Todo lo anterior es consecuencia de que la posibilidad de realizar debates entre candidatos durante una campaña electoral no está regulada en España y depende del interés de los partidos por celebrarlos y de las televisiones por organizarlos. Los organizan los medios de comunicación y no los partidos políticos. En cuarenta años de democracia en España, sólo se han realizado cinco debates políticos, el primero de los cuales, a dos tandas, se celebró en 1993 entre Felipe González y José María Aznar. Quince años más tarde, en 2008, se realizó otro duelo, también a dos tandas, entre Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero. En 2011, en un tercer debate, Rajoy repitió cara a cara con Alfredo Pérez Rubalcaba. El cuarto encuentro televisado se celebró en 2015 entre Pedro Sánchez y el presidente Rajoy, quien, dos días antes, había rechazado un debate entre los cuatro aspirantes a la presidencia del Gobierno, enviando en su lugar a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Y, por último, el quinto debate fue al revés: Rajoy rehuyó el cara a cara con el líder de la oposición, pero asistió al organizado entre los cuatro candidatos que aspiraban a La Moncloa. Era la primera vez que se celebraba un debate con todos los aspirantes a presidente de Gobierno. En la presente ocasión, será la segunda vez que se celebre un debate entre los cuatro candidatos, y a dos vueltas en menos de 24 horas.
El primero a celebrarse sería el de TVE y su desarrollo condicionará el de A3, irremediablemente. En el primero, en el que no conviene agotar toda la artillería, servirá para marcar el terreno e identificar las fortalezas y debilidades, propias y ajenas, para en el segundo intentar que la mejor imagen, el mejor mensaje y los argumentos más convincentes sean el de uno y no el de los adversarios, para movilizar que los indecisos, de porcentaje supuestamente muy elevado, acudan a votar el próximo 28 de abril y escojan la papeleta de quien se cree ganador del debate.
Pero la polémica, el lío de fechas y las discrepancias con el formato, han aflorado incluso en los prolegómenos del evento, finalmente convertido en dos debates seguidos y en dos medios distintos para confrontar frente a las audiencias. Dos debates polémicos a cinco días de las votaciones, con una tasa de indecisos del 40 por ciento según el sondeo del CIS y con prohibición de publicar nuevas encuestas que sirvan para conocer quién remonta las expectativas o pierde confianza entre el electorado. Todo ello aumenta la incertidumbre hasta el final en unas elecciones en las que, de manera más nítida que nunca, se enfrentan dos bloques ideológicos o dos modelos de sociedad distintos: el de la derecha, representada por el Partido Popular, Ciudadanos y Vox, y el de la izquierda, representada a su vez por PSOE y Podemos. Y ambos bloques buscan mayorías suficientes para poder gobernar sin cortapisas ni hipotecas, en un contexto pluripartidista en el que las coaliciones serán inevitables. De ahí la importancia de estos debates, que constituyen la última oportunidad que disponen los candidatos de intentar convencer al electorado a través de la inmensa audiencia televisiva. Todo depende de su capacidad para aprovecharlos y salir bien parados. Pero eso es asunto, tras el desarrollo de los debates, de un próximo artículo.