Los días más felices, por Rodrigo Hasbún

Publicado el 22 julio 2012 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg


Editorial Duomo. 131 páginas. 1ª edición de 2011.
La primera vez que supe de la existencia del escritor Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) fue en octubre de 2010, al leer en el periódico El País la lista de la revista Granta con los 22 mejores escritores en español menores de 35 años. Había una única persona de Bolivia: Rodrigo Hasbún.
No mucho después una pequeña polémica –en Internet– salpicó su nombre y el del peruano Carlos Yushimito (también en la lista comentada): a los dos los publicaba en España la editorial Duomo, que pertenece al mismo grupo empresarial que la revista Granta.
Considero que los libros de Duomo tienen un diseño atractivo, y cuando en España una nueva editorial –que parece ofrecer literatura de calidad- comienza su andadura me gusta leer algo de ella. Mi amigo el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio me ha recomendado muchas veces este libro de relatos, Los días más felices, pensando que a mí –sabiendo él lo que me suele interesar– me iba a gustar, y más de una vez ha querido prestármelo. Yo lo rechazaba porque mi pila de libros acumulados sin leer nunca deja de aumentar, y porque me gustaría acercarme más a autores clásicos; a Federico le suele interesar mucho saber qué están escribiendo ahora los escritores jóvenes. Además le comentaba que no hacía falta que me prestara el libro, que lo tenían en la biblioteca de Móstoles. Más de una vez lo había hojeado allí, hasta que hace unas semanas me decidí a sacarlo.
De Rodrigo Hasbún se ha hablado en los periódicos de tirada nacional, la revista Granta le ha seleccionado como uno de los 22 mejores escritores en español menores de 35 años, además su nombre ha vuelto a sonar en Internet, después de eso, unido a una polémica (y todos sabemos que en publicidad se vende de lo que se habla, sea bien o mal), y a pesar de todo esto estoy casi seguro de que, desde que ingresó en la biblioteca de Móstoles como novedad hace un año, soy la primera persona que ha sacado Los días más felices.
Si uno se acerca a un libro titulado Los días más felices, ha de tener claro que va a leer relatos sobre la infelicidad. Se trata de un conjunto de 12 cuentos, divididos en 3 bloques.
Al leer los 4 cuentos del primer bloque, diría que su temática principal es la incomunicación, o la soledad intrínseca a la que están condenadas las personas en el ámbito de la familia, la amistad o la pareja. Son cuentos tristes, pero de esa tristeza que emociona, que sabe ser poética.
La idea de soledad y de incomunicación se subraya en la mayoría de los cuentos de este libro gracias al uso del siguiente recurso: aunque los cuentos se desarrollan en apenas 8 o 10 páginas, en muchos de ellos se cambia el punto de vista; el narrador se acerca a la visión del mundo de un personaje u otro en cada página, por ejemplo; o bien la narración en primera persona se traslada de un personaje a otro. Familia, el primer cuento, nos habla de la casi nula relación de un padre con su joven hija –que abandonó el hogar–, relación que sólo se hace efectiva (por parte de ella) para reclamar dinero y no cariño. Y a pesar de esta mala situación familiar esta chica tampoco puede comunicar qué le ocurre a su pareja o a su grupo de amigos. En el segundo, Calle, concierto, ciudad, unos insistentes “él” y “ella” alternan el punto de vista narrativo de la historia: dos jóvenes podrían encontrarse, pero el azar no lo permite.
En Larga distancia, además del tema de la familia, la soledad, las elecciones que hemos de tomar cuando somos jóvenes, aparece otro de los grandes temas del libro: las personas jóvenes que pueblan Los días más felices –casi todas pertenecientes a la clase media-alta o alta de un país hispanoamericano no citado por su nombre, pero que entendemos que es Bolivia, y de una ciudad tampoco nombrada, pero que suponemos que puede ser Cochabamba– tienen presente la idea de abandonar su país como única posibilidad de futuro. En este cuento un hijo, radicado en Canadá, conversa por teléfono con su padre, radicado en el país hispanoamericano no nombrado, y las medias verdades y los desencuentros dominan su conversación.
La casa grande es quizás el cuento más clásico de este primer bloque: el narrador evoca los días en que su familia regresa al pueblo con la intención de despedirse de la abuela, aquejada de una grave enfermedad. Su dureza y su precisión me han recordado a alguna de las narraciones breves de Rodrigo Rey Rosa.
Quizás la mejor parte del libro sea la segunda, donde los cuatro cuentos están entrelazados y se no habla de varios momentos en la vida de los compañeros de una clase en un colegio que parece de clase media-alta o alta: cómo es el día a día en el colegio, cómo son los sueños adolescentes (Ladislao, en el cuento que lleva su nombre, quiere ser cineasta); y en el cuento El futuro, el más extenso del conjunto, asistimos al viaje de fin de estudios del grupo. La narración en tercera persona, siguiendo la técnica del estilo indirecto libre, va cediendo su discurso a los distintos jóvenes: su flujo de conciencia nos acerca a sus ambiciones, miedos, frustraciones. Así, el personaje llamado Alicia reflexiona en la página 70 sobre lo siguiente: “Lo que la espera y lo que les espera a ellos, se queda pensando luego, atemorizada. Lo que serán y dejarán de ser, lo que querrán y nunca serán. El futuro que quizá sea un poco cruel y despiadado con algunos”.
En Reunión los antiguos compañeros se vuelven a encontrar unos años más tarde y, como Alicia temía, el futuro ha sido ya un poco cruel y despiadado con algunos.
El fin de la guerra sigue estando relacionado con los 3 relatos anteriores, aunque de un modo débil, y quizás en él Hasbún pierde un poco su voz propia y se deja poseer por la de Roberto Bolaño –como ya ha señalado Alberto Olmos en su crítica sobre este libro para la revista Qué leer. (Ver AQUÍ)–. Como yo en el blog tengo más espacio voy a señalar el cuento de Bolaño que guarda una gran filiación con este de Hasbún: Vagabundo en Francia y Bélgica, del libro Putas asesinas.
Especulo que es en la tercera parte donde Hasbún ha recluido a sus cuentos menos logrados o escritos cuando era más joven; así, el segundo En la selva me parece más titubeante, más inmaduro que los que llevaba leídos; y en el primero, Huida, tal vez se repiten elementos ya desarrollados con más brillantez en cuentos anteriores.
En general la lectura de Los días más felices me ha resultado grata, y pese a algunos altibajos, la mayoría de los cuentos y las páginas de este libro tienen una gran precisión estilística y de propósitos, lo que me hace alegrarme por el futuro de la literatura hispanoamericana. Si Rodrigo Hasbún nació en 1981, y Los días más felices se publicó en 2011, estos cuentos están escritos cuando su autor no tenía aún 30 años. Su solidez y su madurez narrativa me hacen pensar en un autor con un gran porvenir.