Los chicos malos

Por Revistaletralibre

Por July Borrero 
A mi imprescindible: Tú
En mi más tierna adolescencia me gustaban los “chicos malos”. Creo que como a todas: cuanto más malos, mejor. Y si a mi padre le daba un infarto con tanta maldad, no había problema, ya se recuperaría, pero yo quería “mi malo” para mí. Porque sí.
En el cole me caían mejor “los malos”, obviamente, porque yo también tenía esa vena de maldad, claro. Hablo de una maldad inocente. ¡Pero el malote que repetía y le pegaba al otro molaba mucho!
A los años, cuando ya se despierta aquello fantástico del deseo sexual, a mí me seguían poniendo los malos. Porque sí.
No sé qué me influyó para ello, pues en mi familia no había hombres que cumplieran las características que tenía que tener “un chico malo”: de niño, la mayor maldad de mi hermano creo que fue ponerse gomina en el pelo, hacerse la raya al medio y no estudiar para un examen de tecnología y, ya en su adolescencia, su mayor maldad fue irse de fiesta a algún pueblo sin avisar.
Ahora que crecemos también cambiamos. Ahora que ya no me ponen los malos. Los malos ya no molan mazo. Ahora quiero chicos buenos. Los buenos sí que molan.
Alguien bueno que cuando discutimos pase un día fatal y al caer la noche se acerque diciendo “no sabes qué día tan malo he pasado”. Y yo, sin decir nada, piense en la mierda de día batallando internamente con mi bipolaridad y mis cabreos absurdos por salir sin permiso. Y todo por haber discutido con mi chico bueno. Tan bueno que entiende mi bipolaridad y mis cabreos, eso que no entiendo ni yo. Alguien tan bueno que me abraza por detrás y me dice: “Eres tonta, nunca sabrás lo que te quiero”. Y yo piense: “Tú sí que eres tonto y tampoco nunca lo sabrás”. Hay cosas que no se sabrán nunca por ser infinitas: como querernos.
Alguien tan bueno que, daros cuenta cómo me define: “Esa chavala es una cabrona, pero esta cabrona es uno de los amores de mi vida”. Y yo piense: “Tú no eres ningún cabrón, eres un chico bueno, pero eres el amor de mi vida”.
Fijaos, alguien tan bueno que, cuando paseamos por la calle, y nos encontramos a uno de mis 800 amores platónicos, casi siempre le digo: “Jo, no quiso estar conmigo” y el chico bueno responde “Ese idiota no sabe lo que se perdió”. Y yo, que siempre he pensado que la perdí fui yo, me pare y diga: “Pues es verdad. Ese imbécil perdió mucho”. Pues alguien bueno así, ¿sabéis?
O tan bueno que me dice: “No le escribas más a tal imbécil. Pasa de él”. Esa bondad que te hace no perder tiempo. Y te evita dolores de cabeza, todo sea dicho.
Alguien cuya bondad no le impide convertirse en otra persona llegado el momento. Os explico: en mi caso, hipocondríaca estabilizada, pues alguien que al llamarlo hipocondríaca perdida se convierte en el médico de turno. Depende de la dolencia que toque ese día. Él se pone la bata blanca y vamos a consulta. ¡Siempre en la sanidad pública, eso sí!
Es alguien tan bueno que no necesita ni bomba de oxígeno para bucear en mis agobios y desbloquearme. Este proceso es casi milagroso, os lo garantizo. Y, como ya digo, sin bomba de oxígeno. Así, como hacen los chicos buenos, me desbloquea y yo pienso: “Joder, qué chaval, hasta el oxígeno se rinde a él”.
Alguien tan bueno que me paraliza cuando estoy al borde de explotar con un simple: “no crees tú que ya está bien”. Y yo, de repente, lo creo. Y sí, ya está bien. Todo porque él lo dice.
¡Ay, los chicos buenos! Con los que frenar enero por las calles, a deshoras y a pleno pulmón, con alguna copa de sobra. No, miento: las copas nunca sobran. Dejémoslo en: con alguna copa. ¡Ay, el apellido que mantener!
Atención a esta: alguien tan bueno que cuando le cuento que no he podido ir al gimnasio, el chico bueno me contesta: “No pasa nada. La tarde se ha terciao así. No es culpa tuya”. Tan bueno que cuando me invita a hacer senderismo sabe que se me han olvidado las zapatillas de deporte de forma totalmente involuntaria. Pues así de bueno, porque sabe que mi voluntad no es no hacer deporte, pero las cosas “se tercían así”.
Alguien tan bueno tan bueno que se dedique a espantar lo feo de tu vida. Que te tape los ojos con excusas absurdas cuando pasa algo feo que no quiere que veas. Tan bueno que se dedique a hacerte reír, que, cada día, de la nada a cualquier hora y porque sí, te envíe alguna tontería porque “me recuerda a ti” o, mejor aún “me recuerda a nosotros”.
Alguien tan bueno que, simplemente, sea tu imprescindible. Como lo eres tú para mí, chico bueno, corazón tan cinco estrellas.
¿Tenéis un olor favorito? ¿Un sabor? ¿Un tacto? ¿Un sonido? Supongo que sí. Pues alguien tan bueno al que dar todo lo favorito en lo que a sentidos se refieren.
Os cuento un secreto: hoy hace 30 años que el mundo es un lugar mucho más bonito. Porque “mi alguien bueno” vino aquí.
Y, como yo le debo tantísimo a mi chico bueno, he pensado: “Joder, si tuviera que pedir ahora mismo un deseo para su vida, sería que todas sus mañanas de sábado huelan a arroz a la cubana, que sus risas tengan el tacto de un balón desgastado y que la música de su vida lleve la melodía de “Ruido”, y para terminar pediría que nos queden muchos kilómetros por recorrer juntos al ritmo de “Dieguitos y Mafaldas” y que siempre mis abrazos le den el calor necesario para respirar, aunque algunos kilómetros nos separen, como me lo dan a mí los suyos”.
Pues justo ese es mi deseo para ti: te deseo un olor, un tacto, una melodía y miles de kilómetros por recorrer. Y el calor de mis abrazos como escudo. Y que nuestros abrazos sigan siendo nuestros escudos ante lo feo del mundo.
Y yo a tu lado. Y sin chicos malos, porque a mí, hace tiempo, que solo me “ponen” los chicos buenos.
¡Me pones tú, cojones!
¡FELIZ VIDA! Sinceramente, no creo que nadie lo merezca más que tú.