El protagonista Matt King ocupa el centro de tres anillos afectivos: el primero y más cercano, integrado por la esposa y dos hijas; el del medio, conformado por varios primos; el más alejado y sin embargo omnipresente, compuesto por antepasados lejanos. La descendencia que anuncia el título atraviesa distintas generaciones e incluye parientes políticos y tierras heredadas.
La familia en tanto grupo humano complejo pero flexible, el valor de los afectos, los límites del amor marital, la muerte como parte de la vida (y viceversa), la conservación del patrimonio natural, la fidelidad a vínculos y principios son algunas de las cuestiones que Payne y sus co-guionistas habrán rescatado de la novela que Kaui Hart Hemmings publicó en 2007.
La fotografía y las actuaciones son las mayores virtudes de una adaptación sin resabios literarios. En la piel del mencionado Matt, Clooney conquistará todavía más a sus fans (quien suscribe lo prefiere en Secretos de Estado) mientras los demás espectadores preferirán prestarles más atención al resucitado Beau Bridges y/o a la desconocida Shailene Woodley.
Con Los descendientes, Payne vuelve a demostrarse capaz de conseguir el reconocimiento de Hollywood sin necesidad de sometérsele por completo. No despertará pasiones, pero da gusto reencontrarlo en la pantalla grande.