Los dioses tienen sed constituye un magnífico retrato de la vida cotidiana en los días más duros de la Revolución Francesa, aquellos en los que nadie se sentía a salvo, casi todo el mundo pasaba hambre y los ejércitos enemigos parecían poder penetrar en el corazón de Francia. El nuevo credo revolucionario quiere sustituir a toda prisa los antiguos dogmas del cristianismo y la monarquía y quiere sustituirlos por nuevas ideas que inevitablemente devendrán en un nuevo dogma que alimenta la intolerancia por cualquier otro sistema de pensamiento. Los héroes aquí no son intelectuales, sino fanáticos del nuevo orden que sacrifican su tiempo y sus escrúpulos para ir eliminando uno a uno a los enemigos de la Revolución. Algo muy parecido a lo que sucedió en los años treinta en la Unión Soviética de Stalin.
La novela de Anatole France se alimenta de numerosas lecturas que tienen su origen en la librería especializada en Revolución Francesa que regentaba su padre. Aquí se plasman magistralmente la ceguera moral y la obcecación criminal que dio lugar a uno de los procesos históricos más decisivos, hoy valorado como el comienzo de un nuevo mundo dotado de libertades y derechos para todos los ciudadanos, pero del que es necesario conocer sus procedimientos más inmorales. No es por nada que la principal imagen que nos viene a la cabeza cuando pensamos en esta época sea la de una guillotina.