Los días felices

Publicado el 03 octubre 2013 por Icreadas @icreadas

Este martes 1 de octubre cerraron los cines Renoir de Cuatro Caminos, en Madrid, dejando definitivamente sin cines un barrio tan castizo como el de Tetuán, que en su día llegó a tener 17 salas. Sí, un nuevo episodio del derrumbe controlado de aquella fábrica de sueños llamada Alta Films. Sueños en versión original, respeto al cine de autor y cierto aislamiento a otros mundos paralelos, poblados por piratas y “videos on demand”. Que cierre un cine siempre es triste, al menos para quienes nos gusta ver la vida como si fuera una película. Supongo que algo parecido sintieron los aficionados al fútbol que vieron cerrar Sarriá, Atocha o San Mamés. Pero al contrario que estos templos del juego y la ilusión, ver cerrar un cine para tenerlo abandonado o para sustituirlo por una tienda de ropa o comercios de chinos, resulta más doloroso. Y es así porque ese local, pequeño comparado con un estadio, estará condenado a quedarse en el olvido.

Cines Renoir de Cuatro Caminos

Igual nos pasamos de dramáticos, lo sé, pero es que no puedo evitar ligar los cines Renoir (cualquiera de ellos) o los Alphaville, o los Ideal, o el olvidado Rosales, a una época donde había esperanza en muchos nombres, películas, bandas sonoras, jugadores prometedores, cábalas de ligas imposibles, entradas baratas, reestrenos varios y, en general, momentos que jóvenes JASP o pre-JASP hicimos partícipes de nuestras vidas. Los años 90. La vida todavía era en analógico y llamábamos al teléfono de casa o del trabajo. Pensábamos entonces que nos comeríamos el mundo pero sí, vimos que estudiar una carrera no te garantiza un puesto de trabajo y, encima, ese cine ha cerrado. Como aquel bar. O aquella panadería. O aquella tienda de discos. O esa fiesta, que todavía sientes presente, pero hace muchos años que terminó. Y es absurdo dejar paso a la nostalgia. Aún así, desde el distanciamiento, conviene abrir esa caja con las fotos de una época muy intensa en la memoria colectiva, aunque no tanto en el mundo, siempre enfermo de guerra. En los años 90, sentíamos que veníamos de una resaca y que, por fin, el mundo se abriría a nuestro renovado catálogo de habilidades y creaciones.

‘Viaje alrededor del cine español’ Documento FUNDAMENTAL para entender esa explosión de esperanza en el cine español de los 90

En los Renoir de Cuatro Caminos vi ‘Tesis’ el mismo viernes del estreno. Primera sesión, seríamos unas 6 o 7 personas en la sala. Se hizo el silencio, la oscuridad y comenzó la película. El inquietante inicio nos alarmó pero luego nos sumergimos en una historia que no nos dejaría cerrar los ojos hasta el último fotograma. Era algo diferente. Sí, diferente sería la palabra que más escuharíamos en la segunda mitad de los años 90. También “no parece español”. En esos días felices donde algo diferente era algo de verdad, nos conectaban ya con el panorama internacional, donde nos señalarían por algo más que el turismo, los toros, la fiesta de Ibiza y demás tópicos. Lejos, sí, del petardeo y la ingenuidad de los 80. Las olimpiadas y la Expo de Sevilla nos obligó a ponernos corbata y quedar bien en la foto. El mundo entero nos observaba. Hubo también una revolución, esta vez musical, de sellos y artistas independientes que ofrecerían la mejor banda sonora a aquella época, pero esa es otra historia.  Así éramos. No nos queríamos parecer a nada que se había hecho anteriormente.

Con ‘Días contados’, todo cambió.

Estábamos llamados a ganarlo todo. ‘Días contados’, la película de Imanol Uribe basada en un libro de Juan Madrid, hizo que mucha gente sintiera curiosidad por otro tipo de cine, más actual, moderno, sincero, con caras nuevas y un estilo realista pero estilizado. Hablando sin tapujos de la relación entre un etarra y una yonki, los tabúes de aquellos últimos veinte años elevados a la categoría de arte. ‘Días contados’ sólo fue la avanzadilla, o el buque insignia, de lo que sería una especie de nueva ola del cine español. Gente joven, con ganas de contar historias de otra manera, que llegaban a ese público inquieto e ilusionado que se había quitado definitivamente las telarañas del franquismo. Julio Medem, La Cuadrilla, Bajo Ulloa, Díaz Yanes, Barroso, Chus Gutiérrez, Javier Fesser, Itziar Bollaín, Urbizu, Calparsoro, Quiroga, De la Iglesia, Monica Laguna, etc. Cineastas que hacían películas con un estilo muy a lo “americano”, tanto en la concepción de cine espectáculo como de cine indie, entrando por las influencias más europeístas. Los protagonistas eran gente con la que era fácil sentirse identificado. Era la época también de las elaboradas comedias de Gómez Pereira, alejadas del vodevil 80′s y el costumbrismo. Eran películas con cierta inocencia en sus planteamientos, como ‘Éxtasis’ ‘Hola, ¿estás sola?’ o ‘Una casa en las afueras’ pero se iban integrando en una público más preparado, respaldadas por actores con personalidad y no meros juguetes televisivos, y dirigidos, sobre todo, por directores con gran talento y libertad.

“Bienvenidos al excitante mundo de la línea caliente”

Y este sentido, si que tuvieron el respaldo de las principales productoras. Fueron sus años dorados. Hubo un intento de crear unas “major” entorno a Sogetel, la productora de PRISA. Andrés Vicente Gómez, Carlos Benítez y José Luis Olaizola partían el bacalao en este país, con permiso de González Macho, claro. Lolafilms, BocaaBoca, Alta films, apostaban por un cine del gran público, pero también por películas más personales, aunque con una merecida y necsaria difusión comercial (‘Antártida’, ‘Tierra’). Había alianzas, acuerdos, salas que proyectaban esas películas, cadenas de televisión privada que potenciaban sus estrenos. Desde el 95 Sogetel produciría 15 películas en tres años. Un año después se convertiría en la primera productora española, con éxitos como ‘Two Much’ y ‘El Día de la Bestia’. Quién se acordaba ya de Sáenz de Heredia, Fernando Ozores o José Frade. En sus diez años de vida (hasta 2000) Sogetel participó en 51 producciones, todas ellas estrenadas y con buen recorrido comercial en salas y algunos festivales. Las películas españolas se adaptaban en el extranjero, iban a Sundance, recorrían el mundo, incluso se ganó dos Oscar (92 y 99) a la mejor película de habla no inglesa…

Nadie parecía toser a la industria del cine que, esta vez sí, parecía carburar con cierta constancia y alegría en sus resultados. Hasta que entramos en el siglo XXI, y la torre se fue desmoronando. Empezando por las propias productoras. El caso de Alta films es de todos conocido, otras se reciclaron en productos televisivos, y la gran mayoría, sobre todo las más pequeñas, mutaron o desaparecieron por el camino. Sogetel, fue de las primeras en desaparecer.

Barcelona. 1992. Elegidos para la gloria

Y en el fútbol, la “furia” se domesticaba entre los cantos de sirena de los éxitos del oro de Barcelona 92. Parecía que este logro abriría la puerta a talentos “de verdad”, talentos reconocidos por el fútbol internacional. Se iba a jubilar a la Quinta del buitre, al aburrido 4-4-2, a la furia, la garra, etc. para dejar paso a la creatividad, al “proto-tiki-taka”, donde talentos como De la Peña, Guerrero, CuéllarGuardiola, Sandro, RobainaMendieta, Kiko o Alfonso empezarían a despuntar. Incluso el inconstante Caminero pudo ser referencia internacional en el Mundial del 94. Un tío que vino del Valladolid para destacar en un Atlético que llegó, incluso a pesar de Gil, a maravillar con su fútbol. Pero nos topamos con Clemente, algunas lesiones inoportunas y una pizca de mala suerte y nos vimos a la deriva, volviendo a confiar de nuevo en el talento individual de algunos que nos salvaran. No fue hasta la aparición del “ferrari” Raúl cuando nos dimos cuenta de que por fin alguien de los nuestros llamaba la atención en Europa, que rompía registros y marcaba en estadios importantes. El “Dream Team” era muy cosmopolita, y eso también ayudó. Dentro de La Liga, destacaba la frescura y el atrevimiento del Albacete, Celta o Depor, que se convirtió en una verdadera opción ante los grandes. Lo nunca visto. Se movía mucho dinero en el fútbol, más que nunca antes,  la irrupción de los agentes hizo revalorizar a los jugadores como si se trataran de inmuebles. Se veía el fútbol con ojos más “serios”, cuidando la pela y negociando como señores.

Hic sunt leones

Al contrario que con el cine, el fútbol español sí que empezó a despuntar en el siglo XXI, hasta conseguir el poder y la gloria que tanto tiempo estuvo reclamando. Lo más alejados posibles de la furia, y más cerca a la exquisitez, al juego de equipo, a la táctica más que al físico. En el baile de un fútbol metrosexual, los bajitos destacaron por encima de todos. Alguno echa de menos esa ilusión de los 90, esas ganas por comernos el mundo, o de sentirnos parte de él. Tal vez se vivía más libre sin tanto móvil y redes sociales, aunque también más aislados, claro. Todo qué sabíamos nosotros de aquello, de “estar conectados”, del 2.0. Pese a estar rodeado de lo digital, se respetaba y convivía de igual a igual con lo analógico. CDs y cintas, DVD y VHS, Guardiola y el “Tato” Abadía. Lo moderno y lo clásico podían coincidir todavía en un bar sin molestarse. Faemino y Cansado en horario de “prime time” sentaban las bases de un nuevo humor, más auténtico, absurdo y diferente a la chanza, la burla y la imitación de antaño. De Martes y Treces, Pedro Ruices y Pajares y Estesos. Había talento, se apostaba por lo diferente, subimos culturalmente un escalón más, viajábamos en “business” en un vuelo de reconocimiento internacional.

Pero bueno, como cantaban Eskorbuto “el pasado ya ha pasado y por él nada hay que hacer”. Así que habrá que reinventar este presente con las armas que tenemos ahora. Entonces nos parecía que el mundo no iba a ser tan tan tan globalizado y modernísimo como vivimos ahora. Pero nos creíamos a la altura de la vanguardia. Sigamos, pues, surfeando en esa cresta interminable de la ola. O no.