Los escritores en el cine

Publicado el 06 septiembre 2010 por Martincid
Ayer por la noche (y sin que sirva de precedente) decidí dejar mi carrera hacia el alcoholismo para ver lo que en la actualidad llaman película. Se trataba de un filme (es sinónimo de película, sí) de Jane Campion, la autora de El Piano y otras australianas cosas (como tirar el teléfono en un hotel, pero menos violento).
La película estaba muy bien y tenía estética y demás. Si fuera crítico de cine diría que posee una fuerza poética-literaria que transcurre entre lo pictórico-narrativo y lo poético-rítmico que lleva al espectador a través de un mar de colores y sentimientos como ya hizo su protagonista: John Keats. Como no soy crítico ni nada parecido (Dios me libre), tengo que centrarme en otros asuntos más literarios y quiero ahora, no por vez primera en mi vida, objetar desagravios sociales y denunciar políticamente (recuérdese la tercera acepción de la RAE al leer esta última frase, por favor):
-¿Por qué siempre el escritor es planteado en el cine como un tipo pobre que no puede ganarse el pan con el sudor de su pluma?
Es mejor así: los otros escritores son tipos retorcidos que atormentan a los que le rodean.
En mi caso, aparte de atormentar a los que me rodean con maquiavélicas insinuaciones, además soy más pobre que el propio Keats.
-¿Por qué siempre una mujer se enamora de ellos y se maldice por hacerlo?
Dicen que todos se enamoran al menos una vez en la vida y así matemáticamente es normal que alguien pueda llegar a enamorarse de un escritor (salvo que fume en pipa, claro). De esta manera, el cine nos alecciona sobre los riesgos que conlleva juntarse con semejante clase de personas.
¿Un agravio para con los escritores? No, señores, justicia social.
-¿Por qué terminan muriendo todos tísicos?
Porque el cine muestra no la realidad social, sino la realidad utópica del mundo. ¿Tiene derecho un tipo así a vivir?
Con respecto a lo de las infecciones pulmonares, tranquilos, era algo muy común en la época y también los atracadores, las prostitutas, los proxenetas y demás escritores morían de esta manera.
La gente de bien, dicen, vivía más años.
Nada más por hoy. Quiero agradecerles su atención y recomendarles que si me ven en algún antro de mala muerte rodeado de humo y alcohol no se acerquen, por favor.
Es contagioso.Martín Cid http://www.martincid.com