Tiene algo el cine de Alexander Payne que lo hace distinto al resto, aunque más que su cine en general yo diría que son sus guiones, que han conquistado a gran parte de la crítica estadounidense situándolo como uno de sus directores fetiche dejando en cambio a gran parte del público completamente frío.
Aquí, al otro lado del charco, ninguna de sus películas ha levantado pasiones, coleccionaran o no nominaciones a los óscars como ocurre con ésta (cinco) o como ocurrió con “Entre copas”. Sus argumentos dejan a la gente a la salida del cine un tanto descolocada e indiferente, como si lo que han visto no tuviera realmente demasiada trascendencia.
Repasando su filmografía nos encontramos con “Election” (1999) una sátira sobre la ambición política desarrollada a partir de las elecciones en un instituto, “A propósito de Schmidt” (2002) que es una road movie sobre un jubilado que recorre medio Estados Unidos para visitar a su hija antes de que se case, “Entre copas” curiosamente es otra “road movie” sobre dos amigos que se echan a la carretera para visitar varios viñedos antes de la boda de uno de ellos y ahora con “Los descendientes”.
Todas ellas desarrollan historias muy “de andar por casa” y se centran en tipos muy comunes con algún tipo de crisis existencial. Son argumentos que deberían tocarnos la fibra porque son verosímiles y nos podrían pasar a cualquiera, pero en cambio cuando vamos al cine parece que lo que queremos ver muchas veces es otro tipo de historias, así que éstas nos dejan un tanto indiferentes.
“Los descendientes” es también un drama existencial, pero como todos los que hace Payne, no pretende la lágrima sino todo lo contrario, pretende que la veamos con la sonrisa en la cara (que no la carcajada, no nos confundamos) y que salgamos del cine con un puñado de reflexiones rondándonos por el coco. Podríamos decir que la epidermis de este cine adopta forma de comedia, pero que su fondo es más dramático, más trascendental.
El argumento es tan exótico como sus personajes ya que el protagonista es Martín King, heredero y responsable de los terrenos en Hawai de una extensa familia de descendientes de los primeros pobladores de las islas. La mujer de Martín ha sufrido un accidente y se encuentra en coma, así que tiene que reunir a sus dos hijas (lo cual no es nada fácil y el que vea la película descubrirá por qué) a parte de que debe decidir el destino de las tierras en Hawai y además decide indagar quién es el amante de su mujer, porque de pronto ha descubierto que le han puesto los cuernos.
Pues sí, aparentemente el argumento es muy poco épico y acción más bien nula, así que quien más quien menos se topa con algo que quizás no es lo que más le apetece ver en un cine y en cambio a mí me parece que esta es una de esas películas que te va enganchando poco a poco y que se te mete hasta muy dentro, que te conmueve y que te hace reflexionar y que, mientras la ves se te pasa en un suspiro. Es uno de esos casos en los que la historia te conmueve sin haberte hecho zozobrar en ningún momento y sientes que te ha calado hasta los huesos sin que, por así decirlo, te hayas “mojado” en ningún momento.
Esta suerte de milagro sucede muy pocas veces, menos aún en el cine norteamericano y es posible gracias a un guión muy bien urdido (por supuesto merecedor del óscar que consiguió) y a un reparto en estado de gracia o al menos así me lo parece tanto en el caso de George Clooney (nominado, favorito y derrotado por Jean Dujardin) y de la joven Shailene Woodley que en muchos momentos se convierte en la gran estrella de la función.
Esencialmente la magia de “Los descendientes” reside en su capacidad para hacernos reflexionar mientras nos entretiene con personajes verosímiles y a la vez exóticos. Lo que más me gusta de ella, como me sucedió con “Entre copas”, es su capacidad para conmoverme sin hacerme derramar ni una lágrima, que es lo que permite que me crea a los personajes y que las ideas que sobrevuelan en la historia me hagan pensar. Algo me quedó claro viéndola y es que a la postre, las riendas de nuestras vidas las llevamos nosotros, dejemos o no que el caballo de lo rutinario ande solo y que muchas veces las apariencias engañan porque igual que hay personas que no son lo que parecen (véase ese novio de la hija mayor que al principio parece un patán y termina no siéndolo tanto), también hay circunstancias y sucesos en nuestras vidas que quizás no terminan siendo tan malos para nosotros como pudiera parecer en un principio.
Sí, ya sé que es difícil recomendar esta película sin jugarte cierta credibilidad y ya sé que no es el sumun de la diversión, pero me parece que es una buena recomendación para quien va al cine no sólo pensando en entretenerse. De hecho, es probablemente uno de los títulos no de evasión más atractivos del 2011.
MIS ESCENAS FAVORITAS ¡¡¡CUIDADO, CONTIENE SPOILERS!!!
- La escena en la que Martin habla con su hija y ésta le explica por qué actúa con rebeldía y por qué no está de acuerdo con la forma de proceder de su madre. Ese momento explica muchas cosas de los personajes y los dos actores están magníficos en sus respectivos papeles.
- Martin corriendo por la carretera para ir a casa de sus amigos y que éstos le expliquen qué pasaba con su mujer y su amante (excelente escena a medio camino entre la risa y el drama).
- Martin expiando al amante de su nujer desde la playa y a continuación entrando en su casa para pedirle explicaciones.
- La escena en la que el novio de la hija mayor de Martin se sincera con él y le cuenta cómo actúan entre los dos para que sus dramas personales no les afecten el uno al otro: es un momento en que como espectador descubres que el chaval no es tan patán como parecía y que su forma de actuar responde a una buena intención.
- En general todas las imágenes de la película tienen una belleza singular, pero sobretodo aquellas que muestran los paísajes y que revelan que, aunque la familia de Martin, quiera vender las terras, lo que están cometiendo seguramente es una terrible equivocación.