Que no existan de por sí no significa que no estén ahí. Los conceptos son procesos convencionales, esto es, de creación social. La inteligencia, dios, La Naturaleza, el amor, el odio, la vida, la verdad, etc, etc, son elucubraciones abstractas para catalogar y definir el entorno, y por ende, el mundo y el universo que nos rodea, conocido o desconocido. Se podría entender como mitología. Ojos que ven, corazón que siente. Cada concepto abstrato ha evolucionado en su definición tantas veces como generaciones han pasado por el existencia de la humanidad. El concepto de inteligencia, por ejemplo, ¿por cuántas definiciones ha pasado a lo largo de la historia? Los conceptos se adaptan al entorno social y a sus necesidades y descubrimientos. Pero son, al mismo tiempo, los que marcan nuestra personalidad, emociones, relaciones sociales, nuestros complejos, neurosis, depresiones, y nuevamente etc, etc. Aferrarse a las definiciones de los conceptos sin evolucionar con ellos, convierte nuestros pensamientos (basados en nuestros conceptos vitales) en anacronismos sociales. Los conceptos evolucionan demasiado deprisa (parejos a los cambios sociales) para el cerebro, que tiende con la edad al inmovilismo conceptual como premisa para la conservación de la especie. Y finalmente, agotados de luchar contra el cerebro, nos dejamos llevar. Tal vez, la lucha del hombre sea la lucha de la conciencia contra el cerebro. Pero la conciencia es relativamente moderna temporalmente hablando con respecto a la edad del anciano cerebro que surgió de las profundidades del Tiempo. El cerebro es ancestral y sabe más por ello que por su capacidad vital inconsciente para manipular nuestros procesos mentales. Los conceptos son sólo referencias de pensamientos, y responde a una limitada respuesta relacionada con nuestra experiencia y las consecuencias que deducimos de ella.