Por Francisco Joaquín Cortés García es profesor del Máster Universitario en Dirección y Gestión Financiera de la Universidad Internacional de Valencia (VIU).
El concepto de sostenibilidad está impregnando al conjunto de la estrategia empresarial en nuestros días.
Ha venido a sustituir al concepto de responsabilidad social empresarial (RSE), que tenía un alcance mucho más limitado, y unas implicaciones notablemente menores en el ámbito de la dirección y la gestión de las empresas.
La RSE era una proyección en el tiempo de la ética empresarial, o, más bien, de la moral empresarial, pues el concepto de ética, mucho más rico, no puede equipararse con el concepto de moral, mucho más restrictivo y limitativo.
De hecho, tradicionalmente, la moral se ha basado en tres sentimientos fundamentales que se alejan del concepto griego de virtud (areté): el sentimiento de miedo, el sentimiento de vergüenza y el sentimiento de culpa.
Precisamente, el concepto de responsabilidad (corporativa) se consolida ante la hipertrofia del sentimiento de culpa, especialmente como consecuencia de las externalidades o los efectos negativos de la actividad de la empresa en su entorno.
Cuando, por su parte, la hipertrofia procede del sentimiento de miedo, la empresa asume la moral empresarial ante la insuficiencia del marco jurídico-legal a la hora de garantizar la seguridad jurídica de la empresa y la inexhaustividad de los contratos: imputación penal de la organización, defensa corporativa, cumplimiento normativo, etc.
Finalmente, cuando la hipertrofia procede del sentimiento de vergüenza, se acaba utilizando la moral empresarial como una cuestión reputacional; como vulgarmente se dice: como una cuestión de marketing.
En la actualidad la situación ha cambiado. La ética es el presupuesto de la sostenibilidad.
La sostenibilidad implica tres tipos de resultados que han de someterse al escrutinio público: el desempeño económico-financiero, el desempeño social y el desempeño ambiental.
Los tres, en el ámbito de la estrategia empresarial actual, deben considerarse como auténticos vasos comunicantes regulados por la idea de buen gobierno, que es la base tanto para una verdadera estrategia de sostenibilidad como para la asunción de la ética en los negocios.
De hecho, el concepto de gobierno corporativo, la G, de los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza, por sus siglas en inglés) es uno de los elementos fundamentales para entender la sociedad de nuestro tiempo, al menos según el decir de Galbraith en su testamento intelectual: La economía del fraude inocente.
Una compañía con malas prácticas de gobierno corporativo no podrá afrontar de forma creíble los retos de la sostenibilidad: estaríamos hablando de greenwashing o de socialwashing.
Desde nuestro punto de vista, y sin ánimo de ser exhaustivos, destacaríamos cuatro beneficios fundamentales que la integración de los criterios ESG está reportando en el ámbito de la estrategia y la gestión empresariales.
En primer lugar, el beneficio ligado al concepto de stakeholder, al diálogo consciente de la empresa con sus distintos grupos de interés, ampliando la base comunitaria de la empresa y su licencia social para operar.
En segundo lugar, el concepto de creación de valor compartido que introdujeron Porter y Kramer, un concepto que integra la idea de crecer con el entorno, no a costa del entorno, y que supuso un claro esfuerzo de maduración de la RSE en plena crisis de 2007-2008.
En tercer lugar, la planificación a largo plazo en el seno de la empresa, pues la sostenibilidad solo puede concebirse a largo plazo. Cuando la empresa ya había renunciado al largo plazo, debido al cada vez más volátil entorno y al incremento del riesgo y de la incertidumbre, la sostenibilidad le devuelve el potencial de la planificación a largo plazo.
Finalmente, y en cuarto lugar, la posibilidad de diferenciación. Hoy por hoy la sostenibilidad es un elemento diferencial, pero acabará dejando de serlo y paulatinamente comoditizándose.
En efecto, las empresas, en el proceso de transición ecológica que estamos viviendo, y que comenzó en 2015 con el Acuerdo de París y la promulgación de los ODS, y que culminará en 2030 con la Agenda 2030, tienen la posibilidad de ver la sostenibilidad, más como una oportunidad que como un riesgo, una oportunidad que le permitirá diferenciarse de sus competidores reforzando su estrategia y las bases estructurales de su gestión.
Fuente: Francisco Joaquín Cortés García - efeverde.com