Carlos Mármol
“No descubro nada nuevo: Sevilla siempre ha tenido una burguesía de origen agrario -con ínfulas nobiliarias, además- que se hizo urbana con el correr del tiempo, pero sin cambiar jamás de mentalidad. Simplemente aplicándola en otro escenario. Propietarios rústicos convertidos en tenedores de fincas urbanas. Educados en la lógica de que la ciudad es una extensión más -la más valiosa, quizás- de sus dominios agrícolas.
El crecimiento de Sevilla, con y sin planeamiento urbano, nunca logró salir de este bucle. Curiosamente, así fue hasta que en 2006 se aprobó el PGOU, que es hijo de un consenso (momentáneo) en el que los socialistas, los populares, los comunistas y los andalucistas, cada uno por motivos diferentes, desde orillas antagónicas, decidieron acordar una metodología común de trabajo y pactar unos puntos básicos para que el diseño urbano de Sevilla pudiera perdurar en el tiempo -principal condición para que algo funcione-, fuera atractivo y seguro para los inversores externos y tuviera un cierto perfil institucional.
La idea era que el urbanismo no volviera a estar sometido a las tensiones y a las cambiantes mayorías políticas que se suceden cada cuatro años. Un modelo básico para todos, igual que ocurrió en la transición política, con independencia de quien gobernase en cada momento. El PGOU de Sevilla, no el del gobierno de turno.
Toda la fortaleza del Plan -su filosofía- deriva de esta raíz: no ser consecuencia directa de las fuerzas dominantes en la sociedad, sino de la voluntad de saber reconducirlas para que, mejor o peor, se incorporen sin exigencias a un proceso en marcha en el que el protagonismo de los ciudadanos debe, como mínimo, ser equivalente. Un plan donde la gente cuenta. No sólo las inmobiliarias, los bancos o los propietarios.”
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