Este artículo es una colaboración para el espacio “SERcomunidad. Madrid Opina en Red“, un magnífico espacio donde sondear diferentes opiniones sobre nuestro Madrid. Una petición del vecino @Guerreando
A raíz de la victoria de Rajoy en las elecciones generales, mucho me temo que los de Madrid, o algunos de ellos al menos, empezaremos a sufrir de manera más intensa uno de los males que más me suelen disgustar en las conversaciones que mantengo con gente de fuera de esta ciudad o en las noticias o comentarios que provienen de esos mismos lugares. Y es que esa frase, la del título, comenzará a circular por los corrillos como si Bisbal hubiera metido otra vez la pata o la Sinde hablase de nuevo sobre su famosa ley. “Los de Madrid” se convertirá en el comienzo de toda una gama de frases que nos hará cómplices, si no ejecutores, de todos los males y maldades posibles. LosdeMadrid subiremos o bajaremos los impuestos, cerraremos instituciones, recortaremos presupuestos y dejaremos sin atender necesidades.
Por más que me miro el árbol genealógico, no me encuentro el Rajoy por ninguna parte. Por mucho que busco entre los sobres que me manda el banco, no encuentro el correspondiente a la nómina de Génova o Moncloa. No hay manera que me encuentre la cartera de ministro o la carpeta de subsecretario.
Los de Madrid no gobernamos el resto de España. Bastante tenemos con lidiar con los problemas surgidos de tener alojados a quienes lo hacen, sean de un color u otro, de Ferraz o de Génova. Los de Madrid no decidimos más allá de nuestra Asamblea o de la parte proporcional de los diputados, y ni siquiera el hecho de que terminen siendo del partido que sean significa que todos los habitantes de la Comunidad se orienten en ese sentido. Los de Madrid no nos llamamos todos Gallardón, Zapatero, Esperanza o Rubalcaba. Madrid, la ciudad, sus habitantes, no dictan las leyes, lo hace el gobierno que tiene su sede en Madrid.
No me quejo especialmente de que mi ciudad sea la capital de España, y no porque yo sea muy “español”, en la peor acepción de la palabra. Eso trae muchas cosas buenas, inherentes a que su nombre es más conocido internacionalmente, por ejemplo, o incluso a su oferta cultural o de ocio. La parte que me gusta de Madrid por ser una gran ciudad, una ciudad cosmopolita, probablemente no existiría si no fuera por esa condición. Estoy orgulloso de la historia de mis plazas, de los cuentos de Reyes, Alatristes, rufianes y princesas que zigzaguean por sus patios.
No me importa aguantar que si los vendedores de zapatillas verdes de Aguasfrías de la Rotonda piensan que están siendo atacados sus derechos se vengan para el ministerio correspondiente y me cierren la calle para que protesten a gusto. Es un precio a pagar por ser la capital. Pero si me importa que se piense que todos los que estamos fuera de ese ministerio cualquiera, hemos hecho algo para ello.
Que conste que pasa igual en todos los sentidos. Que también mucha, demasiada gente de esta ciudad tiende a opinar sobre losdecataluña o sobre losvascos de la misma manera. Al mismo saco todos, que ahorramos saliva, que está la vida mal, o algo asi. Y así, precisamente, nos perdemos a las personas, a las miradas, a las sonrisas, a las birras. Las de Madrid, Cuenca, Barcelona o Cochinchina. Personas. Miradas. Sonrisas.
LosdeMadrid, losdecualquierlado, somos ante todo eso, “los”, que para eso está al principio de la frase. Escúchame primero, ponte a este lado de la barra con una cerveza o un café, y mira a ver si nos entendemos. Y que “losdeMadrid” sean los churros, los madroños o los chotis.