Baile en los Campos Elíseos, 1865. (La Ilustración Española y Americana)
Madrid en el siglo XIX
Después de la muerte de Fernando VII, los dos últimos tercios del siglo XIX se caracterizaron por una constante inestabilidad política, pero al mismo tiempo fueron testigos de la modernización del país y del desarrollo de una industria tímida, más notable en las capitales de la periferia.
Madrid, como capital del Estado, poseía una amplia población compuesta por burgueses, comerciantes de todo tipo, terratenientes, nobles y una ingente población de inmigrantes con escasos recursos, muchos de ellos sin trabajo.
Los rentistas y burócratas difícilmente se cansaban por lo escaso de sus ocupaciones, al igual que los pequeños comerciantes que pasaban el tiempo apoyados en el mostrador de su negocio. Y aunque el Madrid de Isabel II era una ciudad con poca actividad económica, si tenía gran afición por el ocio y la diversión, en especial porque si algo le sobraba a la población era tiempo libre.
Ya en 1834 la sociedad española experimentaba ese impulso renovador de los nuevos tiempos políticos y sociales que se vivían y lo cierto es que las costumbres también experimentaban cambios. Fue entonces cuando la capital comenzó a contar con jardines públicos para solaz de sus habitantes en las noches de estío. Estos fueron el Tívoli, las Delicias y el Apolo. El primero estaba donde ahora se encuentra el Hotel Ritz, lugar donde allá por 1885 se halló el Circo Hipódromo y adonde después se trasladó el teatro de Maravillas que acabó por llamarse Tívoli también. El jardín de las Delicias se encontraba en Recoletos, por donde más adelante se levantó el primer Circo de Price. Y el Apolo, que estaba en lo alto de la calle de Fuencarral, entre la calle del Divino Pastor y la calle que se llamó de Peninsular, más tarde de Malasaña.
Interior de la Salón de Conciertos y bailes de Los Campos Elíseos de Madrid. Ilustración de Severini publicada el 16 de julio de 1865 en el número 29 de “Museo Universal”.
Los Campos Elíseos
Siguiendo la estela de lugares de ocio ya existentes en París, Burdeos o Barcelona, y continuando la moda de los espacios de “socialización” ya citados en el Paseo del Prado como los jardines del Paraíso o los del Elíseo Madrileño (más adelante se construirían los del Buen Retiro, en la antigua huerta de San Juan, hoy Ayuntamiento de Madrid, y alguno más superado el ensanche), el promotor catalán José Casadesús encargó al arquitecto Lucas María Palacios y Rodríguez (Castropol, 1819) la elaboración del proyecto de unos jardines de recreo, los Campos Elíseos. La sociedad creada para tal fin contó con un capital de ocho millones y medio de reales en acciones. El Ayuntamiento de Madrid autorizó la obra, si bien con carácter provisional, pues el ensanche de Castro se encontraba en pleno desarrollo y la urbanización de la ampliación oriental de la ciudad promovida por el marqués de Salamanca se habría de ejecutar en breve.
Inauguración de los Campos Elíseos
Los Campos Elíseos se extendían por las actuales calles de Alcalá, Velázquez, Goya y Castelló. Para la inauguración, el 18 de junio de 1864, los habitantes de Madrid, que apenas tenían diversiones en las tórridas noches de verano más allá de los Círcos Príncipe Alfonso y Price, acudieron en masa al acto. El sitio era amplio, pero como fue creado con gran prisa, carecía de lo indispensable en todo jardín. Las plantas, flores y árboles aún no disponían del tamaño suficiente como para hacer fronda y dar alivio y frescor a los visitantes, si bien la temperatura en la noche era agradable en este lugar.
En la inauguración, se estrenó el baile “Gisela o Las Willis”, baile fantastico en dos actos obra de Theophile Gautier ,que fue todo un éxito. El jueves 25 de junio de 1864, santos de San Guillermo confesor y Santa Orosía, virgen y martir, se daba la primera representación de ópera en el teatro de los Campos Elíseos para la presentación de la compañía de ópera con la obra Guillermo Tell de Rossini, dirigida por el maestro Francisco Asenjo Barbieri, con la Garelli, que se hizo aplaudir con profusión. El resto de la compañía cumplió más que sobradamente. Y el domingo 28, se celebró el primer concierto al aire libre con orquesta, coros y banda militar bajo la batuta del propio Barbieri.
La sala era amplia y de planta rectangular, con cuatro pisos de altura. En las tres primeras plantas se repartían los palcos. Los antepalcos tenían capacidad para cinco o seis personas cómodamente distribuidas. El techo estaba pintado con gusto exquisito y elegante sencillez. Y el escenario, aunque no tan espacioso como la sala, tenía buenas dimensiones. Poseía cuatro lucernas a gas, de fino gusto, colgadas cerca de los ángulos y en la parte interior de éstos había bustos que representaban personajes célebres, así como en las explanadas del piso principal que miraba al jardín. Sobre el telón que escondía la embocadura y completamente fuera se leía el nombre del inmortal Rossini, a quien dicen que se le pidió permiso para llamar al teatro con su nombre y que acepto el honor gustósamente.
A pesar de las carencias ya comentadas, este teatro llegó a competir, tanto en precio como en espectáculos con el mismísimo Teatro Real, al que suplía en la temporada de verano.
También era agradable el salón de conciertos, en forma de tienda de campaña, cuya orquesta compuesta por 70 profesores y 100 voces de ambos sexo, interpretaba celebradas piezas conocidas por todos.
Vista de la ría de los Campos Eliseos de Madrid. Ilustración publicada en el número 24 de “Museo Universal” el 26 de Junio de 1864.
Otras instalaciones
Además, el parque contaba con otros entretenimientos y diversiones como la plaza de toros, aprovechada de una antigua plaza de becerros que funcionaba desde principios de 1860 y que tras ser denunciada por deficiencias estructurales, se demolió en 1874 para hacer un nuevo coso diseñado por el arquitecto José Asensio Berdiguer que la hizo de treinta y dos metros de radio, muros de fábrica y pies derechos de madera con sus zapatas. La plaza desaparecería hacia 1881, siendo junto con el templete que describe Pedro de Répide en La Esfera, de las últimas construcciones que permanecieron de estos Campos Elíseos.
La montaña rusa construida de mampostería y maderos, de vertiginosas pendientes, rodeaba el coso y hacía las delicias de los jóvenes. También tenía Casa de baños, Tiro de pistola y de palomas, Sala de billar, Columpios, Balanza, Cosmorama, Fonda, Café y Ría con vapor de ruedas y cinco falúas.
La entrada a los jardines costaba 2 reales hasta las cinco de la tarde y 4 desde esta hora en adelante. Había un servicio, al parecer escaso, de ómnibus desde la Puerta del Sol hasta los Campos, a real por asiento.
Casa de Baños en las instalaciones de los Campos Eliseos de Madrid. Ilustración publicada en el número 24 de “Museo Universal” el 26 de Junio de 1864.
La Fonda o restaurante tenía gabinetes aislados, con el nombre de cada una de las provincias de España. Según se cuenta en crónicas de la época, en los primeros días la fonda dejaba mucho que desear, pues a partir de las diez de la noche no solía quedar más que cerveza y limonada.
No obstante, El Imparcial el 29 de junio de 1870, hacía mención en su sección de espectáculos, a los méritos ganados con el tiempo en los servicios de restaurante y café con precios, calidad y atención tan excelentes como en los mejores establecimientos de la capital. También encomiaba los espectáculos del teatro Rossini y las actuaciones que se hacían en los jardines del parque para entretenimiento del público.
Un poco más arriba de la fonda, subiendo por dos escalinatas que partían de la explanada “polivalente” se encontraba la Casa de Baños. A la entrada de este establecimiento había un salón de descanso con el techo pintado con aguadas. Los cuartos de las pilas daban a un jardincillo triangular. Más adelante se encontraba un salón circular con palcos junto al arco de la circunferencia, que servía para el baile.
El divertido caso del elefante asiático
Equilibrista ascendiendo por la Montaña en espiral en la antigua plaza de toros de Madrid. (FOTO: J. Laurent, 1857)
Últimos años del parque
Pasados tres años de su inauguración, en 1867, el empresario y músico Joaquín Gaztambide que ya había arrendado la plaza de toros para dar 40 funciones de toretes, alquiló el parque de atracciones durante el verano, programando actuaciones de la banda militar dirigida por Julio Mateos en la gran plaza que había delante del teatro, amenizándolo con ascensos en globo Montgolfier y fuegos de artificio a la noche. Se destinó, además, un espacio para bailes campestres con entrada de 2 reales billete de pago aparte. Para ello contrató a la orquesta Vilamala, auna compañía mímico-veneciana, dirigida por los hermanos Lorenzo y Antonio Chiarini, uno como maschera dell’Arlechino y el otro como maschera del Pierrot, representando numerosas piezas teatrales. También se animaba al público a participar en el juego de la cucaña, con premios de veinte reales. Los hermanos Onofri ejecutaban en el interior del teatro arriesgados ejercicios gimnásticos en el aire utilizando anillas suspendidas, escaleras y trapecios. Y el gimnasta Mr. Ethardo ascendía y descendía de pie sobre una gran esfera la montaña espiral en un diabólico ejercicio de equilibrio.
Para hacer más atractivo el programa, Gaztambide llamó a Barbieri para que diese una serie de conciertos en la conocida como “tienda de campaña”, a la que acudio mucha gente pasando muy buenos ratos.
En 1968 la compañía de ópera del Teatro Rossini inauguró su temporada el día 10 de junio con Don Bucéfalo, de Cagnoni. Sin embargo, se suspendieron las funciones en julio para sustituirlas por pequeñas representaciones de piezas declamadas o bailadas, que marcaban el creciente desinterés por lo que en los Campos se hacía. La Revolución de Septiembre de 1868 agudizó aún más la situación.
Aún así, el parque de recreo siguió funcionando, cada vez con menos interés para los madrileños, hasta finales de 1880, fecha en la que expiraba el periodo máximo de contrato de 15 años, y bajo la presión del nuevo barrio de Salamanca que se extendía lentamente hacia el Este de la capital.
(Pedro de Répide en La Esfera, nº 99, 20 de noviembre de 1915. Pág. 7)
“Pero cayeron las tapias de Madrid en 1869. El barrio de Salamanca creció con rapidez enorme, y la misma plaza de toros inmediata a la Puerta de Alcalá, tuvo que resignarse a sucumbir mientras se alzaba en sitio entonces lejano el nuevo coso, y los Campos Elíseos, los únicos jardines de esa índole que ha habido en Madrid, dignos de una gran capital, decayeron hasta desaparecer, cuando su copioso arbolado, desarrollado con una profundidad y una fuerza extraordinarias, había convertido al vergel en un bosque hermosísimo.
Había comenzado la época de los jardines del Buen Retiro, nombre que se dio a aquella parte del antiguo Real Sitio que se llamaba huerta del Rey o de San Juan. La corte de Don Amadeo de Saboya comenzó a ponerlos de moda. Las piezas bufas y las revistas políticas atraían el público a su teatrillo (…)
Y murieron los Campos Elíseos. Recuerdo de una época de ansiedades, de impulsos nuevos, de conmoción violenta en nuestra historia. Como vestigio de aquellos jardines, ahí queda ese pedazo de ellos, librado ya de una completa desaparición l quedar acotado dentro del recinto de una casa particular. Ese alcor que corona un templete griego de aquellos tiempos de parodia helénica en que retozaban no sólo juguetonas, sino también demoledoras, las notas alegres y crueles de los can-canes de Offembach.” (Pedro de Répide, La Esfera, nº99 , pág. 7, 20/11/1915).
Referencias.-
El Periódico Ilustrado, 1865.
Escenas Contemporáneas
Revista Biográfica Tomo I.
Madrid, 1861
El Imparcial, 1 de agosto de 1868
La Violeta. Revista Hispano-Americana, nº 79
5 de junio de 1864
Almanaque musical para 1865. Capellanes, 10. Imprenta de josé Mª Ducazal, Plaza de Isabel II, nº 6. 1865
Biblioteca Digital Hispanica (BNE)
La Esfera, nº 99, 20 de noviembre de 1915
La España Moderna, Nº 296, Octubre 1913
Revista “Museo Universal“, 26 de Junio de 1864
La Ilustración Española y Americana, 1864-66.
VV.AA.
Madrid. Historia de una capital.
Alianza Editorial. Madrid, 1995
VV.AA.
El Ensanche de Madrid. Historia de una capital
Editorial Complutense
Madrid, 2008
Sánchez Menchero, M. (2009). Cinco cuadros al fresco. Los jardines de recreo en Madrid (1860-1890). Culturales, 141-168.