Espíritu y lenguaje en poesía subtitula José Luis Rey la asombrosa reunión de casi un centenar de ensayos breves que ha escrito "en alabanza de la poesía y por amor a los poetas que me han acompañado siempre" y en los que desarrolla su “propia visión del hecho poético: la poesía concebida como la más alta creación del espíritu, por encima del lenguaje.”
Y ese es el eje fundamental que vertebra estos ensayos: una inmersión en el mundo poético de los autores, en su espíritu y en su lenguaje, para llegar a una conclusión que de alguna manera estaba en su punto de partida: que “la poesía debe ser espíritu antes que palabra, esencia del decir antes que piedra megalítica de lo dicho.
Juan Ramón Jiménez, inicio y coda de este libro, su alfa y su omega, “en pie hasta el fin”; Rimbaud, “el golfillo del lenguaje”, huyendo siempre hacia adelante; Emily Dickinson, cuya vida “fue un contraerse, volcarse hacia dentro, hacia lo más hondo”; Wallace Stevens y su poesía genesíaca con la que fundó otro mundo; Ungaretti en medio de una noche invernal; Rilke –“¿qué poeta hubo más vivo que él?”-; Dylan Thomas, “ebrio de vida”; García Lorca en busca de otra mano herida; Hölderlin desterrado del cielo; Leopardi, “el poeta del paso fugaz del presente, de la demolición de los sueños”; Shelley, sumergido “en el misterio insondable del mundo” o Claudio Rodríguez en “el paraíso de la epifanía verbal.”
Esos son algunos de los nombres que habitan este libro luminoso y lleno de revelaciones, una casa de la poesía generosa en ventanas y pasadizos que comunican a unos poetas con otros en una transparente geometría creativa.
“El hombre no creador –escribe José Luis Rey-, el que puede llegar a saberlo todo sin haber hecho nada, es ‘el erudito de una vela’, que se acerca para ver el brillo del Ártico rodeándolo. Los eruditos tienen miedo. Y la viva creación los tortura para siempre.”
Y no sólo lo dice, lo demuestra: porque, a medio camino entre el lenguaje del ensayo y la prosa poética, con una inusual intensidad de la frase, cargada de sentido y de matices, con un lenguaje no analítico, sino creativo, quizá el único que da acceso a la comprensión de la poesía, cada uno de estos textos aporta al lector en poco más de dos páginas un conocimiento más valioso que la mayoría de los sesudos ensayos académicos de los eruditos a la violeta.
Santos Domínguez