Jorge Saenz es un fotoperiodista que busca diferentes opciones de salida profesional a su trabajo, y cuya sensibilidad artística tal vez habríamos de buscarla en cómo compone la presencia de un sujeto en un espacio en el que se desarrolla una acción. Para Saenz parece claro que cualquier personaje fotografiado en cualquier lugar desata en el espectador de la fotografía resultante un efecto dramático, escénico, inevitable, que apela a su propia predisposición a interpretar el significado de las imágenes. "Quién", o "qué", y "dónde" se imponen a "cuándo" sin dejar por ello de sugerir diversos "porqués". Cuando se trata de fotografías de reportaje acompañadas de un pie de foto, todo parece estar claro, pero también deberíamos preguntarnos sobre la necesidad de dicho pie de foto en el presente o en el futuro. Cuando una fotografía juega intencionadamente a engañar a nuestra percepción sin ocultar sus trucos o, en definitiva, hasta qué extremo hemos entrenado culturalmente a nuestra percepción, podemos contar muchas cosas en una simple imagen fotográfica de sencilla factura.
Y este es el mundo en el que se mueven las fotografías de Saenz, un mundo que mezcla lo imaginario con lo real, pero que también juega con el carácter documental de la fotografía. Es como si nos recordase que lo que muestran las fotografías ya no está, como ya no están los dinosaurios reproducidos en la figuras de coleccionismo y juguetería que utiliza, a la vez que a menudo los convierte en aparentes testigos de las escenas captadas por el fotógrafo. De hecho, la mayor parte de sus "dinodinaseries", como él las llama, se corresponden con fotografías de viajes, en las que no se limita registrar los paisajes visitados, sino que añade su firma fotográfica como alternativa a hacerse un "selfie".
Lo curioso es que esta costumbre condiciona la estética y el punto de vista de sus álbumes fotográficos personalizados, dado que juega a menudo con los equívocos creados por tomas con gran profundidad de campo, con ángulos a ras de suelo o con confusos enfoques selectivos correspondientes a ópticas más cortas de lo que la imagen final aparenta. Desde luego no inventa nada nuevo, y juega a uno de los juegos más antiguos de la fotografía, pero a la vez constata una modalidad de imágenes, la de las series de fotografías de viajes personalizadas que, en su caso, se convierte en un género transferible a toda la humanidad que puede reconocer el guiño cultural acerca de lo que los dinosaurios representan: inmensas escalas de espacio y de tiempo distorsionadas por el tiempo y la escala fotográficos.
Tal vez por esta combinación de circunstancias sus fotografías trascienden lo anecdótico y consiguen conmover y reclamar la atención más allá de lo inicialmente presumible, y por eso han sido motivo de selección en la galería artísitica on line de Colossal, desde donde su editor y redactor Christopher Jobson le dedicó el siguiente comentario:
En los últimos años hemos visto varias series fotográficas en las que la gente utiliza juguetes, mascotas y otras personas importantes involuntarias como accesorios para dar vida al recorrido de sus sus fotos. El fotógrafo Jorge Sáenz decidió asaltar esta idea con sus "#dinodinaseries" que incorporan un pequeño rebaño de juguetes de dinosaurios de plástico, turistas que se unen a él en sus aventuras viajeras. Todo comenzó cuando Sáenz compró un juguete brachiosaurus verde en un mercado de pulgas en La Paz, Bolivia y compartió algunas fotos explorando el entorno local. Desde entonces los reptiles en miniatura lo han acompañado a otros países sudamericanos como Perú y Paraguay donde han desafiado rápidos, escalado montañas, y explorado las ruinas incas.Queremos añadir al comentario de Jobson que, si bien muchas de las fotografías de Saenz son fotos de viajes que consignan su autoría mediante la presencia de los muñecos, también es cierto que muchas de sus series se pueden subdividir en categorías particulares, como son las que acercándose al suelo producen un contrapicado que devuelve la grandeza a los dinosaurios sobre un fondo de escala inconcreta, o aquellas en las que la presencia de los dinosaurios no va más allá de constatar su condición de juguete, de objeto fotográfico o atrezzo, y después vendrían otras categorías, más ambiguas, pero también más interesantes, como aquellas en las que los muñecos evocan escenografías cinematográficas del pasado, llamando nuestra atención sobre los cambios en los criterios de realismo naturalista en el cine, o aquellas en las que el dinosaurio ejerce de testigo de una escena que se torna grotesca con su presencia.
Observemos bajo este punto de vista los encuentros entre estos antepasados de juguete de la aves y aves reales como palomas o gallinas, o el recordatorio a cuando se les consideraba erróneamente reptiles (Jobson lo hace, siguiendo la tradición, en su comentario) y cualquier iguana parecía lo suficientemente extraña y antediluviana como para encarnarlos para el cine.
Puedes echar un vistazo al artículo de Christopher Jobson en Colossal, aquí.