Se puede aceptar que el dramaturgo melillense Fernando Arrabal es un histrión muchas veces apayasado y que, a la vez, es uno de los creadores más fascinantes de la escena española de la segunda mitad del siglo XX. Yo estoy en la línea de aceptar ambas afirmaciones. Recuerdo que mi primera experiencia con su obra fue el acercamiento a Tormentos y delicias de la carne, y que aquellas páginas me parecieron diferentes, asombrosas y plausibles. Luego me sumergí en piezas como El cementerio de automóviles, El triciclo o El arquitecto y el emperador de Asiria, que he conservado con cariño en mi biblioteca durante muchísimo tiempo, y ante las cuales también me quité el sombrero como lector.Hoy me acerco hasta la propuesta que tituló Los dos verdugos, tan breve como intensa, en la que nos enfrentamos a una venganza familiar nauseabunda: una mujer decide denunciar a su marido ante los dos verdugos que presiden la escena desde el inicio de la obra; y ellos, tras apresarlo, lo azotan y torturan fuera de escena hasta provocarle la muerte. Mientras, la sádica esposa mantiene una falsa cara de humildad y resignación ante sus dos hijos: uno, dócil y faldero, que se niega a creer que su madre sea culpable de la delación y que la defiende en todo momento; otro, enervado por la mansedumbre espuria de su progenitora, que no solamente ha perpetrado la denuncia con total sangre fría, sino que entra de vez en cuando en la sala de tortura para burlarse del marido, afearle su pasado e, incluso, verter vinagre y sal sobre sus heridas… Tras una serie de discusiones tensas, el hijo dócil y la madre embustera envolverán con su palabrería al hijo airado para que deponga su actitud, pida perdón a la madre y regeneren entre los tres el núcleo familiar, inaugurando un futuro distinto.El interrogante que Fernando Arrabal nos deja en el cerebro no puede ser más nítido ni más perturbador: ¿quiénes son, realmente, “los dos verdugos”? ¿El par de profesionales silenciosos que se limitan a cumplir con su desagradable tarea; o la madre y el hijo que logran derrotar la queja compasiva del hijo rebelde?
Se puede aceptar que el dramaturgo melillense Fernando Arrabal es un histrión muchas veces apayasado y que, a la vez, es uno de los creadores más fascinantes de la escena española de la segunda mitad del siglo XX. Yo estoy en la línea de aceptar ambas afirmaciones. Recuerdo que mi primera experiencia con su obra fue el acercamiento a Tormentos y delicias de la carne, y que aquellas páginas me parecieron diferentes, asombrosas y plausibles. Luego me sumergí en piezas como El cementerio de automóviles, El triciclo o El arquitecto y el emperador de Asiria, que he conservado con cariño en mi biblioteca durante muchísimo tiempo, y ante las cuales también me quité el sombrero como lector.Hoy me acerco hasta la propuesta que tituló Los dos verdugos, tan breve como intensa, en la que nos enfrentamos a una venganza familiar nauseabunda: una mujer decide denunciar a su marido ante los dos verdugos que presiden la escena desde el inicio de la obra; y ellos, tras apresarlo, lo azotan y torturan fuera de escena hasta provocarle la muerte. Mientras, la sádica esposa mantiene una falsa cara de humildad y resignación ante sus dos hijos: uno, dócil y faldero, que se niega a creer que su madre sea culpable de la delación y que la defiende en todo momento; otro, enervado por la mansedumbre espuria de su progenitora, que no solamente ha perpetrado la denuncia con total sangre fría, sino que entra de vez en cuando en la sala de tortura para burlarse del marido, afearle su pasado e, incluso, verter vinagre y sal sobre sus heridas… Tras una serie de discusiones tensas, el hijo dócil y la madre embustera envolverán con su palabrería al hijo airado para que deponga su actitud, pida perdón a la madre y regeneren entre los tres el núcleo familiar, inaugurando un futuro distinto.El interrogante que Fernando Arrabal nos deja en el cerebro no puede ser más nítido ni más perturbador: ¿quiénes son, realmente, “los dos verdugos”? ¿El par de profesionales silenciosos que se limitan a cumplir con su desagradable tarea; o la madre y el hijo que logran derrotar la queja compasiva del hijo rebelde?