Decía un antiguo director general de una pequeña Caja de Ahorros, hace treinta y tantos años, que la banca era un negocio para tontos. Y que para hundir un banco – él procedía de la banca- había que serlo, y mucho. Su argumento era tan básico como cierto.
Se trata de coger dinero a un tipo de interés determinado y prestarlo más caro, con garantías, a quien tenga capacidad de devolverlo; aparte de las comisiones correspondientes por ello y por otros muchos servicios. Conociendo tus costes en general, y añadiendo la prima correspondiente al riesgo que corras financiando según qué sectores económicos, finalidad, clientes y plazos, sólo se trata de fijar el margen adicional u holgura que quieras tener y los mercados te permitan, y ahí está el beneficio bruto teórico. Hasta el emprendedor más rupestre sabe hacer eso en su empresa o negocio.
Los artistas
Pues bien, hete aquí que los chuflas que han dirigido muchas Cajas – también algunos bancos- presidido, vice o copresidido y aconsejado – en sus consejos y comisiones de todo tipo- y hasta asesorado en los últimos decenios, las han mandado al desolladero tras hacerles una infame faena y salir la mayoría a almohadillazos, y otros camuflados entre monosabios y ‘mulilleros’ de arrastre, cuando no huyendo por el tendido clamando indignados como si ellos pagaran también la fiesta. De juzgado de guardia; pocas veces mejor dicho.
Las vergüenzas
Pero, con asombrar tanta estulticia, lo que más vergüenza ajena produce son las explicaciones, por decir algo, de los pocos que han llamado a los juzgados – en Madrid, por ejemplo- o a algunos parlamentos regionales como al de Valencia. Resulta que quienes dirigían las operaciones, tan engolados ellos, embutidos con gran boato en sus costosos trajes – migajas al lado de las millonadas que cobraban- lo hicieron todo muy bien. Y hemos descubierto, también, que los que asistían enormemente satisfechos por la deferencia de sus nombramientos a sus consejos de administración – cobrando las canonjías directas e indirectas correspondientes, algunas muy sustanciosas- , ni pintaban ni se enteraban de nada porque no tenían la formación suficiente, o, ingenua y agradecidamente, se fiaban de los máximos dirigentes ¡Qué jeta!
Pero claro, es fácil de entender. Los capos de verdad: presidentes ejecutivos o directores generales, procuraban satisfacer a los resortes de poder de las distintas taifas territoriales en las que reinaban para seguir mangoneando el cotarro sin cortapisas. Así, desde presidencias de CCAA, alcaldías, partidos, sindicatos, universidades, y organizaciones empresariales y de todo pelaje, más grupos de empleados domesticados o por domesticar, tenían sus cuotas de ‘panzas agradecidas’ en los órganos de gestión y representación de las entidades, empezando por sus descoloridas asambleas generales, en las que los síes borregueros eran la norma a cuanto les proponían desde la tribuna los que manejaban los hilos ‘titiritescos’.
Las cuantiosas golfadas
Cuando se oyen las milmillonarias cantidades de euros de los diferentes estropicios,hasta el más enterado se pregunta que cómo es posible tanta ruina y que dónde ha ido a parar tanto dinero. Y les suena como a un diabólico disparate del ‘monopoly’ más salvaje. Pero el pueblo llano habla directamente de golfería manifiesta.
En este mismo blog publicamos hace unos meses tres artículos consecutivos sobre “Cómo acabaron con las Cajas de Ahorros” – para quien tenga interés están en su archivo-. Pero todavía hoy me pregunto que cómo es posible que se juntara tanto cenutrio en tan insignes y señeras instituciones. Porque, como decía aquel viejo y añorado director general y se diría en la huerta, ‘se necesita ser muy tonto para hundir un Banco o una Caja’. Cuando no algo peor.
La desnaturalización
Sin ser la causa, pero sí una ‘ayuda’ referencial, me acuerdo de cuando empezaron a cambiar las políticas de personal y resultaba que no era bastante con ser un tipo medianamente instruido y con la dosis suficiente de inteligencia, ilusión,capacidad y ganas, para desempeñar cualquier puesto en oficinas o departamentos, sino que primaban las titulaciones sobre todas las cosas. Si además había algún máster ya era la ‘releche’. Olvidando absurdamente, en muchas ocasiones, aquel viejo aserto de que “lo que natura no da, Salamanca no presta”. Desconocer las entretelas de un cliente por desmotivación y desgana- ¿para qué he estudiado yo una carrera?- es el principio del fin.
Y a nivel de puestos directivos ocurrió igual o peor. A la postre resultó que a mayor especialización teórica mayores desmanes. No haber captado en tu vida a un cliente no es lo mejor para analizar el riesgo de un crédito o marcar políticas comerciales.Porque, a todo esto, ni la mayoría de instruidos empleados conocían el valor de un cliente, y más bien lo desatendían, ni los sucesivos ilustrados responsables en el escalafón sabían marcar objetivos realistas o rectificar razonablemente sobre la marcha – hasta la cúpula de la pirámide- , ni los sabihondos y ‘cátedros’ más estudiosos de esas Cajas, más sus tropecientos excelentísimos asesores y auditores – algunos todavía dan ‘charlotadas’ por ahí- , se vieron venir el pampaneo.
Por no hablar de miles de directores de oficinas – las personas clave- a los que prejubilaban con poco más de cincuenta años, en el zenit de su experiencia y saber hacer, sustituyéndoles por jóvenes licenciados más baratos que calibraban a los clientes por sus papeles y no por su mirada y trayectoria; por decir algo que, para los que saben del tema, es mucho.
¿Justicia regeneradora?
Con un ejército desmotivado no se puede ganar ninguna guerra. Si a ello le anteponemos el nepotismo político, las narcisistas ambiciones de muchos de sus dirigentes profesionales, y el trinque ocasional de demasiados, más los gobernantes mal decretando, bendiciendo o aplaudiendo, tendremos explicado el circo que inexorablemente arruinó económicamente a más de media España y a su imagen en el mundo.
¿Dónde está la justicia democrática?¿Se le espera?
¡Qué buena cuerda para galeras saldría de ella!Con “los ‘hunos’ y los otros”, que diría Unamuno.