nodos de ajuste de este sistema. Un ajuste que conlleva la reinvención del espacio central, del espacio valorizado de la ciudad, y que puede estar en el centro mismo o, como en el caso de Argentina, en una región metropolitana. Ese ajuste no es simplemente una decisión, implica toda una revalorización del entramado urbano y un desplazamiento de quienes no entran en esta modalidad. Para mí, la ciudad global tiene dos funciones productivas: una, justamente, la de facilitar, manejar, parte de lo que llamamos «la economía global», la cual no existe simplemente en los mercados electrónicos sino que nace en esas urbes. Esa red de 40 ciudades globales que surge en los 90 cumple la función de expandir la economía global. No responde a una decisión de los jefes urbanos de esas ciudades. La segunda función es política en dos sentidos: desestabiliza viejas políticas de clase y genera nuevas modalidades políticas. ¿Por ejemplo? Emergen dos actores estratégicos. La ciudad global representa un momento en la trayectoria del capital globalizado donde ese capital tan electrónico, poderoso, elusivo, invisible, se vuelve hombres y mujeres, y se convierte en una necesidad de edificios y de infraestructura. En tanto, se vuelve hombres y mujeres que lo quieren todo en el circuito de las oficinas de producción y también en el circuito de reproducción social: sus estilos de vida, sus casas, etcétera. Esa fuerza enorme, privada, se materializa. Se vuelve, hablando en términos marxistas, fuerza social; una fuerza social muy distinta de la vieja burguesía. Junto a ésta, hay una segunda fuerza social emergente: un nuevo plantel de trabajadores, que no son los antiguos sindicados, y que incluye empleados muy vulnerables, a menudo migrantes o inmigrantes, mujeres, ciudadanos minimizados (como los negros, en Nueva York, o los argelinos, en Francia). Trabajadores desprotegidos, que ocupan una posición sistémica en estas ciudades globales, porque también son parte de las dinámicas de la globalización; no todos pero sí muchos. Ellos también logran emerger, forman esa especie de lo que Marx llamaba el Lumpen, aunque conforma un error verlo como tal, ya que constituyen una nueva fuerza social. ¿Cómo conviven estas dos fuerzas sociales? La pregunta que yo me hago es en qué momento estas dos fuerzas sociales se encuentran en combate político. Porque no hay mucho de esto, hay mucha opresión, mucha desigualdad, explotación, pero combate... Las luchas son, más bien, micro-sociales, donde hay mucho anarquismo: los que ocupan casas; la defensa de sectores de bajo nivel social para que sus espacios no se vuelvan apartamentos de lujo, lo cual implicaría su desplazamiento; la lucha contra policías que intentan limpiar una parte de la ciudad para que se vuelva más manejable para un nuevo circuito social, como ocurrió en Río de Janeiro o Sao Paulo. Ésas, para mí, son micro-luchas políticas donde este capital globalizado se confronta. Hay un momento político ahí, que incluye a esa parte de la sociedad que Marx hubiera llamado Lumpen pero que aquí se vuelven actores políticos. Y muchas de las formas de violencia que vemos en la ciudad, que llamamos violencia urbana porque no es como la violencia del robo o del asesinato, expresan esa lucha política. La ciudad global conforma un espacio que también genera esos actores políticos, no simplemente refiere a un aspecto de la economía global. Cabe preguntarse sobre si la aparición de estos nuevos actores políticos exigen una reformulación de las instituciones de gobierno. En muchas de estas ciudades, el gobierno no se ha comportado brillantemente. Pascual Maragall, en su etapa como alcalde de Barcelona, supo cómo manejar esto: si bien no eliminó la desigualdad, la manejó de una manera que permitió una redistribución de los beneficios. La Buenos Aires de los 90, donde hubo un dinamismo económico espectacular a nivel urbano, generó una miseria en las viejas clases medias. Esto es: surgió un plantel de profesionales de mucho ingreso, se embelleció y renovó parte de la estructura de la ciudad, pero no hubo distribución de beneficios. Mientras que en Barcelona se supo cómo redistribuir para que también los sectores populares pudieran extraer alguna ventaja de ese enorme dinamismo que se dio en los últimos 20 años en estas ciudades. Ése es uno de los grandes problemas de gobiernos nacionales y locales, dependiendo de qué parte del mundo se está hablando. Y responde a que los políticos no entienden casi nunca las dinámicas urbanas.