Los personajes de las novelas parecen tener un gen especial que tanto puede manifestarse en un brote de genialidad como de locura. Quizá el vivir durante mucho tiempo inmersos en un mundo ficticio, entre seres que no existen, y poniéndose en su piel, difumine la fina línea entre realidad y ficción y afecte a su pensamiento lógico.
Y ahora no sé si estoy hablando de escritores de ficción o reales. Esa es la cuestión...
Me viene a la memoria la novela de Rafael Costa, La novelista fingida, en la que una joven se apodera del manuscrito de una amiga y lo presenta como suyo alcanzando un enorme éxito, y no repara en medios para conseguirlo (no quiero desvelar más por si no la habéis leído).
En otra novela titulada Soy un escritor frustrado (el título ya lo dice todo), de Miguel Ángel Mañas, el protagonista, es decir, el escritor frustrado, secuestra a una de sus alumnas de literatura con el mismo objetivo, y la cosa solo puede acabar como el rosario de la Aurora...
En mi propia novela, El caparazón de la tortuga, donde se elucubra también entre realidad y ficción, es la falta de ideas lo que lleva a uno de los protagonistas a elaborar un plan maquiavélico para apoderarse de la mente y la imaginación desbordada de un talentoso joven.
Las redes sociales nos dan una visión políticamente correcta de los escritores y las relaciones entre ellos. Todos somos encantadores, amigos de nuestros colegas, dispuestos siempre a ayudarles y apoyar su trabajo, incluso en detrimento del nuestro... nos alegramos de sus éxitos y lamentamos sus fracasos. No existe la envidia ni la menor maldad. ¿De verdad?
¿Somos los escritores tan solidarios y generosos? Hum... Eso no casa con el supuesto ego descomunal que parece que también llevamos en los genes.
Bueno, ahí lo dejo. Solo son desvaríos de una escritora en una tarde de noviembre :)