Algo no me cuadra.
El mundo no es redondo, más bien cuadrado, con esquinas, tal metéfora vikinga. Y lo de tener empatía es, como ocurre con los conceptos muy a menudo, relativo. Tal vez todos estemos algo pirados, o tal vez no. Dicen que hay que tener cuidado de alguien encantador por si acaso. Político, guapo y encantador son premisas para no fiarse. Viejo y encantador, también. Joven, y demás premisas, por supuesto. Pero de qué escribo: no sé nada de psicópatas. Lo que me ha enseñado nada más la experiencia social. Dicen que son muy coherentes y se distancian de lo sentimental. Y están ahí ocutándose tras la cortina mientras le asoman los pies sobre el suelo. Y por qué no, con un puñal escondido. Ah, tonterías. Juzgamos y catalogamos en función de los intereses sociales y personales. Y por el camino caen justos por pecadores como se dice, pues psicópatas, haberlos, haylos. Nadie va a negarlo. Ponemos etiquetas y más etiquetas. O perteneces al grupo o eres un paria. Tanto tienes, y tanto aparentas; tanto vales. Siempre te reiré las gracias por tu alta condición social aunque me amargues la vida. Nunca dudaré del valor de tu cuenta corriente ni de tu influencia social. Ese es el encanto del psicópata. Y también hay mujeres, no crean que me olvido, que no es terreno de abono único masculino.