Quizá es por el momento vital en que me encuentro, pero esta película me devolvió una imagen clara, real y optimista de lo que yo, en medio de una nebulosa de confusión, acierto a identificar con mi visión sobre las relaciones personales en las parejas y familias de lesbianas.
Clara, real y optimista. Un trinomio que mi mente considera imposible, pero que esta película me ha ayudado a conjugar.
Clara, porque no rehuye ningún aspecto de la situación que retrata, aunque tampoco se recrea en ellos de manera dramática. Temas como las relaciones sexuales en una pareja estable, la infidelidad, los complejos, la falta de empatía, el miedo, la violencia adolescente, la iniciación sexual, las decepciones, las crisis emocionales, el deseo… son tratados de manera sencilla y directa, como aspectos inevitables de la realidad con los que debemos aprender a lidiar.
Real, porque ninguno de los personajes que aparecen es perfecto, todos muestran sus miserias junto con una buena dosis de heroicidad. Están caracterizados con suficiente complejidad como para reconocer la humanidad que representan; pero, al mismo tiempo, sus personalidades están descritas con la sencillez necesaria para no convertirlos en un dilema abstracto y sin solución.
Optimista, porque, para mí, su mensaje final se podría resumir en la idea de que los problemas tienen solución. No podemos evitarlos, no es necesario evitarlos: debemos enfrentarnos a ellos, de hecho, con la confianza puesta en que tienen solución, aunque no sepamos cuál es o sintamos, por momentos, que nunca seremos capaces de encontrarla. Y esta confianza, en el caso concreto de la película, surge del amor, la comunicación, el respeto y la aceptación que reinan en una familia de mujeres lesbianas: valores con los que me he sentido plenamente identificada.
Una bocanada de aire fresco, un subidón emocional.
¡Encantada!