El 20 de septiembre de 2013 asistí, en la Casa de América de Madrid, a la presentación de la novela El camino de Ida de Ricardo Piglia (Adrogué, 1941 – Buenos Aires, 2017). Resulta raro pensar –lo leo ahora en prensa– que justo entonces, en septiembre de 2013, a Piglia le habían diagnosticado la enfermedad de ELA, que acabaría con su vida, tres años después, en enero de 2017. En aquel momento de la presentación de El camino de Ida, Piglia era un escritor de setenta y tres años divertido, vital y lleno de ambición. Acabó el acto comentando que tenía tres proyectos entre manos: el primero sería escribir una novela sobre su abuelo, un inmigrante italiano en Argentina, que en el año 1915, en plena Primera Guerra Mundial, decide enviar a su mujer embarazada de vuelta a Italia para tener allí al que será el padre de Ricardo Piglia. El segundo proyecto era escribir un conjunto de relatos con Croce, el policía del pueblo de Blanco Nocturno, como protagonista, solucionando enigmas no necesariamente criminales. Y el tercero sería un ensayo sobre la figura del escritor en la literatura y que se emparentaría con su obra El último lector.
Me alegró mucho descubrir en septiembre de 2018 que Anagrama publicaba Los casos del comisario Croce; al menos el segundo de los proyectos de Piglia se ha hecho realidad, pensé y, sin dudarlo, le solicité el libro a la editorial para poder escribir una reseña sobre él. Por lo que leo en internet, Piglia dejó, antes de su muerte, preparados otros libros para su publicación, que principalmente son ensayos, pero entre ellos no se encuentran los otros dos libros de los que habló aquella tarde de 2013 en la Casa de América. Espero que este material esté entre sus inéditos y que llegue a publicarse.
Los casos del comisario Croce reúne doce cuentos, ocho de los cuales son inéditos. Desconozco dónde se habían publicado los otros cuatro. Yo he leído todos por primera vez, y me ha parecido una lectura muy coherente, un libro muy cerrado y no he percibido, en ningún momento, que a la escritura de estos cuentos la separarse ningún periodo de tiempo extenso.
El libro se abre con un divertido texto de Karl Marx titulado Liminar, que habla sobre la importancia social de la figura del criminal: «El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal, (…), toda la policía y la administración de justicia penal. (…) Produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias.»
Después de esto, el lector entrará en el mundo del comisario Croce. El primer cuento se titula La música y al finalizar sus diez páginas siento el pálpito de la gran literatura y me siento muy feliz. Es decir, Piglia siempre ha sido uno de mis autores hispanoamericanos favoritos, pero temía que este libro póstumo no estuviera a la altura de lo que podía esperar de él. El libro, lo digo desde ya, ha superado mis expectativas con creces. Lo he disfrutado mucho. El lector de Piglia ya conocía a Croce por la novela Blanco nocturno, como he apuntando al principio. En este libro, se señalaba que el pueblo en el que Croce hacía de policía era Adrogué, lugar de nacimiento de Piglia. En Los casos del comisario Croce, no se da este dato, simplemente se habla de un pueblo de la Pampa. La música nos lleva a 1967. Croce trata de ayudar en un caso de falsa acusación. Él sabe que la persona que han encerrado por un asesinato es inocente, pero no puede probarlo y habrá de cumplir condena, de un modo injusto, durante casi cinco años. Croce es ya en este cuento un comisario maduro, alguien que ha sabido asumir los errores de la justicia y las malas pasadas de la vida. Alguien que, como sabremos por otros relatos, ha sido perseguido y ha corrido peligro de muerte tras el golpe de estado que apartó a Juan Domingo Perón del poder en 1955.
No estaba seguro de cómo iba Piglia a plantear los casos policiales de su personaje. En realidad, no trata de plantear un pequeño juego de salón al estilo de los casos resueltos por detectives como Sherlock Holmes (la creación de Arthur Conan Doyle) o el Padre Brown (la creación de G. K. Chesterton), sino que, más en consonancia con la tradición norteamericana del género, Piglia hará enfrentarse a Croce a la oscuridad de la condición humana. Y para mostrar esta condición humana se valdrá de pequeñas paradojas, en apariencia absurdas (por ejemplo, un hombre sale de ganar en un casino y se suicida). Y aquí, en consonancia con algunos de los planteamientos del maestro Jorge Luis Borges, al que Piglia nunca quiso seguir, es donde se despliega la capacidad de juego de Piglia. Me han encantado los detalles que rodean a la anécdota contada en La música; la descripción del pueblo de la Pampa; la presentación del personaje de Rosa, bibliotecaria del pueblo y amante de Croce, que aparecerá en otros relatos; la caída de un meteorito del cielo, que anuncia a Croce (y al lector) la entrada en el mundo de lo imprevisible, de aquello que se puede descubrir mediante la intuición, la conexión libre de ideas y las premoniciones de los sueños (métodos deductivos habituales en Croce).
La película, que se adentra en un mito popular de la cultura argentina (supuestamente existía una película porno protagonizada por Eva Perón) me ha parecido un homenaje al Rodolfo Walsh del cuento Esa mujer, donde también se habla de Eva Perón sin nombrarla. Un cuento que en una votación –en la que participaron escritores, críticos y editores– apareció como el mejor cuento de la literatura argentina. En este libro de Piglia existe una voluntad de homenajear (conversar o celebrar) la historia de la literatura argentina. Diría que Roberto Arlt está presenté en más de una presentación de personajes extremos y Croce es un comisario de la vieja escuela que puede recitar de memoria El Gaucho Martín Fierro de José Hernández. «Primero tenía que formular el enigma, para luego ver si podía resolverlo.» (pág. 26) En el estilo, debido sobre todo a la adjetivación densa y oscura, la escritura de este cuento me ha recordado a la de Juan Carlos Onetti: «Todo era demasiado irreal y demasiado atroz», leemos en la página 31.
En algunos de estos relatos Croce ya está jubilado («Croce había sido jubilado de oficio un año antes y estaba retirado, era un excomisario, pero los lugareños no hacían caso a esas minucias y lo llamaban siempre que andaban en problemas.», leemos en el cuento El jugador) y en otros es todavía un joven policía. A esos últimos pertenece El Astrólogo, que trata sobre un célebre criminal argentino, que también fue un activista político, y está ambientado en la década de 1930. «Soy un simple comisario de pueblo, pero no se imagina las cosas que he visto…», le dice Croce al Astrólogo en la página 46.
La idea de El jugador estaba ya insinuada en los Diarios de Piglia: escribir un relato sobre una persona que va a un casino, gana y luego se suicida. Aparecen muchos jugadores de cartas y frecuentadores de casinos en este libro, sujetos en los que Piglia y Croce fijan su mirada. En cierto modo, El jugador parece un homenaje al Juan José Saer de una novela como Cicatrices, en la que se hablaba del juego de primera mano (Saer fue un ludópata).
En La excepción Croce resuelve un misterio histórico gracias a la interpretación de unos poemas (y esto parece todo un homenaje a Borges). Aquí se vuelve a hablar del militar Urquiza, personaje histórico sobre el que Piglia ya escribió en un cuento de La invasión.
El impenetrable habla de las dobles vidas y el deseo de desaparición. «De las hipótesis posibles, la verdadera resultó la más sorprendente.», leemos en la página 79. La acción se sitúa en el mundo fluvial de los riachos del Paraná, en su mundo de gente esquiva y de lanchas, escenario de la novela Sudeste de Haroldo Conti, al que El impenetrable parece rendir homenaje.
La señora X se sirve del recurso de la carta anónima para presentar un caso de abusos sexuales y, con una triquiñuela a lo Borges, el culpable acabará entre rejas gracias a su deseo de ocultar la verdad. «“La mentira a veces es un camino para que triunfe la ley”, concluyó sarcástico Croce.», pág. 104.
La promesa trata sobre un caso religioso, y algunos de sus planteamientos me ha recordado a los de los cuentos de terror de Mariana Enriquez.
En La conferencia, Croce se convierte en uno de los escasos asistentes del pueblo a una charla de un escritor que es, ni más ni menos, que en el mismísimo Borges. El escritor conseguirá dormir a Croce sobre su silla, hasta que empieza a hablar del crimen perfecto. Croce acabará en la estación de tren esperando con Borges, y le contará a éste uno de sus casos.
En El Tigre el narrador es, como en tantos otros libros de Piglia, su alterego Renzi, que narra un encuentro en esta zona de ríos, cercana a Buenos Aires. Croce tiene que desaparecer porque la dictadura de 1955 sigue sus pasos. Renzi y Croce recuerdan los días que se conocieron, narrados en Blanco nocturno. Croce, igual que ya hizo con Borges, le contará varios de sus casos a Renzi.
En La resolución, Renzi vuelve a ser el narrador; así empieza: «Vamos a analizar un caso y tratar de sintetizar el modo de trabajar de Croce.» (pág. 146) El método es de construcción similar a La resolución y trata sobre un asesinato entre estudiantes jesuitas.
El libro finaliza con una nota del propio Piglia, en la que nos informa que escribió estos cuentos usando el Tobii, un programa para escribir con la mirada, debido a lo avanzado de su enfermedad, y se pregunta si esto cambiará su escritura. A mí estos cuentos me han parecido bellos y precisos, de lenguaje conciso e inteligente. Unos relatos que trascienden las posibles limitaciones del género policial y que para mí hacen que Los casos del comisario Croce se encuentre, desde ya, entre mis libros favoritos de Ricardo Piglia. Una muy grata lectura. Queremos tanto a Piglia.