No hace mucho, el Presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, reconocía públicamente que las irregularidades de los ERE “han hecho daño al PSOE de Andalucía”. Más que eso, han logrado que muchos de los integrantes del partido vivan en un estado permanente de nerviosismo. Sólo así se entienden los fallos garrafales que se están cometiendo en la campaña.
Si con algún calificativo hubiera que definir la gestión de esta crisis por la dirección del PSOE no podría ser otro que torpeza. Porque no se puede considerar un acierto colocar un cortafuegos a todas luces insuficiente para proteger al eslabón más débil en la cadena de responsabilidades políticas, cuando se sabe que a las pocas horas va a ser sobradamente desbordado.
Mediante esa táctica, lo único que consiguen es incrementar el nerviosismo y acabar hundidos en contradicciones imposibles de ocultar. El resultado final es que el acoso político aumenta considerablemente y, de proteger al eslabón más bajo, se pasa a hacer una defensa numantina de la cúspide de la pirámide, que se bambolea ante el empuje sin descanso de los contrincantes.
Lo que hasta no hace mucho era enrocarse en la inexistencia de responsabilidades políticas en los tres ex consejeros de Empleo, se ha transformado en una lucha titánica por demostrar que el propio Presidente de la Junta de Andalucía está exento de ellas. Un error táctico que, aparte del consiguiente desgaste político, supone un notable deterioro de la credibilidad ante la ciudadanía.
El estado de ánimo que impera en las entrañas del partido socialista es el de sálvese el que pueda. De ahí que las contradicciones estén en el orden del día y que la sucesión de diferentes declaraciones no hagan sino dejar al cielo raso las anteriores de otro destacado militante que ha tenido que salir a la palestra intentando sofocar el incendio.
Al final de todo el embrollo, lo que queda es un cúmulo de afirmaciones grandilocuentes pero vacuas, vacías de todo contenido, y que no son ratificadas luego por la coherencia de los hechos.
Algo que, a la vista de los ciudadanos, de poco sirve, a no ser que sea para aumentar su ya considerable desconcierto.