Los cuatro reinos

Por Tiburciosamsa

La novela moderna apenas empezó a practicarse en Thailandia como género literario en la década de los veinte del siglo XX. En este tiempo si hay una novela que ha alcanzado la categoría de clásico thailandés es “Los cuatro reinos” de Kukrit Pramoj.
Kukrit Pramoj fue todo un personaje. Nació en 1911 en el seno de una familia aristocrática cuyo antepasado directo era el Rey Rama II. Desde muy joven fue educado en la música y el teatro tradicionales thailandeses y aprendió a moverse en la corte del Rey Vajiravudh. De los catorce a los veintidós años estudió en Inglaterra, donde cursó filosofía, economía y política. Cuando regresó a Thailandia en 1933 se encontró con un país que no sabía si era monarquía o república, desde que el año anterior un golpe de estado hubo puesto fin a la monarquía absoluta. Su primer trabajo fue en el Ministerio de Finanzas. De allí pasaría a trabajar en el Siam Commercial Bank. En 1942 abandonó el Siam Commercial Bank para convertirse en uno de los fundadores del Banco de Thailandia, el Banco Central del país. 
En 1945 su hermano Seni se convirtió en Primer Ministro y él fundó el Partido Progresista, para no ser menos. Entró en el Parlamento y fue uno de los 15 miembros del comité que redactó la Constitución de 1946. Al mismo tiempo fundió su partido con el Prajathipathai para formar el Partido Demócrata, el partido más antiguo de los que hoy existen en Thailandia. En 1947 entró en el Gobierno como Ministro de Finanzas. Asqueado por el debate parlamentario sobre la subida de sueldo a los diputados (sí, en aquel entonces podía haber parlamentarios que encontrasen obscenas tales medidas), el 1 de enero de 1949 renunció a su escaño y abandonó la política. En 1950 abrazó una nueva profesión, la de periodista, al fundar el periódico “Siam Rath”. Fue entonces cuando empezó a dedicarse en serio a la literatura. Entre 1950 y 1953 escribió “Los cuatro reinos” que fue publicada en “Siam Rath” en forma de folletín con gran éxito. 
“Los cuatro reinos” sigue la historia de Mae Phloi, que se educa en la atmósfera segura y cerrada de Palacio durante el reinado del Rey Chulalongkorn. Allí Mae Phloi se empapa de los valores tradicionales de la aristocracia tailandesa (los mismos de los que Kukrit se empapó en su infancia). Mae Phloi sale de la infancia cuando inesperadamente recibe una propuesta matrimonial de Khun Prem, uno de los pajes de palacio. En buena tradición, no es Khun Prem el que formula la propuesta directamente, sino que utiliza a su hermana como intermediaria. Mae Phloi duda al principio, ya que no está enamorada de Khun Prem. Inconscientemente también juega el temor a abandonar el mundo protegido y cómodo en el que vive. La princesa, que es su mentora, le convence de que acepte la propuesta: “Estarás casada con un servidor real, continuó la Princesa. Debes también considerarte como una servidora al servicio real. Debes observar los deberes de una buena esposa, sirviendo a tu marido y a tus hijos, haciéndoles felices, y apoyándolos en su trabajo de manera que puedan prosperar y no descuiden sus deberes. Deberás saber lo que castigar, lo que aconsejar y lo que apoyar. En cuanto a ti misma, cuídate bien, soporta todas las adversidades, físicas y mentales. Haz únicamente el bien y abstente del mal. Piensa antes en tu marido, su posición y la reputación de la familia que en tu comodidad.” Después de este discurso que parece patrocinado por el Ministerio de la Igualdad y movida por el sentido del deber ante la Princesa y su padre, Phloi acepta la oferta. Como premio a su generosidad, Kukrit le otorga un matrimonio feliz en el que acabará muy enamorada de su esposo. 
En la visión idealizada del pasado que nos ofrece Kukrit, a veces se cuela algún fragmento de realidad. Phloi descubre que Prem había sido un poco picha brava de adolescente y que había tenido un hijo, On, con una sirvienta. Phloi lo acepta como propio y On le corresponderá con su afecto. 
Con el advenimiento de Vajiravudh, la vida del matrimonio empieza a cambiar. Pero más que el matrimonio, es Thailandia la que está cambiando. Las élites, siguiendo el ejemplo del nuevo Rey, se abalanzan sobre los nuevos artículos de consumo que llegan de Europa. Se establece una carrera por ver quién tiene el primero la última novedad. La extravagancia y la vida social se convierten en virtudes. Aparecen los trepas sociales, que saben cómo ganarse al joven Rey, siguiéndole sus inclinaciones occidentalizantes. Prem y Phloi son arrastrados por las nuevas corrientes. Prem participa plenamente en el nuevo entusiasmo por la diversión de estos locos años 20 thailandeses. Phloi asiste con tristeza al derrumbamiento del mundo que había conocido y, cada vez más imbuida de budismo, constata la impermanencia de las cosas. Como tantos otros thailandeses de la época, se dejan ganar por la convicción de que la educación occidental es superior y envían a sus hijos An y Ot a estudiar a Europa y a su hija Praphai a educarse en una de las escuelas que los misioneros cristianos abrieron en el país. On, por su parte, ingresa en la Academia Militar de Bangkok.
Las suertes de An y Ot le permiten a Kukrit poner en guardia a sus lectores sobre los peligros de Occidente. An estudia en Francia y allí se pone en contacto con revolucionarios vietnamitas y empieza a menospreciar a su propio país: “Mis amigos farang a menudo me preguntan por el sistema político de Thailandia, pero me callo porque todavía estamos muy atrasados. Me da vergüenza decírselo.” An comete el pecado de los pecados: regresa con una esposa francesa. El matrimonio fracasa y ya antes del divorcio An se busca una esposa thailandesa con la que tiene dos hijos. El mensaje está claro: casarse con extranjeros sólo puede traer sinsabores. Este mensaje hasta hace muy poco reverberaba por toda la sociedad. Ahora en las zonas rurales se han dado cuenta de que un esposo farang es fuente de ingresos y no está mal visto, pero entre algunas familias de la élite sigue siendo anatema. En contraposición a An, los estudios en el extranjero hacen a Ot más crítico con Occidente y más apreciativo de la cultura thailandesa. Ot no se ha dejado ganar por los valores occidentales. Intuye que su vida va a ser breve y desea pasar la mayor parte del tiempo con su madre, atendiéndola. En la cultura thailandesa hay dos personas con quienes adquirimos una deuda inmensa y cuya generosidad nunca podremos corresponder del todo: el maestro y la madre. Ot responde plenamente a esta concepción.
Praphai le permite explorar a Kukrit otro tema: ¿qué ocurre cuando una chica thailandesa es expuesta a la educación occidental? La respuesta es que sale una descocada, una mujer a la que no interesan los asuntos domésticos y trata a sus amigos masculinos con una familiaridad impropia. Incluso peor, una chica que insiste en casarse con quien ella elija por amor, sin tener en cuenta otras consideraciones. La propia Phloi debe reconocer que no entiende a su propia hija.
Vajiravudh dejó a su muerte dos cosas: una burguesía incipiente que ya no comulgaba con los ideales aristocráticos tradicionales y muchas deudas. Phloi no siente la muerte de este Rey con la misma agudeza con la que sintió la del Rey Chulalongkorn, pero presiente que van a ocurrir graves acontecimientos. Prem, que se había sumergido en la Corte y había asumido los nuevos valores, se desmaya literalmente el día de la muerte del Rey. Perderá interés en la vida social y política durante el nuevo reinado. Siente que ya no es su mundo. Y pronto deja de serlo realmente: muere en un accidente de equitación.
El reinado de Prajadhipok fue breve y convulso. El Estado estaba quebrado y la sociedad había evolucionado. La burguesía luchaba por abrirse paso. Los nuevos ideales de la democracia y del fascismo (sí, hubo un tiempo en los años 30 en el que pareció que el fascismo era la ideología del futuro) irrumpen en la escena thailandesa y luchan por sustituir al ideal monárquico absolutista, cada vez más caduco.
Se produce la revolución de 1932, que acabó con la monarquía absoluta, y la familia de Phloi se divide igual que se dividió el resto del país. An apoya a los revolucionarios y llega a formar parte del nuevo gobierno. On se mantiene fiel al juramento que hizo al Rey y participa en la intentona golpista pro-monárquica del Príncipe Bovoradej. En una carta que dirige a su madre, On explica sus motivaciones y uno puede sentir que es el monárquico Kukrit quien está hablando ahí: “…esto no lo estoy haciendo para ganar poder o gloria para mí. Toda la vida me habéis enseñado a estar agradecido y ser leal al Rey, tú, mi padre, todos mis maestros.(…) Mi deber como soldado es defender la patria, el Poder Real y dar la vida, si fuere necesario, por mi Rey.” En su carta On se lamenta de tener que cometer el pecado de disparar contra sus hermanos thailandeses, pero su juramento y su deber le obligan a ello.
La intentona es sofocada y On termina en la cárcel. An no quiere utilizar sus contactos para que su hermano salga de la cárcel. Más tarde, se arrepiente de sus ideas, cuando ve las luchas por el poder y las fricciones en el seno de los revolucionarios. Ha entendido que la política tiene un lado oscuro, que provoca divisiones en el seno de las familias, que destruye amistades y genera guerras. El mensaje subyacente está claro: hay que dejar el poder a los que saben utilizarlo, a la aristocracia palaciega; en cuanto la burguesía y la plebe se sienta en el poder, lo deja lleno de grasa y hecho un asquito. 
Praphai escoge a su propio marido. Mientras que su madre hubiera querido que se casase con Noi, que es de origen noble, Praphai escoge a Sewi, un trepa sin modales que procede de una familia de comerciantes chinos. El contraste con Phloi es evidente: Praphai sigue su corazón y no el consejo de sus mayores y se casa fuera de su clase social. Praphai obtiene el castigo que se merece: Sewi resulta ser un tacaño y un egoísta, un hombre sin escrúpulos que sólo se mueve si hay tajada que sacar y trata de meter mano en la fortuna familiar. Sewi representa a las nuevas clases que vinieron a reemplazar a la vieja aristocracia. Ese reemplazo no fue total y la vieja aristocracia palaciega todavía cuenta mucho en Thailandia, pero lo de tener que compartir el poder y los dineros, jode. 
A medida que la novela se acerca a su final, se acentúa el derrumbamiento del mundo de Phloi. Su casa es destruida por un bombardeo de los Aliados. Phloi recoge de entre las ruinas una foto de Prem y Kukrit, para que no se nos escape la metáfora, la explicita: “La fotografía era el símbolo de una era en la que Phloi había jugado un papel, la era en la que Phloi había la esperanza, la seguridad y la felicidad. Ahora esa era se había terminado, se había ido para siempre, como esta fotografía rota que abrazaba. Nunca podría ser recompuesta y recuperar su estado original.” Visita el Palacio Real en el que pasó su infancia y adolescencia y lo encuentra abandonado como “… el esqueleto disperso de un gran animal. El animal una vez había tenido vida, fuerza, gran poder, y belleza…” Presionado por sus hermanos, que no entienden su inactividad y su deseo de servir a su madre, Ot marcha al sur del país a trabajar en una mina y allí muere víctima del paludismo. 
Es entonces, poco después del final de la II Guerra Mundial, que un nuevo Rey, Ananda Mahidol, regresa al país. Phloi recupera la esperanza. Forma parte de la muchedumbre que va a recibir al nuevo Rey. “Phloi miró en derredor, se sorprendió sonriendo a extraños según se encontraban sus miradas. Pero no, no son extraños, pensó. Son súbditos leales delRey comoyo. Estamos aquí juntos para darle la bienvenida a casa. Nos pertenece a todos, a los jóvenes, a los ricos, a los pobres, nos pertenece como Señor y como uno de la familia. Es al mismo tiempo uno de nosotros y uno que está por encima de nosotros. Hemos estado abandonados por tanto tiempo, pero ahora lo tendremos de vuelta y con su Gracioso Poder reinará sobre nosotros.” En estas líneas Kukrit expresa el pensamiento monárquico tradicional thailandés. Thailandia es una gran familia y el Rey es al mismo tiempo un paterfamilias y un protector cuasidivino del Reino. Es una ideología a la que siempre he encontrado un deje como franquista. A lo mejor Franco tuvo un profesor thailandés de ciencias políticas en la Academia de Zaragoza.
La novela termina el 9 de junio de 1946, el mismo día en que se hace pública la muerte violenta del Rey Ananda Mahidol. “Estaba ya avanzada la tarde de ese domingo, el 9 de junio de 1946, la marea estaba baja en Klong Bang Luang, cuando el corazón de Phloi dejó de latir y sus alegrías transitorias y el sufrimiento de esta vida llegaron a su término.”
Literariamente “Los cuatro reinos” deja bastante que desear. Los personajes son planos y estereotipados. Mae Phloi responde tanto al ideal de mujer tradicional que tenía Kukrit que hay momentos en los que el lector le daría un zapatazo a ver si finalmente dice algún taco. Tanta bondad y generosidad acaban por ser irritantes. Ot es tan buen hijo que en la vida real ya habría despertado sospechas de si no estaría intentando aprovecharse de la chochez de su madre para convencerla de que cambiase el testamento. An es muy obstinado y fanático, hasta que finalmente ve la luz.
Pero uno no lee la novela por su calidad literaria, sino por lo que cuenta de cómo era aquella sociedad tailandesa que sufrió el impacto de la modernidad occidental y tuvo que modernizarse a trompicones desde los primeros años del siglo XX. Kukrit no niega que su novela tiene una carga social y política importante y que siente nostalgia por ese tiempo ido. De hecho, cuando publicó la obra en forma de libro, la dividió expresamente en dos volúmenes: el primero se cierra con la muerte del Rey Chulalongkorn, con el momento en el que Thailandia empezó a perder esos valores que Kukrit añora. La misma manera en que Kukrit cierra el volumen, tiene algo de cambio de era: “La muerte del Rey fue como la caída del pilar o del eje del mundo que Phloi había conocido (…) Los acontecimientos de ese día fueron como un hito que marcaba el final de un período en la vida. El próximo hito parecía incierto. Era como si una cortina de oscuridad estuviese delante de ella.”
Cuando se publicó la novela, conoció un gran éxito. A los thailandeses les conmovió la historia y muchos llegaron a pensar que Mae Phloi había existido realmente. No estoy seguro de que ahora se siga leyendo tanto. Aunque los thailandeses siguen venerando al Rey Chulalongkorn como una especie de deidad tutelar del país, la sociedad ha cambiado tanto en las últimas décadas que dudo que muchos se sigan identificando con los valores que personifica Mae Phloi.