Cinco mujeres con algo en común: la cárcel. No, no es una metáfora: delito, condena, celda. Más que en las intrigas, este libro se centra en el encierro, no exento de meditaciones sobre las faltas cometidas, sobre esa existencia previa que las condujo, a menudo de manera irremediable, a la infracción. Inma López Silva(Santiago de Compostela, 1978), una escritora de larga trayectoria en el ámbito gallego pero aún poco conocida en el panorama nacional, se inspira en el día a día en un centro penitenciario para construir su novela más reciente, Los días iguales de cuando fuimos malas, publicada en 2016 en su tierra y vertida por ella misma al castellano. Se trata de una historia coral e intimista, que se define por la introspección de los personajes femeninos, unos personajes que abarcan múltiples estratos y generaciones, con un nexo en común que va más allá de su condición de delincuentes: la soledad, las contradicciones, la relación siempre complicada con el amor y la maternidad. En este sentido, se puede situar junto a obras notables de la narrativa española contemporánea, como Atlas de geografía humana (1998), de Almudena Grandes, o Una palabra tuya (2005), de Elvira Lindo, Las cuatro presas, reunidas en la cárcel de A Lama (Pontevedra), podrían ocupar los titulares de la prensa: Margot, una gitana desterrada por su clan, prostituta en Vigo, detenida por robo; Valentina, una joven madre colombiana, pillada introduciendo droga en España; sor Mercedes, la más veterana, una monja que participó en un sonado escándalo años atrás; e Inma, una escritora (sí, otro pequeño juego de autoficción) que no había roto nunca un plato hasta que le salió una vena asesina. Podrían ocupar los titulares, decía, porque personajes como Margot o Valentina encarnan un estereotipo asociado a la delincuencia, pero el interés de la novela está en cómo la autora rompe el cliché al profundizar en ellas, en su psicología, sus orígenes, sus motivaciones; todo lo que no cabe en una noticia. La quinta protagonista es Laura, como la de Petrarca, una mujer nacida para la belleza, en la comodidad de la clase media, una mujer que iba para bailarina, pero terminó, y por voluntad propia, como funcionaria de prisiones. Es un acierto incluir a Laura, no solo por aportar el punto de vista de una trabajadora, sino porque, pese a ser libre e inocente (en teoría), su persona tiene un fondo obsesivo, perturbado, que pone en duda que el peligro real se encuentre encerrado entre rejas («en el patio hay menos malas que desgraciadas», p. 195). En el fondo, no es tan diferente de las reclusas.
Inma López Silva
Los días iguales de cuando fuimos malas podría describirse como una novela de cinco soledades (femeninas) que comparten espacio. Porque, más que la interacción entre ellas (que la hay, y en ocasiones clave), el foco está puesto en el interior de cada una, en lo que vivieron, en lo que viven y en lo que esperan (o no) vivir. Un interior hecho, en efecto, de soledad, pero también de desgracias, abulias, heridas mal curadas, desencantos. Y, pese a lo tétrico que parece todo, el estilo de Inma López Silva tiene la chispa necesaria para que la obra no resulte demasiado apesadumbrada. No se trata de escribir una novela cómica, sino de narrar con gracia y agudeza una realidad desdichada, de encajar vidas diversas que en una etapa comparten hábitat. Estas páginas evidencian aquello de que cada persona es un mundo: con cada mujer nos adentramos en un ambiente, unas raíces, unos personajes y unos hechos decisivos en su devenir, que a veces estuvieron allí durante largos años y a veces solo un ratito, aunque dejaron su huella. En definitiva, una gran novela de personajes, escrita por una narradora consumada, que indaga con hondura y perspicacia en las zonas (físicas y psíquicas) menos acogedoras de nuestra sociedad.