Los cuentos de hadas no existen

Por Perdidas Entre Páginas @LasPerdidas

Ayer estaba en mi librería de siempre, una que me encanta por todo de lo que soy testigo. Me gusta oír hablar de libros, sonrío y escucho mientras acaricio portadas. No penséis que soy una cotilla que anda todo el día con la parabólica puesta, pero cuando oigo mencionar libros algo hace clic y escucho casi sin darme cuenta.

En esta ocasión eran dos chicas las que conservaban en la sección juvenil, no voy a reproducir la conversación pero os la resumiré diciendo que se compadecían por no tener un chico en su vida que lo hiciera todo más fácil, por el que dar la vida y que la diera por ellas; una de ellas decía haber dejado al que supongo que sería su novio por no hacer nada romántico con ella, como hiciera Step en A tres metros sobre el cielo.

Me costó no darles mi opinión, sacarlas de lo que yo opino es un error y decirle a una que los cuentos de hadas no existen, que no necesita al chico de turno para que la salven ni para ser feliz y a la otra que no tiene que buscar a los protagonistas de libros fuera de ellos, sin embargo, no dije nada. Era algo que ya me corroía por dentro desde hacía tiempo, lacerante, y lo de ayer fue la gota que derramó el vaso.

Los cuentos de hadas no existen. Las princesas y sus príncipes azules a lomos de corceles blancos tampoco. No hay Steps, ni Peetas, ni Edwards, ni ninguno parecido y mucho menos con 16 años. Los libros no son de verdad. No lo son, en serio. De verdad que no. No hay chicos atormentados que cambiarán por ti y te convertirán en el eje central de su vida, ni que te rescatarán, pero no por nada… porque no hay nada que salvar.
El amor es un complemento, no existe el para siempre, lo único que permanecerá inalterable sois vosotras mismas y por eso os tenéis que salvar, sin esperar a nadie. Os lo dice una enamorada del amor. Con 23 años he asistido a alguna que otra rotura de corazón, hubo un momento no hace mucho en el que realmente pensé que se iba a partir, lo visualicé varias veces, quebrándose, emitiendo un último latido que le pondría fin a todo, esperé paralizada, casi consternada, a que se rompiera y yo cayera fulminada, con miedo, me costaba respirar y pensé que eso era señal inequívoca de que iba a ocurrir, pero no pasó nada. Lloré y lloré y acabó pasando. Las heridas cicatrizan. Poco a poco, a ese corazón malherido se le van poniendo tiritas cuidadosamente, casi sin ser consciente de ello: una amiga, una conversación, unas risas en un bar, una mirada, un abrazo…, son pequeños gestos que hacen que todo pase y el peso se aligere, al final se olvida y a veces se recuerda con una opresión en el pecho, pero ya no duele y sonríes, porque te has salvado.

No esperéis a que nadie os salve, salvaros vosotras mismas, colocaos vuestra armadura, empuñad vuestras espadas, y proceded a sacaros de la torre vosotras mismas, sin miedo, sin preguntas ni respuestas, liberaos.

Ahora me toca chica dos. Un secreto: nadie es perfecto, nadie. Y eso está bien porque qué aburrido sería todo entonces. Las personas son perfectas a ojos del amor, pero aun así siempre habrá alguna imperfección. Claro que hay que luchar por lo que se quiere y si queréis al hombre perfecto, adelante, besad a mil sapos si hace falta, removed cielo y tierra, buscad en cada rincón. Adelante. Pero a riesgo de parecer demasiado moña o idealista os diré que el amor no se busca, te encuentra más bien, a veces en un rostro que ya conocías y en el que nunca habíais reparado o en uno desconocido, no te das cuenta y ¡zas! te aprisiona en sus redes. El amor nunca debe ser un objetivo o una meta y los libros, libros son. Nadie tiene que parecerse a nadie, ni escribir en un muro que os quiere, ni dar su vida por nadie. A veces las miradas son más esclarecedoras que un gran muro con una frase. A veces los pequeños gestos son mucho más arrebatadores que una vida dada en balde. Mentiría si dijera que nunca he soñado con un chico de libro, pero son eso: sueños. Aún recuerdo mi primera experiencia amorosa donde en mi cabeza martilleaban recuerdos e ideales de príncipes y caballeros y ante mí tenia a un chico que me miraba tímido, que prefería jugar al fútbol en el patio y que lo más que podía salvarme era acompañándome a casa, recuerdo que pensé ¡Vaya estafa esto del amor!

Las palabras son traicioneras, mienten y embellecen sin compasión. El simple hecho de caminar por una calle vacía a altas horas de la noche un escritor puede adornarla y embellecerla hasta límites insospechados hablando de libertad, del olor que emana la noche, de cómo se esconde tímida la luna y te mira casi afligida, de cómo pensamientos invaden cada terminación y de el retumbar del silencio aprisionador, y puedes pensar que debe ser una experiencia casi mágica, pero en realidad no lo es.

Ahí reside el poder de las palabras. No os dejéis engañar por ellas.

Maisha