Qué duros son los comienzos.
Estos días he leído varias entradas de otros blogs en las que se trataba de forma bastante positiva la inserción laboral o profesional de los futuros traductores. Lo cierto es que, a pesar de que el entorno actual no es nada favorable en España, empezar en una profesión nunca ha sido fácil.
Corría el año 2003. Mis compañeros de promoción y yo estábamos en cuarto y se oían por los pasillos muchos comentarios acerca de lo que haríamos al acabar la carrera. Hasta ese año, a pesar de que yo y el francés no nos llevábamos muy bien, siempre había imaginado que los traductores “de verdad” estaban en las instituciones europeas o traduciendo libros. No fue hasta inscribirme en aquella misteriosa asignatura llamada “localización de software” (“Será buscar programas para traducir, ¿no? Interesante.”, pensé antes de hacer la matrícula) cuando descubrí que podía hacer muchas más cosas y olvidarme un poco de mis traumas con el francés (desolée…).
Al abrirse ese nuevo mundo de posibilidades ante mis ojos, volví a retomar el contacto con algunos recursos como la lista Traducción en España, un clásico donde los haya con el que he aprendido muchísimo. A día de hoy, aunque no hay tantos hilos de los que yo llamo “profundos”, la base de datos que aloja todos los mensajes es todo un tesoro. Nunca pude seguir el ritmo de otra lista mítica: Apuntes.
Y así fue como, poco a poco, durante ese cuarto año de carrera, me empecé a meter de lleno en el mundo (que no “mundillo”) de la traducción fuera de las aulas. En un interminable hilo de Traducción en España, alguien mencionó una página para encontrar encargos de traducción: Proz. (¿De qué me suena?) Y ahí que me fui. Curiosamente, estos días hace justo 10 años de eso. El perfil guarda un histórico de todas las ofertas a las que me he inscrito desde el 30 de abril de 2003 (textos de prueba incluidos, ¡oh, dioses!) y las primeras no tienen desperdicio. Fijándome en la de barbaridades que ponía durante los primeros meses, me he dado cuenta de que la entrada de los 7 pecados capitales de los traductores noveles es un poco autobiográfica. Que digo un poco… ¡Es totalmente autobiográfica!
En mis primeros intentos de hacerme un hueco en el mundo profesional afirmaba cosas como “Traduzco todo tipo de textos“, añadía mis notas en las cartas de presentación o le exigía al posible cliente una respuesta inmediata (?). Con 21 años y sin saber muy bien qué era aquello de ser traductor autónomo, me lancé de cabeza a la aventura de conseguir encargos de traducción. No tenía mucha idea de lo que hacía, pero lo que sí tenía claro era que no pararía hasta conseguirlo.
Además de registarme en Proz, busqué otros portales similares y me di de alta en todos ellos. Intentaba responder al mayor número de ofertas posible (incluso inversas) con la esperanza de que alguien me diera una oportunidad. Ese mismo verano y todavía sin acabar la carrera, estuve en Barcelona de vacaciones. Junto a una lista de direcciones de agencias de traducción (sacada de Proz, como no), me llevé mi CV bajo el brazo y fui al mayor número de empresas que pude. En persona. Creo que solo recibí un encargo de una de aquellas empresas, eso sí, dos años más tarde. :) Pero además de enseñarme que los resultados a corto plazo son escasos en cualquier profesión, aquel peregrinaje me dio otra lección muy importante: no hay que hacer inversas. Al ver la combinación ES>EN en mi flamante CV, la dueña de una de las agencias que visité me dijo que cómo iba a tener capacidad para traducir bien hacia el inglés si no era nativa. Le respondí (valiente que es una) que en la facultad habíamos hecho inversa en diferentes especialidades. Su respuesta me dejó fría: “Sí, como ejercicio está bien. Pero no para dedicarte a ello.”
Evidentemente, es un gran varapalo que te digan algo así en persona cuando estás deseando que te den tu primera oportunidad, pero a día de hoy sé perfectamente que fue un buen consejo hecho con la mejor de las intenciones. Y me alegro de haber vivido aquella experiencia.
Después de darle un buen lavado de cara al CV y de mejorar mi carta de presentación hasta tener algo decente, conseguí mi primer encargo en septiembre. Fue algo bastante grande. Los manuales de unas impresoras SHARP. Los segundos y terceros trabajos tardaron unos meses más en llegar, pero la factura del primer encargo me sirvió de colchón. Estuve bastantes años colaborando con aquella agencia, aunque el flujo de trabajo era muy irregular.
Durante los primeros dos-tres años, combiné la traducción con otros trabajos. Al igual que otras profesiones por cuenta propia, esto es una carrera de fondo. Los comienzos son díficiles en todos los campos. Nadie dijo que fuera fácil. Y, ante todo, hay que armarse de mucha paciencia y contar con mucha, mucha, mucha (¿he dicho mucha?) perseverancia.
Si pudiera darle algunos consejos a aquel yo que empezó a traducir hace diez años, le diría:
- A pesar de lo que pase, a pesar de todas las negativas, inténtalo todos los días. Aprende a vivir con el no y úsalo para mejorar tu estrategia.
- Analízate y véndete como especialista en uno o varios campos. “Traducir de todo” es una mala estrategia comercial, aunque a ti te guste todo, a priori. ¿Qué textos te gusta leer? ¿Qué se te da mejor? Creo que esto lo hacemos todos de manera más o menos inconsciente: hay encargos que nos llaman más o menos la atención. Que te vendas como especialista en una materia, no implica que no puedas realizar trabajos de otras especialidades relacionadas si es necesario.
- Diferénciate. Una cuestión compleja cuando uno empieza, pero crucial. Si hago lo mismo que mis compañeros de la facultad, ¿cómo voy a facilitarle la tarea al cliente la tarea de elegirme? Hace diez años, muy pocos traductores tenían una web, así que fue una de las primeras cosas que hice. Buscar un dominio propio, usar una dirección de correo profesional, tener una web sencillita… Actualmente, diría que para ciertas especializaciones es básico tener presencia en internet. Entre los traductores literarios, por ejemplo, no está tan extendido. Lo cual es una buena oportunidad para los que empiezan. Como el caso de Las cuatro de Syldavia. Un grupo de chicas que se dedican a la traducción de cómics, cuya web ha aparecido en varios medios nacionales (aquí).
- Eres una empresa, un emprendedor, un empresario o como quieras llamarlo. Hay una gran diferencia entre “busco trabajo” y “ofrezco servicios”. Mayoritariamente de letras, a los traductores nos horroriza todo lo que tenga que ver con los números o que tenga un cariz muy comercial. “Yo solo quiero traducir.” He realizado varios programas de creación de empresas y solo puedo decir que ojalá lo hubiese hecho antes. Balances, cuentas de resultados, DAFO, IRPF, Hacienda… No hay que vender nuestra alma de traductores a ningún diablo capitalista para utilizar una estrategia empresarial en nuestra profesión. Al fin y al cabo, queremos ganarnos la vida con esto, ¿o no?
- Observa a los profesionales que admiras. ¿Qué hacen ellos para posicionarse? Analiza sus estrategias. Estudia cómo se presentan al mercado. Tu objetivo debe ser hacerlo igual de bien, pero con personalidad propia. Las copias se detectan muy rápidamente. Scheherezade Surià tiene un proyecto muy divertido llamado Pin Up Translator. Todo un soplo de aire fresco y una forma muy original y optimista de hablar del oficio del traductor. No la conozco en persona, pero siempre me viene su ejemplo a la cabeza porque, al menos a mí, ha conseguido transmitirme la idea de que ella es “la traductora pin up”. Échandole un vistazo a los proyectos que ha hecho, se ve rápidamente que es una apasionada de la literatura. Ha traducido mucha novela romántica. ¡Las traductoras pin up son perfectas para su imagen!
Para acabar, dejo por aquí las entradas que me han servido de inspiración:
A puerta fría. Encontrar trabajo “con la que está cayendo” de la mencionada Scheherezade. Incluye muchos recursos para elaborar cartas de presentación, CVs y cuidar la presencia en internet.
Medios de comunicación o cómo desmotivar a una generación entera de Merche García Lledó.
Solo me queda decir…
This is a highway to hell.
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