Iba a empezar este texto con una mención al curioso contraste entre el autor y su personaje, pero veo que las diferencias que existen entre ambos obedecen a una lógica esencial. Guy de Maupassant nunca podría ser el señor Patissot, pero precisamente eso es lo que le empujó a publicar, entre mayo y junio de 1880, las aventuras del fiel funcionario en el periódico Le Gaulois, diez entregas donde el heredero de Flaubert reflejaba con mucha sorna la vida de un servidor de la cosa pública.
Por aquel entonces una figura como la de Patissot era más que fascinante, entre otras cosas porque, tras muchas décadas, los funcionarios no obedecían a ningún mandatario imbuido de una autoridad. La derrota de Luis Napoleón en la guerra franco-prusiana supuso la caída del segundo Imperio y el advenimiento de la tercera República, ente abstracto y mucho más democrático que, sin embargo, costaba de entender por su juventud y supuesta libertad.Maupassant siente pasión por Patissot porque su idea en la serie que se publicó como libro en 1901 es la de reflejar al hombre normal que tiene ciertas ínfulas mundanas y aspira, desde su mediocridad, a destacar entre sus semejantes, igualmente plomizos, previsibles y oportunistas.El último tercio del siglo XIX consolidó a una nueva burguesía ansiosa por mostrar su poder económico mediante una serie de rituales que configurarían la visión que aun tenemos de esa clase, por aquel entonces en plena efervescencia. La capacidad adquisitiva, el cambio de modelo económico y el crecimiento urbano propiciaron el nacimiento de un ocio que se vestía de distintas formas para acrecentar su importancia y determinar una cierta idea de modernidad. Patissot es un estereotipo. Chaquetero, hasta el punto de imitar el look de los gobernantes, se siente perdido en esta nueva etapa de la Historia y decide fundirse con la masa. Los domingos, y para muestra están el sinfín de lienzos dedicados al tema, eran el gran día donde todo era posible. Los ciudadanos parisinos optaban por ir al campo para airearse. Las virtudes de la naturaleza, su mitificación, están presentes en el camino del protagonista, quien se acercará a la periferia para sacudirse la soledad y seguir la moda que recomendaba pasear.Era el triunfo absoluto de la burguesía, ufana al imponer su estilo e hilvanar el lenguaje de la era. La naturalidad con que lo plasma Maupassant muestra cómo existían excepciones capaces de ser críticas sin caer en la petulancia al usar la inteligencia literaria como un bastión desde el que poner el dedo en la llaga sin necesidad de muchos fuegos artificiales. Quizá nosotros, viendo el panorama de metamorfosis social y la inoperancia absoluta de muchos escritores obsesionados con la novela de crisis, nos hemos mimetizado demasiado con el traje y la corbata o hemos extraviado en algún sendero la figura del burgués contestatario con los suyos, como si hubiéramos desechado la coherencia del análisis y la lucidez de la risa para extirpar la bruma. Al fin y al cabo el devenir de los acontecimientos nos ha enseñado que a lo largo de la Historia sólo han cambiado los nombres de las cosas, por lo que no está de más ver esta pequeña joya francesa como una advertencia del pasado para comprender un poco mejor nuestra condición presente.