Los desafíos actuales de la Francmasonería Liberal y Adogmática

Por Masonaprendiz
Por Daniel Keller - G.·.M .·. del GODF 
Ayer publicamos el Informe completo de los trabajos del 8º Encuentro de CIMAS y de la 4ª Asamblea de FASCREAA que tuvieron lugar en Cajamarca (Perú) del 20 al 23 de Agosto de este año.
Dada la densidad de los diversos trabajos, que se desarrollaron durante el mayor evento de la Masonería Adogmática de Las Américas, hemos pensado ir publicándolos intermitentemente  para así facilitar el acceso y la lectura de los mismos. 
La utopía de la una Masonería progresista del H.·. Iván Herrera Michel ya fue publicada por EL MASÓN APRENDIZ. 
Hoy os traemos del H.·. Daniel Keller Gran Maestro del Gran Oriente de Francia: 
Los desafíos actuales de la Francmasonería Liberal y Adogmática
El tercer milenio que comienza parece caracterizado por une serie de regresiones que recuerdan el pasado. Los síntomas son diferentes según las regiones del mundo. Se asiste en Oriente Medio al renacimiento de un terrorismo que se reclama de una religión. A otra parte, los dogmatismos reencuentran un nuevo vigor. En Europa, las Iglesias decidieron volver a reocupar el campo de los problemas de sociedad por motivo que las leyes vigentes no podrían depender únicamente de la sola voluntad del pueblo. En América, la ideología liberal dominante modificó profundamente los enlaces sociales e impidió las democracias que han seguido décadas de dictadura de mantener las promesas por las cuales los ciudadanos han luchado. Las Iglesias renunciaron desde hace tiempo a las perspectivas que la teología de la liberación podía ofrecer para volver a ser de las instituciones al servicio de un determinado conservadurismo en sociedades muy segmentadas. Tenemos el sentimiento que por todas partes del mundo que la historia de las naciones en términos de progreso y reducción de desigualdades se ha detenido y que las esperanzas nacidas al final del Siglo XX después de la caída de los totalitarismos y dictaduras, que marcaron terriblemente el continente meridional americano, pertenecen a un pasado caduco.
La universalización priva en adelante a los Estados de una verdadera libertad en la medida en que las normas de los intercambios internacionales imponen dependencias que son realmente cadenas invisibles. El ejemplo de Grecia pone de manifiesto que los Estados no tienen muchas soluciones para resistir: someterse o desaparecer.
El tercer milenio inventó un nuevo tipo de dictadura, invisible, sin dictador, pero aún más inflexible: la dictadura de la interdependencia de los Estados dictada por las normas del mercado mundial y las finanzas internacionales, nueva forma de mano invisible, que permiten a la vez a la economía mundializada funcionar y asignan a cada Estado a un lugar determinado en el conjunto de las naciones y la organización de los intercambios. Se podría calificar a esta organización de “taylorismo estatal” en quien cada uno tiene un lugar pero del que está prohibido salir conforme a las leyes de la división internacional que les corresponden.
Los pueblos son las grandes víctimas de esta organización porque las ambiciones de progreso social para todos, de salida de la pobreza para las categorías más frágiles, de mejor justicia social, se vuelven un sueño inaccesible. Tales evoluciones son contrarias a los principios de la francmasonería que profesa la idea que se pueden a la vez mejorar el hombre y la sociedad. Este sueño se llevó en Sudamérica por numerosos francmasones que fueron al origen de las guerras de liberación e independencia. Este combate fue a menudo doloroso pero aportó una dignidad al pueblo interesado que sigue siendo aún muy presente en la memoria colectiva.
En cambio, la ambición de la francmasonería debe en adelante en todas partes en el mundo enfrentar vientos desfavorables y por eso los masones deben estar en la vanguardia del combate de la dignidad humana. Este combate es el del humanismo del siglo XXI. No una confrontación puramente filosófica sino una lucha contra todas las formas de exclusión que nuestras sociedades secretan.
Esta lucha constituirá lo que está en juego a nivel decisivo en las próximas décadas. Ya pues que o el hombre aceptará vivir encadenado como es cada día un poco más el caso o se rebelará para afirmar ciegamente su libertad si no se le proponen perspectivas liberadoras.
La francmasonería tiene un papel que desempeñar en la construcción pacífica y solidaria de un mundo mejor porque es portadora de una filosofía de la emancipación de los hombres que se funda en la idea de progresividad. La libertad que se debe instaurar no es una donación del cielo. No es la manifestación de una voluntad divina. No debe ser tampoco el resultado de un abuso de autoridad cuyos se sabe que no da nunca buenos resultados. La libertad es en primer lugar un proceso de liberación lento y continuo. Es lo que nos enseña el camino masónico. Todo este recorrido iniciático se basa en la construcción de un ser en porvenir que se realiza progresivamente, porque la libertad no es más que una liberación en el tiempo de los determinismos que condicionan a priori a cada individuo.
Es porque el recorrido masónico pone en escena esta búsqueda de liberación que la francmasonería esta mejor colocada para ayudar a la sociedad en este trabajo más global de mejoría de la condición de los hombres y de las mujeres que lo mas necesitan. La francmasonería muestra un camino, está al servicio de todos y debe pues implicarse activamente en la transformación de la sociedad teniendo en cuenta que las instituciones políticas no desempeñan ya el papel que debería ser el suyo.
La francmasonería tiene también una misión particular en este contexto: funda su ambición, como lo anuncié, sobre un posible progreso que se haría de manera pacífica. El humanismo de mañana no podría ser creado en la violencia y  los países de Sudamérica sufrieron demasiado de la violencia para  enfrentase de nuevo al horror de las guerras civiles. Es el papel de los masones depositar en la sociedad los instrumentos de un progreso que reúne el conjunto de las capas sociales y federa cada nación en un pacto social al servicio de todos.
Esta perspectiva no es más que la transposición al mundo real de la voluntad de reunir lo que es disperso y de amoldar la sociedad al modelo sociocultural que construimos nosotros en las logias.
En efecto, la francmasonería lleva en su seno una ética de la democracia que puede ser el laboratorio de las experiencias democráticas cuyos países del continente suramericano tienen aún necesidad. Es el papel que desempeñó en Francia en la instalación de la República. Sin tomar el lugar de los políticos, la francmasonería dio a la República naciente los cuadros de lo que tenía necesidad para funcionar. Permitió a este régimen convertirse en el régimen de la libertad para todos asociando al mismo tiempo progreso político y progreso social.
Es este papel que debe aún desempeñar a través del mundo. En consecuencia, es necesario más que nunca que la francmasonería se implique en la vida de la ciudad con la voluntad de volver a dar a cada ciudadano una esperanza real en un futuro mejor. No se puede dejar esta perspectiva a las solas manos de las Iglesias que tienen siempre la tentación de reenviar la felicidad de los pueblos hacia otro mundo. La francmasonería que no es una Iglesia ni un partido político está sola a poder dar una dimensión concreta a las esperas del pueblo fuera de todo dogmatismo. Pretende en efecto dar a cada uno los medios de su autonomía y procurar que cada uno pueda implicarse en la mejoría de la vida de la ciudad.
Los medios de contradecir al retorno a los dogmatismos se basan en las herramientas contenidas en nuestras Constituciones o en nuestras Declaraciones de principios. Enuncian los pilares del deber de libertad que nosotros nos hemos fijado. Ya que la libertad no es solamente un derecho, es, para todo  iniciado, un deber, tanto es cierto que “renunciar a su libertad, es renunciar a su calidad de hombre”, así como lo señalara muy precisamente Rousseau.
La primera vía del camino de la libertad que lleva la francmasonería es la de la libertad de conciencia. Esta libertad es fundadora de los derechos humanos en los cuales las democracias se apoyan. Sin libertad de conciencia, la libertad de opinión o la libertad de expresión no podrían desarrollarse. Sin derechos humanos no hay derechos del ciudadano perenne. En efecto, la afirmación de tal o tal convicción presupone la posibilidad de liberarse de toda forma de dogmatismo. La posibilidad de ejercer una libertad presupone el reconocimiento de un derecho natural que funda el principio de humanidad. A este respecto, la libertad de creer no podría concebirse sin la posibilidad de no creer. En el caso contrario, la libertad de conciencia sería más una tolerancia que una libertad. Es importante ser ahora vigilante sobre los obstáculos que se ponen a la expresión de esa libertad y a las tentativas de encuadramiento que observamos muy a menudo.
El masón debe precisamente ser un combatiente de la libertad en un mundo donde los ataques a ésta son cada vez más numerosas, en un mundo donde el concepto de igualdad de los derechos queda un largo camino por recorrer. Es a través de la construcción de Estados de Derecho que se crearán las posibilidades de la expansión individual y que llegaremos a trabajar en la mejoría del hombre y de la sociedad. Estas dos ambiciones son complementarias una de la otra, se enriquecen mutuamente.
El Estado de Derecho es en efecto la forma que debe tomar el ideal republicano apreciado a los masones. Nos viene del Siglo de las Luces, época durante el cual este Estado comenzó a tomar una forma institucional. Pero esta ambición siguió siendo inacabada. Permanece un combate esencial en la medida en que se basa en la voluntad de construir una sociedad donde la reciprocidad de los derechos funda el pacto político y limita el ejercicio de la autoridad. Allí aún encontramos el modelo de sociabilidad que el trabajo en logia sugiere en la distribución de los roles de cada uno y la manera de formar los vínculos de fraternidad. Se trata de una utopía que encuentra su concretización en el espacio particular de nuestros talleres. Debe inspirar al mundo profano.
Por supuesto, esta ambición debe permitir la transformación progresiva de la sociedad pero debe también inspirar las relaciones entre los Estados. Hoy las normas del intercambio internacional se vinculan demasiado a menudo con una forma de lucha de todos en contra de  todos. Las tentativas de cooperación no han permitido verdaderamente el cambio de las reglas del juego. Corresponde a la francmasonería trabajar a la realización de esta “República universal” que movilizó a nuestros antecesores en el siglo XVIII. En efecto, reunir lo que es disperso necesita favorecer el acercamiento de los pueblos con la preocupación de una mejor comprensión al servicio de un ideal de paz. Esta idea siempre ha inspirado a los francmasones en su voluntad de constituir reagrupaciones masónicas. La Confederación interamericana de la masonería simbólica (CIMAS) en América Latina es un ejemplo. Eso demuestra nuestra capacidad para abrir el futuro.
La tarea es inmensa, destaca simplemente el hecho de que la masonería liberal y Adogmática constituye una esperanza que debemos saber promover. El papel del francmasón consiste en llevar los ideales de esta francmasonería fuera del templo, con el fin de poner de manifiesto que es un factor de esperanza.
Esperanza a nivel social como lo vimos, pero también esperanza espiritual. El compromiso al servicio de los otros es la verdadera escuela del trabajo sobre sí mismo. El masón se mejora y se convierte el mismo  a través de los otros. El compromiso en el mundo es la primera etapa de la mejoría de sí mismo. Los otros nos hacen llegar a ser lo que queremos ser. El trabajo masónico nos permite así desarrollar una espiritualidad que no es un rezo a Dios pero la experiencia de una fraternidad en acto, fraternidad para los hombres y las mujeres con los cuales compartimos la humana condición pero que poco a poco no son ya las simples sombras que cruzamos cada día.
La francmasonería permite así ir hasta el final del deber de libertad, es decir, para experimentar de ese momento en que el propio deber, voluntariamente asumido y conscientemente apropiado, se convierte en una libertad. Así habremos hecho el camino que nos conducirá a encontrar la luz, esta luz que al voltear hacia los otros nos lleva al encuentro de nosotros mismos y nos hacen descubrir que cada hombre es todo el hombre, que cada uno de entre nosotros es portador del principio de humanidad y que la búsqueda de una igual dignidad para todos los humanos debe seguir siendo la máxima de todas nuestras acciones.