Antier un amigo mío, sexagenario y bonancible, fue abordado por una monjita mientras paseaba –mi amigo- por su barrio –el barrio de mi amigo-, Chamberí. La religiosa, sin conocerle de nada –a mi amigo-, le espetó: mire, estamos -¿quiénes?- buscando señores mayores –decirle esto a mi amigo es nombrarle la bicha- para que nos -¿a quiénes?- ayuden a dar catequesis y ayudar a los peregrinos. Mi amigo la miró –a la monjita- y le contestó: señora, ¿acaso sabe usted cuáles son mis creencias? Yo no creo en su organización. Ella, sin cortarse ni un pelo, con la usual prepotencia nacionalcatólica, le gritó: ¡Huy, está usted en pecado! Ambos –mi amigo y la monja- siguieron su camino, alejándose cada vez más uno del otro.
Ayer tarde otro amigo mío, treintañero y audaz, tuvo que encararse con unos peregrinitos alemanes, que andaban mofándose de una pareja gay que se daba un beso en la calle. Este amigo –mío- les dijo a las crías de intolerantes que en España eso era legal y que lo ilegal era -¡ojalá!- ser intolerante. Los cachorros del fundamentalismo se quedaron blancos y en silencio. Mi amigo se alejó, serenamente.
Madrid está tomado. Madrid, ciudad cerrada. Y amenazada. Ayer mismo, detenía la policía a un ultracatólico que pretendía atentar contra los ciudadanos y ciudadanas que participarán hoy en la marcha laica.
Estas son las Ratzingerjugend.
¿Qué falta le hará a Ratzinger, su oberkapo divinizado, disparar sermones-obuses contra nuestro sistema de libertades ciudadanas? Ninguna: ya están aquí sus vanguardias, mofándose de nuestro sistema de libertades. Por tanto, en sus homilías e intervenciones, aun cargadas de veneno, estará de lo más convencional.
Aquí tenemos a sus hordas, auxiliadas por los colaboracionistas de aquí. No son peregrinos. Son cruzados y, como tales, van arrasando. Y, encima, les pagamos.