A inicios de los noventa, la rotonda de la facultad de Estudios Generales Ciencias de la Universidad Católica era utilizada como un lugar de paso entre clases. Los pocos estudiantes que permanecían en ella más de un cuarto de hora lo hacían para intercambiar apuntes, comentar con ansia las respuestas de los exámenes y jugar emocionantes partidas de ajedrez. Por fortuna, esa tediosa escena se transformo a otra jubilosa y desenfadada con la llegada a las aulas de la generación del 91.
Sin ninguna premeditación, la nueva camada pobló de a pocos la rotonda de ciencias. Primero fueron grupos de cuatro o cinco que se juntaban para hablar de cualquier tema ajeno a las matemáticas o la física, en horarios en los que el resto de los alumnos se encontraban en clase. Luego a alguien se le ocurrió traer un juego de cartas y los grupos se multiplicaron convirtiendo el lugar en una especie de casino al aire libre. Y el bullicio se consolidó cuando las guitarras tomaron la rotonda y convirtieron a sus ejecutantes en aglutinadores de adolescentes tardíos, ávidos de cantar.
Así fue como se formó mi primer grupo musical: “Los Dalmásimos”. Teníamos dos excelentes guitarristas, Pier y Lucho, quienes tocaban de oído y eran capaces de sacar los acordes básicos de cualquier tema en pocos minutos. Completábamos la banda dos vocalistas: Ernesto, de timbre más claro, y quien escribe, de una tesitura más grave. La falta de un baterista así como lo lioso del traslado de un amplificador nos restringió a ser un grupo acústico, que versionaba temas de trova y baladas de rock en español.
Cantábamos en la universidad, con nuestros amigos, o en casa de alguno de nosotros en un plan más privado. Intentábamos con canciones de Sui Generis, Enanitos Verdes, Prisioneros e incluso algo más eléctrico como “Cuéntame” de Pedro Suárez-Vértiz, con un Casiotone que emulaba el sonido de la batería. Para inmortalizar aquellos días, grabamos de manera artesanal varias cintas de audio aunque en la actualidad nadie recuerde en qué cajón las olvidamos o en qué mudanza nos deshicimos de ellas.
El centro de estudiantes de la facultad, al ver tanta afición musical en los alrededores, convocó a un evento, “Ciencias en canto”, para que los músicos y cantantes aficionados pudieran demostrar su arte. El nombre de la banda surgió durante nuestra inscripción. Estaba solo y me lo requerían para formar parte del festival. La primera palabra que me vino a la mente fue Dalmásimos. No significa nada ni está contenida en ningún diccionario. En ese momento recordaba a John Lennon diciendo a principios de los sesenta que ellos se llamaban “Beatles” porque les sonaba bien. A mis compañeros les hizo poca gracia cuando se los comenté pero entonces era tarde para realizar cualquier modificación.
Preparamos dos canciones: “Carito” de León Gieco, en la versión en vivo con Pablo Milanés, y “Confesiones de Invierno” de Sui Generis. Ambos temas podían ser reproducidos sin dificultad sólo con dos guitarras, una rítmica y la otra en arpegio, y dos voces bien acopladas.
Para cuando llegó el gran día nos sentíamos preparados. Habíamos practicado mucho y realizado un par de presentaciones reducidas para conocer la opinión de nuestras amistades. Quizás no seríamos los mejores pero estábamos seguros que brindaríamos una muy buena actuación. Nos tocó ser los segundos en salir al escenario. Y ofrecimos la peor función de nuestras vidas.
Pier empezó a tocar notas de otra canción, Lucho aceleró el tiempo de los temas, Ernesto intercambió el orden de las estrofas y yo desafiné más que de costumbre. Ni en los ensayos, cuando queríamos cantar mal a propósito, lo habíamos hecho tan mal. Fue una debacle. A pesar de todo, el público no se dio cuenta de los errores ya sea por el desconocimiento de las canciones y el no saber contra qué comparar o porque siempre se le puede echar la culpa al sonido; pero nosotros sabíamos que lo habíamos hecho fatal.
Quedamos en sexto lugar. A media tabla si consideramos que fueron diez los inscritos. Pero penúltimos si tomamos en cuenta que sólo se presentaron siete. No existe ningún registro gráfico, ninguna foto de aquel momento. Nuestros amigos estuvieron tan atentos a nuestra actuación que se olvidaron de hacerlo. Sólo una amiga filmó con su videocámara pero ésta resultó de baja calidad porque estuvo alejada del escenario. Vimos la grabación una vez y no quisimos volver a verla nunca más. Quedamos tan desmoralizados que disolvimos la banda y cada cual se enfocó en estudiar su carrera.
Ahora, más de veinte años después, cada vez que el iPod lanza al azar alguna de esas canciones, mi mente me lleva a esa maravillosa época universitaria. Y desearía tomar el teléfono, marcar a cada uno de los chicos y quedar para tocar el fin de semana. Pero Pier está en Estados Unidos, Lucho en Canadá, Ernesto en Barcelona y yo en el País Vasco. Estamos casados y algunos con hijos pequeños. Las probabilidades de coincidir son ínfimas. Pero quizás, si nos ponemos una meta, podríamos reencontrarnos para celebrar los 25 años de los Dalmásimos. No sé si ello le interesaría al resto del mundo pero a nosotros nos pondría más que contentos.
En esta lista de Spotify he colocado las versiones originales de las canciones que versionaban los Dalmásimos
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