Desde hace varias décadas los emigrados cubanos confiesan que huyen, pero no del gobierno, sino de la miseria en busca de lo sustancial, lo palpable, como si los gobernantes no fueran los culpables de la mala economía y quienes siquiera asumen su responsabilidad y se justifican con el embargo, olvidando las décadas de los 70 y 80, cuando existía el campo socialista y –sobre todo– la constante ayuda de la ex Unión Sovietica. En ese entonces, tampoco Fidel Castro supo aprovechar la oportunidad, ni siquiera supo escuchar a sus especialistas que –si le contradecían– los alejaba ipso facto. Pero al parecer, esa parte de la historia también pasó a los libros que –por cierto– tampoco son leídos.
Existe una marcada tendencia, y me he ocupado desde años, de indagar, entrevistar a esas personas que prefieren obviar la historia, y casi por lo general, es el resultado de la poca cultura. Desconocen hasta lo más elemental de la epopeya libertadora, y se conforman con levantar los hombros cuando se les pregunta por Joaquín de Agüero y Agüero, el primero que liberó a sus esclavos y se alzó en armas contra el gobierno español a la mitad del siglo XIX; tampoco conocen el esfuerzo del Dr. Vicente de Castro. Ni siquiera saben el lugar donde murió Carlos Manuel de Céspedes.
Una vez un intelectual me dijo que “había que desconfiar de los incultos” y ahora en materia de política he recordado aquellas palabras: cubanos que deciden existen, es algo que no puede obviarse, pero tomar esas decisiones desde una óptica sesgada que eluda nuestra experiencia histórica se revierte en pasto que provoca una ceguera que les impide ver que Cuba necesita primero la libertad, luego su mejoría económica.
Si se revierte ese orden podemos asegurar que hemos perdido la nación libre y los sueños de José Martí por otro siglo. Sería el resultado de la instauración del totalitarismo al estilo de Vietnam y China, como precisamente han puesto de ejemplo algunos gobernantes y hasta varios opositores cubanos. Esa posibilidad de convivencia entre los Estados Unidos y Cuba, olvida cuestionarse si una dictadura al estilo de esos países asiáticos, es y será lo próspero para nuestras almas, sueños, deudas históricas, y finalmente, nuestra economía.
No creo –ni entendería– que alguien pueda ingerir el alimento más codiciado si está siendo vigilado, que los cubanos nos conformemos con pasear en un buen auto si no te permiten la crítica, la observación aguda de la realidad que te circunda; ni que se pueda tener un gran apartamento si no puedes visitar a un amigo opositor porque serás apercibido y puesto en penitencia si persistes en tener “amistades peligrosas”.
No intentamos corregir, observar y criticar desde una posición altanera, extremista también. Todo lo contrario, es un intento de que la conciencia de los cubanos sea activa, tenga la preponderancia en la determinación, sea la bandera de una nación que clama, que necesita la atención con profunda sapiencia para los momentos que corren, definitivos para su suerte.
Habría que preguntarse, cubano por cubano, si estamos dispuestos por nuestro beneficio personal, a sacrificar la libertad y nuestros derechos e instaurar en Cuba un régimen totalitario al estilo de esos países asiáticos ya mencionados, y que económicamente se encuentran bien.
¿Nuestro bienestar material es más importante que ser libre dentro de Cuba? Si la respuesta es sí, entonces me declaro un dinosaurio del siglo que transcurre.
Ángel Santiesteban-Prats
Enero de 2015. Prisión Unidad de Guardafronteras Jaimanitas, La Habana.