Monteseirín hace ya días que no está al frente de los designios de la ciudad. Su figura consistorial se pasea como un ánima en pena del purgatorio por las dependencias municipales oteando el envés de las puertas, a la espera de encontrar la idónea para abandonar el tránsito entre dos mundos en el que se encuentra inmerso desde que anunció que no repetirá como candidato. El problema es que ahora resulta cuando menos complicado acertar quién lleva el timón de la nave municipal.
Se puede colegir, aún a riesgo de equivocarse, que de alguna manera existe un alcalde en la sombra hasta que el partido socialista se decida a desvelar el candidato y el alcalde se marche del lugar del que ya se fue hace semanas.
Dicho regidor desde el lado oscuro no puede ser otro que José Antonio Viera, el secretario general de los socialistas sevillanos. De hecho ya se han dado algunos movimientos que así lo ponen de manifiesto. La famosa frase de Guillermo Gutiérrez en la reunión mantenida el sábado antes de Semana Santa con los sindicatos de Tussam, aquello de yo estoy aquí porque me lo ha dicho mi partido, pero no tengo nada que decir, es un indicador manifiesto de que existe un intento del aparato orgánico de hacerse cuanto antes con las riendas del rumbo institucional. Al menos la voluntad ya se ha visualizado.
Pero ser alcalde en la sombra no es lo mismo ni de lejos que estar investido con el boato del cargo oficial. Es decir, un alcalde del otro lado, por mucho que lo intente, no tiene mando en plaza. Y menos cuando el díscolo en cuestión es alguien como Guillermo Gutiérrez, especialista donde los haya en hacer las guerras por su cuenta, y esté estorbando por el medio el futuro político del más firme apoyo del ya ex alcalde de oficio, Fran Fernández.
Entre ambos brazos de dicha pinza se encuentran atrapados los trabajadores de Tussam, con una huelga convocada para Feria y sin interlocutor válido con el que discutir sus propuestas para desbloquear la situación. Algo que cada vez se parece más a un callejón sin salida.
El PSOE ya ha intentado mover ficha, pero sin el peso específico que otorga el sello de la institución, sus instrucciones no pasan de ser un mero trámite necesario que nunca llega a buen puerto. Además cuenta con el inconveniente de tener el factor tiempo en contra. Y todo esto Guillermo Gutiérrez lo sabe mejor que nadie. Vaya si lo sabe.
Por eso no me extrañaría en absoluto que se esté frotando las manos ante la posibilidad de ver a Sevilla inmersa en el caos de una Feria sin autobuses, tal y como Nerón lloró desconsoladamente ante la contemplación de su obra más sublime; el incendio de Roma.
Ya sólo le falta disfrazarse de piquete y destrozar él mismo los autobuses para cargarse de razón. Son los inevitables daños colaterales de creerse César, sobre todo cuando siempre se tienen a mano a los cristianos para que después carguen con las culpas.