Debate en TVEEn el primer debate, en Televisión Española (TVE) el día 22, todos los candidatos actuaron según lo esperado y con estrategias que reflejan los distintos puntos de partida de cada uno de ellos, consistentes en atacar al presidente del Gobierno, por figurar como favorito en los sondeos, y no castigar en demasía a quien podría ser socio en una probable coalición gubernamental, a partir del próximo lunes. Así, Albert Rivera (Ciudadanos), agresivo y mostrando un exceso de sobreactuación, fue contundente en su ataque feroz contra Pedro Sánchez (PSOE, presidente del Gobierno) desde el primer minuto. Acusó a Sánchez de pactar con Quin Torra (presidente de la Generalitat catalana) y de querer indultar a los políticos independentistas presos a los que juzga el Tribunal Supremo. También tuvo acusaciones contra el líder de Podemos cuando afirmó que Iglesias (Pablo) y Sánchez (Pedro) eran lo mismo: una calamidad para el país y un peligro para el bolsillo de los ciudadanos.
Pablo Iglesias, vestido de manera informal (sin tarje ni corbata como los demás), no entró en descalificaciones ni al enfrentamiento bronco de sus contrincantes para centrarse en los, a su juicio, incumplimientos de los mandatos constitucionales relativos a derechos ciudadanos, una economía supeditada al bien común y el deber de los poderes públicos a procurar una pensión suficiente que garantice una vida digna a los jubilados, por ejemplo. Apeló constantemente a la Constitución para enumerar los artículos a los que hacía referencia y se afanó por mostrarse comedido, incluso en su insistencia en reclamar de Sánchez que aclarara si pensaba pactar con Ciudadanos tras las elecciones, sin que el presidente del Gobierno resolviera sus dudas. Le afeó la “elocuencia” de su silencio, al respecto. No obstante, su enfrentamiento con el líder del PSOE fue amable y con disposición a futuros acuerdos de Gobierno.
Todos los candidatos acudieron, tras el debate, a las sedes de sus respectivos partidos para afirmar ante sus seguidores que se sentían vencedores y contentos de poder demostrar que sus adversarios carecían de ideas y propuestas serias para el futuro de España. Ninguno se reconoció perdedor del encuentro.
Claro que faltaba el segundo debate en Antena 3 del día siguiente, martes 23, en donde volverían a repetir una confrontación similar, pero definitiva, de cara a la movilización del electorado. Y no defraudaron.
Pablo Casado, al que todos dieron por perdedor en el debate anterior, menos los medios afines al Partido Popular, vino dispuesto a no dejar que Rivera le arrebatase la portavocía de la derecha. Vino, según dijo, “a tope”, a elevar el tono y confrontar con Sánchez, pero también con el líder de Ciudadanos, su supuesto socio en un supuesto gobierno de derecha. Tanto rebatió con Rivera que el candidato del PSOE tiró de ironía: “Son las primarias de la derecha”, espetó cuando ambos discutían. Pero su verdadero objetivo era Sánchez, el enemigo a batir y al que quería atacar desde el primer instante, a quien destinó constantes descalificativos (“el más mentiroso”, “el candidato favorito de los enemigos de España”, etc.) y al que no dejaba de acusar de pactar con los independentistas y los “batasunos”, además de bajar los impuestos “como en Venezuela”. Volvió a manipular datos, apropiarse de iniciativas de otros y hasta de inventarse ofertas contra la inmigración, como ese “plan Marshall” para los países del norte de África. Procuró el cuerpo a cuerpo con Sánchez sin conseguirlo plenamente, entre otras cosas porque Sánchez también tenía preparada su defensa. Dejó de lado la moderación que exhibió en el primer debate, pero su “agresividad” sólo sirvió para evidenciar la disputa que mantiene por el electorado conservador con los otros partidos de la derecha: el presente en la sala (Ciudadanos) y el ausente del debate (Vox), pero presente en el ambiente.
Pablo Iglesias, representante de Podemos, no recurrió esta vez a la cita constante de la Constitución, pero continuó con su talante moderado y centrado en ofrecer políticas prácticas en vez de etéreas promesas generalistas. Siguió mostrándose dispuesto a coaligarse con el PSOE para formar Gobierno, asegurando que los socialdemócratas sólo cumplen sus promesas cuando Podemos lo obliga a ello compartiendo el poder. Su aparente complicidad y benevolencia con el líder socialista contrastaba con su rotundidad frente a las derechas de Casado y Rivera, sin perder, eso sí, ni la mesura ni la formas. No se acompañó de ninguna foto, tabla o recorte periodístico, sino que basó su intervención en la explicación “profesoral” de sus propuestas. De pretender “conquistar los cielos” ha evolucionado hacia un pragmatismo que le hace poner los pies en la tierra. En ese sentido, ha conseguido irradiar la impresión al electorado de izquierda de que, a pesar de sus diferencias con el PSOE, Podemos es ahora una alternativa viable para un Gobierno de coalición. Y, aunque en este debate tampoco recibió una respuesta clara por parte de Sánchez sobre si pactará con Ciudadanos, al menos pudo escuchar del presidente del Gobierno que “no está en mis planes pactar con un partido que nos ha puesto un cordón sanitario”. Algo es algo. Probablemente, sea Iglesias el que saque mayores beneficios para su candidatura de estos debates.
Como colofón, lo que queda de estos debates es que, más que una posibilidad informativa para aclarar cuestiones de enorme interés para el país (Economía, Educación, Europa, Política exterior, Industria y Desarrollo, Trabajo, Infraestructuras, etc.), son un espectáculo mediático en el que la polémica forma parte esencial de su contenido. El simplismo y el insulto a la inteligencia de los espectadores, cuando no las mentiras, las descalificaciones, la manipulación grosera y el recurso emocional y demagógico son elementos imprescindibles en este tipo de encuentros. Sin embargo, resultan necesarios para, al menos, ver la capacidad discursiva y dialéctica de quienes pretenden gobernarnos. Y su contribución voluntaria con el “show” o con el esclarecimiento de las dudas del electorado. Se cuestionan su efectividad, pero no su necesidad. Por ello, parece recomendable su regulación por ley, para evitar polémicas y para que todos los partidos sepan a qué atenerse de antemano. Una regulación que también desenmascararía la hipocresía de algunos partidos, como Vox, que acusa a la Junta Electoral Central de marginarlo de estos debates cuando internamente reconoce la conveniencia de no participar en ellos, como, de hecho, ha demostrado en Andalucía, donde ha rechazado su participación en los debates a los que Canal Sur lo había invitado. Con regulación, hasta los ciudadanos sabrían a qué atenerse y qué esperar de los debates políticos: algo mucho más sustantivo que esas polémicas con que suelen acompañarse.